Los enemigos de Prim le suplantaron y tomaron decisiones en su nombre. La gravedad de la herida del hombro reafirma esa posibilidad y avala esta teoría. El propósito de la Comisión Prim de la Universidad Camilo José Cela que presido era demostrar que según sugieren numerosos indicios históricos, desde el mismo momento en el que el general Prim recibió el trabucazo a quemarropa en la calle del Turco, dejó de contar para la historia. Lo más probable es que muerto o medio muerto, fuera incapaz de ponerse de pie y hablar.
Además, en el estudio macroscopio del cuerpo embalsamado de Prim, que se conserva perfectamente en Reus, los antropólogos forenses encontraron sorpresivamente pliegues, marcas y surcos que son compatibles con una estrangulamiento a lazo.
Pero, ¿realmente fue un estrangulamiento o se trata de la marca producida por un artefacto postmortal? Esta es la pregunta que se hacían la Dra. María del Mar Robledo Acinas y el fotógrafo científico Ioannis Koutsourais, investigadores de la Comisión Prim.
Durante el estudio externo del cadáver, ambos observaron unas marcas compatibles con lesiones externas por estrangulamiento a lazo. Estas marcas se presentan en forma de surco, desde la parte posterior del cuello que observa continuidad, hasta la zona delantera, y desde donde parte otro surco en dirección posterior y ascendente.
Las "marcas", en principio, son compatibles con las descritas por diferentes autores de la literatura médico legal (Balthazard, Simonín, Concheiro y Suárez-Peñaranda, López Gómez y Gisbert, Di Maio) como lesiones externas de un tipo específico de asfixia mecánica: estrangulamiento a lazo ó con ligadura.
Según se supone, avisados por los médicos que reconocieron a Prim, los instigadores del asesinato supieron que existía una posibilidad de que el general pudiera recuperarse, aunque quedara inútil del brazo izquierdo.
Asustados por la "baraka (suerte) que solía tener Juan Prim y el hecho de haber salido indemne de muchas batallas, así como haberse repuesto de graves heridas, lo que daba noticia de su naturaleza fuerte y luchadora, se propusieron acabar con su suerte. Tal vez por eso decidieron no darle otra oportunidad, ordenando a uno de los sicarios que lo estrangulara. Eso es lo que parecen indicar los surcos hallados en torno a la nuca y el cuello. Donde como dicen los profesores de investigación criminal de la UCJC, queda impresa "en negativo" las características del arma utilizada, en este caso una correa o banda de cuero.
"Dada la importancia del hallazgo, se hace imprescindible descartar cualquier otra posibilidad de que dichas marcas se deban a cualquier otro proceso", precisan los investigadores.
Lo primero que han descartado ha sido que los surcos sean debidos a la presión ejercida en el cuello por la ropa que llevaba puesta el cadáver del general Prim. Estudiando tanto la camisa en esa zona, así como el corbatín (como puede verse en las fotos)
queda descartada la hipótesis de que el surco que presenta el cadáver haya sido producido por las mismas.
Gamero y Lucena, refiriéndose a las lesiones producidas en muertes por ahorcamiento consideran que "el surco de la estrangulación dejado por la compresión del lazo sobre la piel del cuello, se ha de considerar como la lesión principal y característica de esta variedad de asfixia mecánica".
Por otro lado, la continuidad que presenta el surco, así como la profundidad, no son compatibles con los pliegues que de forma generalizada presentan los cuerpos momificados. No obstante, los forenses continúan valorando otras posibilidades, entre ellas, por ejemplo, que dichas marcas sean producto del embalsamamiento.
La Dra. María del Mar Robledo Acinas es Doctora en Medicina Legal y Forense, Especialista en Antropología e Investigación Criminal, Experta en Criminología y Directora del Laboratorio de Antropología Forense y Criminalística de la UCM y Ioannis Koutsourais es especialista en Antropología Forense e Investigación Criminal. Ambos forman parte de la Comisión Prim de la UCJC y junto conmigo, están especializados en el estudio de muertes violentas.
