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Radio encubierta: viva el Rock & Roll (y la comedia británica)

Richard Curtis uno de esos irreductibles guionistas británicos curtidos en la comedia romántica. Responsable de los libretos de Notting Hill o Love Actually –que también dirigió-, entrega en Radio encubierta una particular y divertidísima comedia musical no exenta de ciertos desequilibrios.

L D (Juanma González) En esta ocasión Curtis no cambia de género, pero sí se olvida momentáneamente de los romances de Bridget JonesNotting Hill –barrio donde, por cierto, reside- o Cuatro bodas y un funeral, y se sumerge en la modalidad nostálgica y retro, a la que añade unas gotas de suave subversión. Y cual John Landis inglés, Curtis escoge –y damos gracias a Dios por ello- la vía más gamberra para describir la odisea marítimo-musical de esta cuadrilla de encantadores impresentables, en un film que transmite la pasión por música rock and roll de estética sesentera.

Pero lo hace sin abandonar su eterna faceta idealista. Todos los films de Curtis, pese a subrayar lo romantico y usar la sacarina como empírica fórmula narrativa, presentan ciertos claroscuros y momentos amargos que otorgan un agradecible dramatismo que nunca jamás se sale de madre. Sus personajes, por muy caricaturizados que estén –y en Radio encubierta lo están casi todos-son siempre reales, entrañables.

A todo ello sumamos la presencia de los mejores bufones del cine ingles. Bill Nighy es el actor más divertido del planeta, Nick Frost muestra que hay vida sin su compañero Simon Pegg, y el americano Philip Seymour Hoffman da su enésima muestra de carisma. Kenneth Branagh, como el apolillado ministro Normando, aporta la verdadera cohesión en el largo conjunto. Cual grotesco Pierre Nodoyuna, sus sucesivos (y fallidos) intentos de cerrar el chiringuito a los protagonistas hacen que la ficticia odisea que propone Radio encubierta quiera parecerse más a un episodio del Coyote contra el Correcaminos que al falso biopic musical a lo Cameron Crowe.

Radio encubierta es un film bien construido pese a los defectos, que son muchos, pero a las pruebas me remito. Pese a tener una línea argumental ciertamente débil –o mejor dicho, varias: casi cada personaje tiene su propio conflicto-, y que Curtis no se acaba de decidir por ninguna de ellas en las más de dos horas de metraje de la cinta, el espectador nunca acusa síntomas de aburrimiento. El film no se impulsa por su banda sonora, sino por sus personajes, único y verdadero apoyo de Curtis.

El conjunto parece más una larga retahíla de gags -brillantemente filmados y dialogados por Curtis: atención a los primeros intentos del protagonista de perder su virginidad a bordo del barco- que, no obstante, no puede evitar que al final todo se salga de madre en su parte final, una titánica odisea por salvar un naufragio que pone simbólico broche final a la aventura y que huye, en su exceso, de todo razonamiento lógico.

Curtis es un soñador, y su afilado humor inglés siempre ha casado maravillosamente con lo a gusto que vive en su algodonada realidad mental. Como está hecho sin pretensiones y con buen gusto, los espectadores se lo agradecemos.Viva el Rock and Roll.

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