El libro de Eli se presenta como un válido remedo de la reciente The Road (film a revisitar, pero ya) y Mad Max. Como la primera, rebusca entre las raíces primarias que definen la convivencia humana y, como la segunda, explora y retuerce los límites del cine de pura acción con un punto grotesco. No obstante, la película asimila sus precedentes con una madurez inusual en el blockbuster de acción hollywoodiense, y si ello ocurre, es gracias a la labor de los hermanos Hughes en la dirección y la presencia carismática de un Denzel Washington que, haciendo lo de siempre, consigue convencer una vez más.
Los Hughes tienden a visualizar los instantes más espectaculares o violentos en plano secuencia, creando paralelismos con el estilo desplegado por Alfonso Cuarón en ‘Hijos de los hombres’, o incluso como el Park Chan-Wook de Oldboy. El resultado es un estilo que intenta no hacerse notar y que huye del habitual montaje apresurado y picado imperante en el cine de acción de Hollywood. El resultado no podía ser más positivo, y los sucesivos encuentros de Eli con los hombres de Carnegie cobran renovado interés gracias a la claridad con los que vemos tanto los instantes más espectaculares (ver la voladura del furgón) con los más dramáticos (el tiroteo final en el exterior de la casa). Los Hughes demuestran ser buenos capitanes, gradúan muy bien la cantidad y no abusan del golpe de efecto más que para tensar el ambiente de un western de ciencia ficción (busquen los homenajes a Sergio Leone: los encontrarán) que se ayuda de un sorprendente componente ético y religioso que da cierta resonancia al conjunto y le aleja de la vacuidad de un blockbuster al uso.
No obstante, El libro de Eli no acaba de consumar sus buenas intenciones por culpa de una galería de secundarios bastante desangelada que desmerece de la pareja antagonista, un Denzel Washington que soporta el peso del film con la facilidad de siempre y un Gary Oldman que recupera, después de demasiado tiempo, su estampa tullida y patética para componer un villano como mandan los cánones. Los Hughes también dilatan el final en exceso, y se olvidan de escalar adecuadamente los acontecimientos del último tramo del largometraje, dando al traste con el atractivo logrado durante la mayor parte de un film que, por otro lado, tampoco acaba de turbar con su componente místico y religioso (los Hughes podían haber sacado más jugo al contenido del libro del título).
No obstante, El libro de Eli compensa sus defectos; es un film que deglute muy bien sus influencias y que no acusa su naturaleza de pastiche, proponiendo una aventura bastante auténtica y de un tempo sorprendentemente lento para un blockbuster de acción. El sobrio entusiasmo de sus directores y la espléndida factura técnica del film (atención a la música de Atticus Ross) hacen de él una buena experiencia.