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Nine: Sexo, música y Penélope Cruz

Nine lo tiene todo para formar parte de la plantilla de films oscarizables de este año. El musical protagonizado por Daniel Day-Lewis y una larga lista de actrices en estado de gracia bucea en las bambalinas fellinianas y tiene una factura exquisita. ¿Entonces, qué es lo que falla?

Nine está confeccionada desde su mismo embrión como un nuevo intento de su productor, Harvey Weinstein, de tomar al asalto, y en plena temporada alta, las principales ceremonias de premios de Hollywood. Méritos al film no le faltan: la brillante puesta en escena de Rob Marshall nos reserva una butaca de primera fila para un espectáculo de Broadway -a su vez basado en el mítico film 8 y 1/2 de Fellini- para ilustrar un enredo amoroso que incluye engaño, culpa y pasión.

No obstante, y al igual que en el Chicago en el que Marshall adaptó a Bob Fosse, todo esto se resiente por una narrativa cansina que ve su hilo argumental suspendido cada vez que se inicia uno de sus jugosos números musicales. Nine es un film brillante pero da la impresión de que sufre la misma crisis de identidad de su protagonista: o no avanza o lo hace a trancas y barrancas, y su lujosa puesta en escena no hace sino enfatizar esa impresión. Los números musicales, brillantes todos y cada uno de ellos, no implican emocionalmente a los personajes, y todo parece afectado por una frialdad que contrasta con las palpitaciones lujuriosas que se nos quieren vender.

No obstante, la mitología mediterránea de la que bebe el film proporciona imágenes de impagable atractivo, y el brío que le proporciona su equipo actoral al completo, sin excepciones, convierten Nine en una experiencia que merece mucho la pena. El plantel de féminas que adornan las fantasías sexuales de su malo-macho protagonista, presentadas en forma musical, hace que el personal quede a la espera de más, y Marshall cumple aquí con creces.

El director de Chicago y Memorias de una Geisha juega con entusiasmo, era de esperar en él, las bazas más superficiales del producto y lo adorna con imágenes y momentos memorables. Mima a sus actores y monta un energético show que bebe de la mitología felliniana y permite a unas excelsas Marion Cotillard y Penélope Cruz -sin desdeñar a Kate Hudson o Judi Dench- componer, cobre todo la primera, personajes con vida propia. El film avasalla, conmueve y divierte puntualmente, pero encorseta el retrato de un cine –el italiano de los 60- y unas sensaciones –sexo, religión y culpa- que necesitaban menos aparatosidad y más vida. Nine se contempla como una exhibición circense en primera fila, pero de las de se mira pero no se toca.

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