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Los hombres que no amaban a las mujeres: misoginia rampante e intriga nórdica

Los hombres que no amaban a las mujeres es la primera de las adaptaciones cinematográficas que, a buen seguro, acabarán plasmando la trilogía literaria de Millenium en la gran pantalla. El resultado es una intriga algo difuminada y carente de agilidad, pero muy interesante.

L D (Juanma González) Larrson es uno de los responsables, vía best-seller, de la revitalización de la etiqueta negra versión europea, al menos en cuanto a nivel de venta editorial se refiere. El film que lo adapta está bien interpretado y refleja el carisma de sus personajes con cierta fortuna, pero quizá acusa una traslación demasiado imitativa de la arquitectura de su original literario, dando como resultado un film más que correcto y que engancha, pero que no aprovecha sus verdaderas posibilidades fílmicas.

El resultado acusa cierta frialdad sueca y una puesta en escena algo monótona que resta agilidad al conjunto, pero en ocasiones también se beneficia de las ventajas de un tempo más lento que los de sus análogos norteamericanos. Los hombres que no amaban a las mujeres dura nada menos que dos horas y veinte minutos, sin duda tiempo suficiente para desarrollar su línea argumental y esbozar más de una idea o dos.

Aunque no es hasta la hora de metraje cuando el espectador empieza a vislumbrar la materia prima bajo el chasis argumental de esta primera entrega, justo en el momento en que los dos improvisados detectives unen sus fuerzas de forma definitiva. A partir de ese momento el conjunto empieza a estar verdaderamente cohesionado -tarde- en torno a una intriga criminal de un desarrollo inverosimil pero con implicaciones fascinantes, dejando atrás algunos episodios que oscilan entre lo innecesario y lo deslumbrante.

Sería injusto subrayar que dichos giros en la historia retrasan el desarrollo de la misma, pero a veces es así. No obstante, entre éstas está la larga y casi Tarantiana, extraordinariamente explícita, secuencia de los abusos sexuales a los que somenten a uno de sus personajes y la venganza que desencadena, que pese a retrasar el desarrollo de la obra, al final se revela vital para cerrar el viaje sentimental del film. Y es que el pathos emocional del material urdido por Larrson señala el impulso sexual como seña de identidad nacional, y también espina dorsal de una trama criminal de ramificaciones internacionales.

Pero al final, la espera da sus frutos y el espectador se engancha a través de unos personajes suficientemente desarrollados, tan fascinantes como políticamente incorrectos, a la vez que dotados de una extraña candidez. La desequilibrada e inteligente Lisbeth Salander interpretada la joven Noomi Rapace parece destinada a convertirse en toda una figura detectivesca literaria –ya lo es- y quizá del celuloide. La templanza en el dibujo de sus traumas no evita esquematismos, pero raciona bien los claroscuros de un personaje que presume de incorrección y que está muy bien interpretado.

Al final, el resultado es un (ahogado) ataque contra la plácida superficie de uno de los sistemas de bienestar social por excelencia, ceñido a presión sobre el individuo hasta constreñir y enterrar unos impulsos que, de una manera u otra, acaban saliendo a la luz de forma enferma.La intriga de Los hombres que no amaban a las mujeresquiere emparentar la misoginia violenta y sádica con un secreto familiar largamente enterrado, y de ahí pasa a esbozar una trama internacional y política. Lo hace sin demasiada intensidad, pero con naturalidad y paciencia, y se lo agradecemos.

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