Afortunadamente, la experiencia indie de Mendes conserva gran parte de las virtudes de sus dramas graves, como la exquisita realización, la cuidada banda sonora y una adecuada fotografía. La virtud del británico es hacerlas compatibles con la necesaria frescura de una comedia que toma tintes de melancólica road movie, y que sabe hacer propias y hasta agradecibles ciertas imposturas sentimentales típicas del género.
El film sigue a Burt y Verona, a punto de ser padres por primera vez, en su aventura pseudo-iniciática por todo EEUU, para decidir donde echar raíces y establecer su hogar. En sus sucesivos encuentros con amigos y familiares desperdigados por todo el país, irán descartando estilos de vida y acercándose poco a poco a lo que desean ser.
La transición de Mendes al género dominado en el imaginario popular por Pequeña Miss Sunshine o Juno es satisfactoria. Bucea por los manierismos del cine alternativo estadounidense con la facilidad del cirujano, y los adopta con una precisión que sabe revestir de naturalidad. Y si bien como sátira mordaz de los estereotipos de vida estadounidense carece del calado de aquella y es hasta un punto manipuladora, tanto John Krasinski como Maya Rudolph elevan el listón de la sinceridad y colocan de lleno Un lugar donde quedarse por encima del ni fu ni fa del género indie.
El guión conserva el consabido surtido de gestos tiernos y juramentos de amor eterno de la comedia romántica, pero en este caso no hartan y el film sale adelante gracias a la complicidad y química de sus naturalísimos intérpretes y sobre todo, a la voluntad de Mendes de no caer en la meticulosidad de sus dramas y aportar su técnica, y un agradecible punto grotesco –atención al personaje de Alison Janney-, a los arrebatos de existencialismo folletinesco del cine independiente. Un lugar donde quedarse es uno de esos films que aciertan a contentar a todos pese a ser un peso pluma en la cartelera, y tal y como están las cosas, no vean como se agradece.