La momia de Prim tiene los ojos abiertos. Son de cristal y tienen una calidad que impresiona. Nadie que conozca ha visto nunca nada igual. El general parece que va romper a hablar. Y lo cierto es que su cuerpo es portador de un mensaje como el de una botella, que ha transportado a lo largo del tiempo. Ciento cuarenta y dos años después nos cuenta que sufrió el martirio de ser asesinado, como en una tragedia de Shakesperare, a manos de los criminales más poderosos que soñarse se pueda y que no pudieron rematarle en la calle del Turco, pero que acabaron con él mezquinamente en su propia cama, herido e indefenso.
El promotor fiscal Joaquín Vellando hizo todo lo posible porque la justicia viajara en el tiempo en legajos de papel que han sufrido toda clase de expolios y manipulaciones pero que han cumplido su último servicio: transmitirnos la verdad desde el siglo XIX. La Comisión de Investigación Prim de la Universidad Camilo José Cela estábamos allí para recogerla.
El general Prim llegó al palacio de Buenavista, en Cibeles, donde residía, a toda carrera de los caballos, desfallecido. Sangrando por el hombro izquierdo, en el que había recibido una especie de cañonazo a quemarropa, probablemente con un arma que entró por la ventana de la berlina y que hizo un solo disparo, con nueve impactos o postas. El golpe debió ser brutal, con una sacudida que debió provocar semiinsconsciencia. La autopsia describe la herida como de seis centímetros de diámetro, lo que significa aplastamiento o rotura de vasos y con posibilidad muy grande de afectar a las arterias subclavia y humeral.
El forense Aitor Curiel López de Arcaute, médico y criminólogo, el más joven de los forenses de la Comisión Prim, ya adelantaba en sus conclusiones provisionales que eso debió impedirle el desplazamiento en bipedestración y también quitarle la facultad de hablar, que quiere decir que no pudo subir las empinadas escaleras del palacio chorreando sangre, ni decirle a su familia que no se preocupara que las heridas no tenían importancia. A la luz de la ciencia, Prim debió ser bajado del coche entre dos o tres personas. Sangraba, no podía hablar y era la máxima autoridad. Hubo unos momentos de auténtico pánico. Por cierto que debajo de la ropa no llevaba cota de malla.
A los pocos minutos no obstante, se presentó en la estancia el general Francisco Serrano Domínguez, el regente, el número uno del Estado, aunque en realidad no tuviera poder alguno mientras mandara Prim, quien dispuso la atención inmediata del herido. Le acompañaba el almirante Topete, o llegó poco después, también partidario de Montpensier, el gran enemigo de Prim. Los médicos que le vieron hicieron un reconocimiento superficial. Eran militares y en seguida se dieron cuenta de que no había órganos vitales afectados. Las heridas eran importantes, pero dependiendo de la pérdida de sangre, el herido podría salir de esta.
Procedieron a taponar la herida principal con hilas y emplasto y colocaron apósitos en las otras, en el codo izquierdo y la mano derecha. A Prim habían intentado matarle en Octubre, luego una segunda vez en Noviembre y por fin, la tercera, en Diciembre. Allí en su casa, en el lecho de muerte, quién hubiera podido decirlo, estaba en manos de sus enemigos.
El juez instructor de la causa no fue autorizado a ver al herido. Dicen que estuvo tres días agonizante, pero no hubo ni un minuto para que su señoría lo interrogara, aunque según los manuales de historia en su habitación de herido doliente entró todo el que quiso, comentando con él no solo los detalles del atentado, sino temas de política general. Se hace difícil creerlo. Llegó un momento en el que ni a los médicos les dejan visitar al herido. No quieren que se descubra el verdadero estado de Prim. Es difícil aceptar que los partes corresponden a días diferentes, más bien suponen unas declaraciones ante el juez para cubrir el expediente, en el que faltan toda clase de datos médicos.
