Y así, los peores pronósticos se cumplen. No sólo el único cambio reseñable de la cinta es su intento de capturar a la audiencia afroamericana con un reparto de caras de color, sino que la labor en la dirección de Neil LaBute, antaño maestro de la dramaturgia punzante e hiriente, se revela como la de un insustancial y arrítmico copista.
Y es que por Un funeral de muerte, versión americana, apenas pulula el humor negro –en todos los sentidos- que podíamos disfrutar en la cinta original, ni siquiera tampoco el que LaBute imprimió en sus películas iniciales, antes de devenir en el artesano no especialmente inspirado de ahora. La sátira brilla por su ausencia e incluso el habitual mordiente de sus intérpretes aparece sin ningún tipo de lustre, con lo que Un funeral de muerte es un ejemplo de remake innecesario que, además, no alcanza el nivel de la original.
De hecho, comediantes habitualmente insoportables pero incuestionablemente briosos como Chris Rock o Martin Lawrence aparecen aquí despistados a más no poder. Sólo la presencia de Zoe “Avatar” Saldaña o la nostalgia que genera un envejecido Danny Glover nos llaman la atención. Tanto que LaBute sólo triunfa, paradójicamente, a la hora de confeccionar algunos gags de pura comedia física de la mano del habitualmente soso, pero aquí afanado, James Marsden (por cierto, uno de los pocos blancos de la función).
En definitiva, el film se limita a seguir la línea argumental de la anterior película sin plantear ningún giro novedoso, y sin ni siquiera potenciar las aptitudes de su plantel o explotar la veta políticamente incorrecta del cambio de raza, único motivo de ser de la nueva película. Pero lo peor es que Un funeral de muerte se cae a plomo pasado el planteamiento inicial, y su exceso de diálogo y escasa mordiente irónica hacen que nos preguntemos dónde está la dirección de actores que le conocíamos a LaBute, que empezó su carrera precisamente como hombre de teatro.