Dentro del devaluado cine de acción contemporáneo, Asalto al tren Pelham 123 supone una relativa rara avis en un género ahora dominado por cintas que emulan o adaptan el videojuego de turno. No me interpreten mal, el film interpretado por Denzel Washington y John Travolta es convencional hasta la médula, pero trata de distanciarse de espectaculitos recientes basando su potencial en sus carismáticos actores protagonistas. Y lo consigue.
Y es que el film de Tony Scott, que lleva ya más de un cuarto de siglo instalado en el género, apuesta por generar velocidad a través de los diálogos, más que por la vía de la acción y la pirotecnia visual, que la tiene y en cantidad suficiente. El hermano de Ridley Scott utiliza su entusiasta puesta en escena habitual para elaborar un lavado de cara de la cinta dirigida por Joseph Sargent, una de esas joyas del thriller setentero enterradas bajo decenas de films petardos a lo largo de décadas.
Es por eso que el suspense prima sobre la explosión, y el diálogo sobre el mero encadenamiento de fuegos artificiales y puñetazos. Lo que se dice un film de acción basado en los personajes, convencional pero correcto donde los haya. Añádase a la mezcla el hecho de que Nueva York luce igual de bien que siempre -potenciada por la excelente música de Harry Gregson Williams en los créditos iniciales-, y un epílogo que pone el broche de acción al conjunto, para que el resultado herede del original virtudes suficientes como para colocarlo por encima de la saga veraniega de turno.
Pese a todo y a que ninguna sorpresa se oculta bajo Asalto al tren Pelham 123, la cinta mantiene muy bien el interés pese a la carencia de sorpresas. Scott consigue añadir algunos puntos oscuros y ambigüedades sobre los personajes que nunca llegan a tomar en control del desarrollo, pero que lo enriquecen. También raciona el humor y la violencia con la solvencia de quien conoce el oficio como la palma de su mano, y se permite todavía experimentar y disfrutar con entusiasmo de él.
Ayudado, eso sí, por un Denzel Washington que dota de su porte y dignidad habitual a su personaje –y de qué manera: ver su reacción cuando es acusado de soborno, o las conversaciones telefónicas con su esposa-, y un John Travolta que le da la réplica construyendo su villano por la vía del exceso, el film mantiene la tensión durante los cien minutos de rigor.
Es la rivalidad y relativa afinidad entre ambos lo que genera la dialéctica que vertebra todo el film. El carisma de sus estrellas justifica un actioner al uso, una descarga de testosterona que no ataca a la neurona, extremadamente visible y recomendable para el fan del género de verdad, es decir, de Arma Letal o Jungla de Cristal.