Los investigadores de la Comisión Prim revisaron minuciosamente toda la ropa que vestía el general hasta estar seguros de poder descartarla como causante de los surcos. Entre ella, alguna sorpresa como las iniciales bordadas en los calcetines: "C.R", ¿cómo es posible que al general lo enterraran con los calcetines de otro? Pero no. Resulta que las iniciales corresponden a uno de sus nombres de la masonería: "Caballero Rosacruz". La camisa está cortada, porque cuando se la pusieron el cuerpo debía estar rígido, es decir haber transcurrido mucho tiempo desde el momento del fallecimiento.
Una vez comprobado que no había sido herido en la cabeza ni en el corazón, había peligro de que pudiera recuperarse y sus mortales enemigos estaban allí para impedirlo. Uno de los muchos sicarios contratados por los asesinos intelectuales debió estrangularlo, con un cinturón, que dejó profundas marcas en el cuello y la nuca. Debió ser un hombre muy fuerte, con grandes músculos en los brazos que provocó enormes rastros antemortem, logrando el fallecimiento por asfixia en pocos minutos.
Luego todo fue muy sencillo: se puso yb guardia a la puerta de la habitación y se avisó a la familia de que el general había muerto, pero no convenía hacerlo público todavía, para que "los asesinos" no cantaran victoria.
El general Francisco Serrano, si no fuera responsable del asesinato de Prim por activa lo sería por pasiva, puesto que estaba bajo su protección y bajo ella lo estrangularon. Serrano estaba en el palacio de Prim, tomando decisiones en su nombre y su primer deber era proteger al herido.
El sospechoso Serrano
Francisco Serrano, nacido el 17 de diciembre de 1810, llegó a ser Regente, Presidente del Consejo de Ministros y último Presidente de la Primera República Española. El primer amante de la reina Isabel II, que le llamaba "El general bonito". Se hizo inmensamente rico como capitán general de Cuba con el tráfico de esclavos y recibió el Toisón de Oro y el título de Duque de la Torre, con grandeza de España, por haber sofocado con un gran baño de sangre el pronunciamiento de los sargentos de artillería del cuartel de San Gil, donde "la de los tristes destinos" (Isabel II), pedía mayor castigo, hasta que O’Donnell dijo basta: "Señora, si seguimos, la sangre llegará a su cuarto y acabará ahogándola".
Serrano era un ambicioso insaciable y había empujado a Prim hacia la cumbre militar, mientras le había interesado. Pero en ese momento se encontraba preso en la jaula de oro de la Regencia, donde no mandaba prácticamente nada y asistía desesperado a la refundación de la monarquía que llevaba a cabo Prim sin consultarle.
Además, chaquetero constante, con Espartero y contra Espartero, partidario de Narváez y de Prim, en la Vicalvarada y en la Unión Liberal, se hizo montpensierista acérrimo y luego, muerto Prim, colaborador íntimo de Amadeo de Saboya, ocupando los cargos que dejó su viejo rival.
Siempre se ha sospechado de Serrano como uno de los asesinos de Prim, pero pocos son los autores que se han atrevido a señalarlo, entre ellos están los dos catalanes de Reus, Pere Angera, catedrático de Historia de la Universidad Rovira y Virgili y el escritor José María Fontana Bertrán.
En el Sumario Serrano está en el punto de mira desde el primer momento, a través de su hombre para los asuntos sucios, José María Pastor. Además aquí y allá se le imputa: en las habladurías de la época, a través de las indiscreciones de su esposa, su prima Antonia Domínguez y Borrell, hija de los marqueses de San Antonio, dama de mucho fuste que protagonizó un feo episodio de boda de su hijo, que sufría de impotencia, con la hija de una rica viuda de donde los duques de la Torre son acusados de sacar una sustanciosa dote dejando a la casada sin fortuna. También en las caricaturas de la revista La Flaca, donde el espíritu atormentado de Prim señala a Serrano como autor de su muerte.