Una vez planteado el meollo y la terrible muerte de la esposa en el primer cuarto de hora (el mejor, por duro), Hicks no puede o no sabe más que aportar cierto esteticismo sobrio y hacer cierto esfuerzo por evitar el almíbar. Objetivo conseguido. Pero con ello también hace que Sólo ellos se quede atascada en sus propios planteamientos y niegue todo posible desarrollo a la historia, que queda sujeta a algún golpe de efecto emotivo al final (el regreso de uno de los personajes principales) para dar impresión de progreso.
El film se reduce así a una serie de anécdotas que oscilan entre lo cómico y dramático, que manifiestan lo entrañable y dificultoso y trágico de la familia monoparental. Hicks espolvorea aquí y allá golpes de humor y visiones espectrales de la difunta esposa para forzar la lágrima, y demuestra que se maneja fenomenal con las imágenes de postal que le regala el paisaje australiano (ver la escena inicial de Joe y Artie en el todoterreno por la playa: el director de Shine se ha convertido con los años en reputado esteta publicitario), pero la verdad es que nos sabemos la receta de memoria y Sólo ellos se queda en una correcta sucesión de estampas de paternidad conflictiva.
Afortunadamente, Clive Owen, y las meritorias aportaciones de los niños Nicholas MacAnulty y George MacKay, rellenan parte del vacío y hacen los deberes mucho mejor que director y guionista. Al actor británico se le ha negado hasta ahora el triunfo comercial que su carrera necesita (a pesar de algunos films magistrales como Plan oculto o Hijos de los hombres), pero es él el único que suelta amarras y comunica, con su mirada y su actitud, toda la gama de sentimientos necesarios que completan el arco de la historia.
Porque aunque Hicks hace bien en evitar dramatismos de falsete, su película cae en el abismo del drama kleenex por una trama que se aletarga y que no consigue trasmitir ni el dolor de la pérdida ni la odisea de la paternal de su protagonista. El director de Shine parece haber renunciado a los laureles otorgados por aquella película y se conforma con culebrear con cierta dignidad, pero innegable rutina, en el comodón y peligroso territorio del drama familiar, al igual que en el de la comedia romántica (en la ya olvidada Sin reservas).