Hace apenas unas semanas pudimos disfrutar de Shutter Island, en la que Scorsese ponía toda su sabiduría cinematográfica al servicio de una buena historia que, de todas formas, estaba por debajo del nivel de su puesta en escena. Algo parecido le sucede a la formidable El escritor, que marca la diferencia con el resto de estrenos actuales gracias a la personalidad de su director.
Polanski juguetea con el cine y el espectador a lo largo de todo el metraje de una cinta que destaca, precisamente, por el completo dominio del realizador a la hora de equilibrar thriller, comedia negra y reflexión política de última hornada sin resultar moroso. Y todo ello el director de El quimérico inquilino lo hace aunando con maestría todos los componentes cinematográficos a su alcance, desde la música hasta la fotografía.
Polanski viste el componente político del film de mordaz comedia negra, y revienta las expectativas del espectador con un film repleto de mala uva e indisimulado pesimismo. Pero lo importante es el puro y duro ejercicio de suspense y de memoria cinematográfica, en una trama de resonancias hitchcockianas en la que el polaco se divierte y juguetea mostrando el progresivo descenso a los infiernos del nuevo escritor y el trasplante de identidades resultante de asumir el peligroso encargo. La vehemencia y la clase con la que Polanski narra El escritor parecen las mismas con las que confeccionó Frenético o La semilla del diablo hace ya décadas.
De modo que el autor de Chinatown disimula la escasez de verdaderas sorpresas a lo largo del argumento y hace de la necesidad virtud, logrando una escalada de suspense que siempre mantiene despierto al espectador. Para ello se sirve de un Ewan McGregor que guía con desparpajo y solidez la trama (sin caer en la monotonía que exhibía en Los hombres que miraban fijamente a las cabras) y de un Pierce Brosnan que recupera su desconocida faceta de villano y paladea cada uno de sus minutos en pantalla, que deberían ser más.
De modo que, pese a un cierto exceso de metraje y la carencia de verdaderas sorpresas, el talento visual y cinematográfico desplegado en el film y el dominio con el que el polaco gradúa los secretos y descubrimientos que componen la trama sepulta casi todos los peros.