Por ejemplo no se pueden dejar los atriles sin un material que amortigüe el ruido al dejar encima las estatuillas, que parece una tontería pero cuando suena el golpetazo por el sistema de sonido se pierde mucho glamur; ni poner una foto de Rafael Azcona en lugar de Fernando Fernán Gómez, que era el autor al que se estaba citando en ese momento.
Tampoco es conveniente que los que van a presentar los premios no sean capaces de aprenderse las dos frases que deben recitar aparentando naturalidad. Marisa Paredes, en la que encima concurre el agravante de haber presidido el cotarro, dijo “los actores al mejor actor”; Icíar Bollaín se trastabilló en su brevísimo texto y Goya Toledo anunció el nombre del receptor del premio que entregaba sin decir eso tan bonito de “y el ganador es…”.
Cuando la gala se retransmitía con un diferido de varios minutos, el bucle temporal permitía al personal de realización disimular todos estos fallos. Este año, en riguroso directo, ese colchón de seguridad ha desaparecido, por lo que hemos podido asistir a las caídas relatadas aunque, por fortuna, no ha habido que lamentar más daños que los puramente estéticos.
El que sí ha demostrado profesionalidad es Buenafuente, a pesar de que los monólogos que le han escrito para la ocasión no han sido especialmente afortunados. Digamos que el cambio de guionistas se ha dejado notar más de lo imprescindible.
En cuanto a las reivindicaciones políticas, tan habituales en otros tiempos, este año no ha habido la menor mención a la crisis económica, el paro o el constante envío de tropas a Afganistán y otros escenarios de paz. En este apartado sólo ha habido agradecimientos para las televisiones públicas que han financiado las películas concursantes, para el ministro de Industria, presente en la sala, y una exigencia del presidente de la academia, Alex de la Iglesia, para que una ley obligue de una vez a las televisiones privadas a “colaborar” con el cine español para enriquecerse mutuamente, o al menos eso es lo que opinan los cineastas.
El momento más surrealista llegó al final, con la aparición de Pedro Almodóvar y el auditorio puesto en pie mientras TVE nos mostraba los rostros emocionados de los asistentes, muchos de ellos tratando de evitar que las lágrimas les estropearan el maquillaje.
TVE nos privó en ese momento de un primer plano de Esteban González Pons y Nacho Uriarte, presentes en el acto, así que no podemos asegurar que hayan vertido también un río de lágrimas, pero la emoción con toda seguridad iba por dentro. Las pestes que el director manchego ha vertido sobre la academia y sus miembros en un arranque de celos al borde del ataque de nervios quedaron en el olvido y todos vuelven a amar a “nuestro director más internacional”. Pelillos a la mar.
El apartado emotivo quedó cubierto con la entrega del Goya de honor al veterano director Antonio Mercero, víctima del Alzehimer. Mientras en las pantallas se veía a Alex de la Iglesia haciéndole entrega en su casa del galardón, los ojos de los presentes se perlaban por la emoción y hasta el Gran Wyoming derramaba lágrimas en primer plano. Es que son “moe” buenos.
Premios Goya: en diferido parecían casi profesionales
La principal novedad de la Gala de los Goya este año ha sido también el mayor problema con que se han debido enfrentar sus responsables para hacer pasar la fiesta del cine español como un acto rutilante. O han ensayado muy poco o es que no dan mucho más de sí.
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