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El Destino Final: La muerte ronda en tres dimensiones

El Destino Final es la cuarta entrega de la saga de terror iniciada en 2000 en la que el mismísimo azar ejerce las veces como matarife. Cualquier elemento de nuestro entorno, por inofensivo que sea, puede convertirse en el arma de nuestra destrucción. ¿La novedad esta vez? El 3-D.

La cuarta entrega de la serie, que seguramente no será la última gracias a su desorbitante recaudación en EEUU, sigue el esquema de las anteriores con tal descaro que hasta hace gracia. En esta ocasión, no es un accidente de avión o de tráfico el detonante de la trama, sino un terrorífico siniestro en una carrera de Nascar al que acuden Nick, su novia y unos amigos. Tras una premonición de que algo horrible va a pasar, el joven salva la vida de varias personas justo antes de la tragedia. Naturalmente, el Destino no va a dejar impune tal profanación y no se detendrá hasta que el último de ellos descanse bajo tierra.

Lo mejor de El Destino Final es la falta de moderación de su director David Ellis a la hora de visualizar la violencia con humor y sangre, mucha sangre. En vista de que nada nuevo hay que contar –o que nada hay que contar-, lo mejor es ir al grano de manera descarada. En escasos setenta y pocos minutos, David Ellis -excelso director de segunda unidad en infinidad de títulos- se las apaña para orquestar un par de secuencias impresionantes que en realidad ocupan el grueso de un metraje en el que no baja el ritmo frenético de una narración inexistente, con unos personajes telegráficos. Es un alivio, en definitiva, que se nos ahorren conversaciones obvias, interpretaciones banales y justificaciones necias y que se vaya al grano con tal grado de desparpajo de serie B, o Z.

Por eso, el accidente inicial supone toda una avalancha de objetos que se dirigen al espectador para aplastar a algunos de sus personajes (atención a ese motor, o a la rueda…) que ya pone todas las cartas sobre la mesa. Otras como la que se desarrolla en una peluquería apuestan por un saludable suspense, realzado con tres o cuatro elementos, y otras por el gore y puro y duro (el brutal instante en las escaleras mecánicas). Ellis, en definitiva, aporta su sabiduría a la hora de confeccionar escenas de acción o suspense con cierta clase, aunque el producto sea todo un desastre narrativo.

El atractivo de la saga Destino Final siempre ha sido su mixtura de cine de catástrofes con el puro y duro slasher de toda la vida. El resultado es amoral kitsch, con las virtudes y defectos de otro título de terror reciente en 3-D, Un San Valentín Sangriento, que también sirven para la presente. En ningún momento se trata de una buena película, de hecho, es más bien lo contrario. Pero vaya risas, señores.

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