Porque el conjunto, pese a sus virtudes, no llega tan lejos como pretende, pese a ciertas gotas de dramatismo esteticista que la acercan más a los dominios del thriller extremo. El film es la odisea trágica y cruel de dos muchachas brutalmente agredidas por unos desalmados, que a su vez van a tener la desgracia de alojarse en la casa de los padres de una de ellas. Cuando éstos, debido a cierto giro de guión que no vamos a relatar, descubren que son los culpables de la desaparición de ambas, los delincuentes van a lamentar el haber entrado en la última casa a la izquierda...
Producida por el propio Wes Craven, director de la anterior versión –que, a su vez, tomaba prestada su premisa argumental nada menos que de El manantial de la doncella, de Bergman-, el film del sueco Dennis Iliadis se apunta al revisionismo pulcro, trepidante y estético que de los horrores de las últimas décadas viene filmando Hollywood a falta de nuevas propuestas.
Y como tal cumple. No obstante, el film no acierta a presentar los apuntes políticos y sociales (y el tono de puro western de acción) que sí tenía la brillante Las colinas tienen ojos, otro remake de un film de Craven realizado hará unos años por el francés Alexandre Aja, y tampoco resulta tan espectacular como el repaso de Amanecer de los muertos que propició Zack Snyder en fechas recientes. Y si esto sucede es debido a que sus personajes están menos perfilados de lo que sería deseable, y el mensaje -también vertebrado en torno al enfrentamiento entre dos núcleos familiares- aparece presentado de forma más previsible, tomando formas igual de –deliciosamente- manipuladoras, pero menos atrevidas.
No obstante, cabe reconocer que la narración en dos partes sigue funcionando muy bien, y pese a tornarse previsible en su último acto, el film conserva un buen pulso durante la mayor parte del metraje. Y por su puesto, queda el verdadero motivo de que el remake se haya realizado, que no es otro que la brutal y larga secuencia que envuelve el secuestro, vejación y cruel asesinato de las dos jóvenes adolescentes, que en su desenlace proporciona una interesante derivación argumental respecto al original (no del todo bien aprovechada). Es en ese momento cuando el film de Iliadis se vuelve insoportablemente descarnado, sádico y turbio, aportando una violencia realista inesperada en el cine norteamericano comercial al que se trata de sumar cierta poesía e inocencia que, sin embargo, no acaban de alejar el film de lo convencional.
Pero La última casa a la izquierda es un film digno. De una violencia y crudeza innegables, cabe reconocerle una inmoral, realista y básica fuerza, que es la que los fans del original promocionan. No obstante, el desenlace carece de las incógnitas necesarias para justificar la tortura, y uno se pregunta si se pudiera haber aportado un giro a la (a)moralidad de la historia.