Durante décadas, las películas bélicas han presentado a decenas de militares enfrentándose a sus últimos suspiros de vida instantes después de darse cuenta de que acaban de pisar una mina antipersona. Durante unos eternos segundos, permitían que sus hermanos de armas abandonasen la zona para poner a salvo sus vidas o hacían una retrospectiva personal sobre sus andanzas en la guerra.
Sin embargo, este mito cinematográfico es más falso que una moneda de euro con la cara de Zapatero. Las minas antipersona más habituales estallan cuando el militar o civil pisa la espoleta, es decir, la parte que queda en la superficie para activar el mecanismo, y no cuando levantan el pie de la misma. Otro tipo de minas habituales son las que se activan por alivio de presión, es decir, se colocan y se pone un peso encima para dejar preparadito el mecanismo. Cuando ese peso se retira, adiós muy buenas.
El peligro que suponen las minas o los IED (artefacto explosivo improvisado, por sus siglas en inglés) centraron buena parte del segundo día de las Jornadas para Corresponsales de Guerra que se están impartiendo en la Escuela de Guerra del Ejército de Tierra.
Las pruebas prácticas son una demostración palpable de que un periodista, prestando mucha atención, es capaz de descubrir un buen puñado de minas e IED sobre el terreno. Pero también de que por cada una que es capaz de sortear se come con patatas cuatro o cinco que le mandarían muy probablemente al otro barrio. Y todo ello, teniendo en cuenta que para localizar los IED se iba andando sobre el terreno, cuando en realidad se enfrentaría a ellos conduciendo a 40 ó 50 kilómetros por hora.
Muchos de los artefactos explosivos a detectar forman parte de la última generación de IED que los talibanes han ido mejorando durante los más de diez años que las tropas aliadas llevan en Afganistán. Ahora los iniciadores son las cosas más extrañas que uno se puede imaginar: desde cajas de cerillas vacías hasta trozos de botellas de plástico.
Todo ello con otra dificultad añadida, y es que como detallan los expertos en desactivación de explosivos del Ejército de Tierra, ubicados en la localidad madrileña de Hoyo de Manzanares, "en pistas de Afganistán hemos tenido que llegar a desactivar hasta siete IED en apenas diez metros".
Siguiendo con la sana intención de intentar salir sano y salvo de una guerra, las medidas de autoprotección que todo profesional de la información debe tomar en zonas de conflicto también tuvieron su hueco. Para ello, dos premisas básicas: "la seguridad personal sólo puede prestársela uno mismo" y "la mejor arma es el sentido común".
El teniente coronel Ruiz Moreno detalló las amenazas más importantes a las que un periodista puede enfrentarse, tales como las acciones hostiles contra nuestra presencia, las amenazas derivadas del propio conflicto, los accidentes de tráfico y los diferentes riesgos sanitarios.
Para enfrentarse a ellos aportó un número importante de medidas de seguridad que se deben mantener para detectar, neutralizar y, finalmente, disuadir a los que no tienen buenas intenciones. Muchas de estas técnicas han sido recomendadas durante años a los cargos públicos, periodistas y demás profesionales que desempeñaban su labor en el País Vasco y Navarra bajo el punto de mira de los asesinos de ETA, especialmente las relativas a detección de vigilancias, ruptura de rutinas diarias, normas para salir de las viviendas particulares o lugares de trabajo.
Para concluir una jornada que se alargó durante casi 16 horas, la sede de las Fuerzas Aeromóviles del Ejército de Tierra (FAMET) fueron el escenario de prácticas de embarque y vuelo táctico diurno y nocturno a bordo de un helicóptero transporte Chinook HT-17.