Mal ejemplo: neuras de los treinta vs. ansiedades preadolescentes
Inserta en esa potente resurrección de la comedia gamberra norteamericana liderada por Judd Apatow y una nueva y privilegiada cohorte de brillantes humoristas televisivos, el film se centra en los comportamientos, más que en gags visuales, y en unos diálogos insolentes pero ingeniosos y verosímiles.
L D (Juanma González) La película sigue a dos amigos, Danny y Wheeler (Paul Rudd y Seann William Scott), el primero serio y abrumado por su inmersión en la treintena, el segundo, su pura y dura antítesis. Cuando debido a un incidente hilarante en un colegio, ambos se ven obligados a dedicar sus horas libres a trabajos sociales con dos adolescentes para evitar ir a la cárcel, ambos dudarán de su capacidad para hacer frente dicha responsabilidad. No obstante, y tras pasar algunas horas con los muchachos, quizá no se les vaya a dar tan mal como parece…
Afortunadamente, Mal ejemplo sigue la senda de las mejores muestras de dicha comedia y no de las peores, y ya tenía ganada cierta complicidad del que esto escribe. Sin obviar el humor grueso pero sin alardear, el film de David Wain –no, ésta no es de Apatow- destaca por un trazo amplio pero que deja sitio a alguna sutileza gracias al compromiso con sus personajes, la química entre estos, y a su voluntad de resultar irónica sin ser sangrante. Su universal franqueza regala instantes certeros como la memorable reacción de Danny en un sucedáneo de Starbucks ante su incapacidad de pedir adecuadamente un café, o los imposibles diálogos otorgados por el personaje de Jane Lynch, una trasnochada drogadicta reconvertida en monitora de manual.
Con la esperada abundancia en situaciones cafres y en diálogos incontinentes, el film se distingue por alumbrar a sus personajes con ternura, planteando en cada uno de ellos conflictos de libro, pero siempre universales y genéricos. Bajo la superficie convencional de Mal Ejemplo, y su despreocupada puesta en escena, subyace el consabido mensaje del paso a la vida adulta, la aceptación del diferente y el cuestionamiento de la moralidad aceptada, y sobre todo, simplemente cómo disfrutar de las pequeñas cosas para conseguir acercarse a algo parecido a la felicidad: pero sin moralinas ni adoctrinamientos, y prolongando la diversión hasta el final.
El film no sería lo que es –una sensata comedia gamberra sin voluntad de trascendencia: ni más ni menos- sino es por la empatía que despiertan sus protagonistas. En esta tesitura, Paul Rudd demuestra (otra vez) que es uno de esos discretos payasos que sirven para un roto y un descosido, Seann William Scott que nació para interpretar una y otra vez al Stifler de American Pie (a la que ésta supera ampliamente); y además se nos brinda la oportunidad de volver a encontrarnos con el memorable McLovin de la todavía más reivindicable Supersalidos: el joven Christopher Mintz-Plasse vuelve a otorgar a su patético personaje un halo de humanidad, magia y autenticidad freak que, simplemente, está fuera de toda duda.
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