En la boda de mi hermana no se libra de caer en todos y cada uno de esos lugares comunes con alevosía, pero cabe reconocer a sus responsables que, al menos, han logrado un film con cierta vida, algo complicado dadas las limitaciones del producto. ¿La razón? Pues simplemente presentar una película incuestionablemente idiota, pero que resume y remoza de forma breve y ágil las aportaciones al género de la última década. De esa manera, En la boda de mi hermana presenta gags visuales que recuerdan a comedias de los Farrelly como Algo pasa con Mary; introduce con calzador un elemento mágico a lo Embrujada (aunque en este punto el film fracasa estrepitosamente); y sitúa a los personajes en el umbral de la treintena como en la serie televisiva Friends.
En definitiva, En la boda de mi hermana rezuma una cierta alegría y vitalidad que otras muestras igual de rutinarias matarían por tener. Y aunque sabemos que todo esto lo hemos visto antes, la verdad es que títulos recientes como Exposados o la española Que se mueran los feos (por citarlos de varias nacionalidades) carecían por completo de la agilidad y desparpajo con la que Mark Steven Johnson hace avanzar la acción, así como, por ejemplo, su más que suficiente uso del panorámico, e incluso su descaro alejado de todo cinismo. Si a ello añadimos que el diseño de producción (que se permite aprovechar de forma modesta el atractivo de Roma y Nueva York) y la luminosidad de la fotografía hacen quedar bien al director de las horribles Daredevil y Ghost Rider (por cierto, menudo cambio de género), pues podemos concluir que En la boda de mi hermana puede presumir de tener más gracia visual que aquellas.
No obstante, que nadie piense que por eso se libra de la quema. Se trata de un film mediocre, rutinario y mecánico a más no poder, y aunque su admirable concisión impide que el aburrimiento haga acto de presencia, se olvida a la misma velocidad que se consume. Pero el desenfado de su pareja principal (los televisivos Josh Duhamel y Kristen Bell cumplen sobradamente) y ciertos arrebatos de ironía la hacen superior a la media: ahí están breves instantes como el de Beth robando las monedas de la fuente y organizando todo el desaguisado (escuchen aquí la música de Christopher Young, compositor habitualmente dedicado al género de terror) o la sucesión de gags de la primera media hora del film en la capital italiana, que guardan lejanos ecos de El guateque, aquella maravilla de Blake Edwards protagonizada por Peter Sellers.