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La noche de los piquetes

Del piquete de los artistas al de la EMT. Madrid ha sido un piquete nocturno, febril, vociferante y con las cosas muy claras. La huelga funcionará si ellos consiguen parar la ciudad antes de que amanezca. Sólo los vampiros producen idéntico temor. Tal vez porque trabajan en el mismo horario.

El verdadero pistoletazo de salida de la huelga general de este 29 de septiembre no ha sido el acto unitario celebrado al alimón por Toxo y Méndez en la Puerta del Sol, sino un show triste, casi burlón, que el tercer sindicato, el de la ceja, ha organizado en la plaza de Santa Ana. Un par de actrices desconocidas, algún numerito circense, un rapero –bastante mejorable– y un par de sindicalistas de segunda como broche final ha sido el selecto menú que los más zapateristas que Zapatero han ofrecido a su minúscula audiencia congregada frente al Teatro Español.

Y eso que la noche acompañaba, pero para lo que había que ver (y oír), muchos prefirieron acercarse hasta la Gran Vía y dejarse ver con sus camisetas rojas y sus banderines de plástico por el todo Madrid cosmopolita que aún sigue saliendo entre semana, con o sin huelga.

Terminado el trámite de los artistas, el grupo se divide en dos. Uno se dirige bailoteando por las callejuelas del centro hacia la plaza de Jacinto Benavente; otro, algo más combativo, tira calle abajo para Atocha... "Hay que parar la Renfe", dicen. Un poco más abajo de Antón Martín aparece el primer piquete en condiciones. Ocupa los dos sentidos de la calle y los coches se ven obligados a dar media vuelta. ¿Policía?, ni está ni se la espera. Es relativamente numeroso, unas 150 personas, casi todas de CCOO, que ha escogido esta parte de la ciudad porque les coge cerca de su sede y cuartel general de operaciones huelguiles.

"Hasta que no cierres, no nos vamos"

Tratan, a gritos, de que cierre un bar, abierto pasadas las doce con seis o siete personas dentro apurando el carajillo de madrugada. "Hasta que no cierres, no nos vamos" corea el piquete al unísono. Los más jóvenes y entregados a la causa golpean la luna y hacen ademán de bajar las persianas con la clientela dentro. Uno de los miembros del piquete, revoltoso y andarín, pasea piquete arriba, piquete abajo con una bandera tricolor de la 2ª República como si le hubiesen puesto un motorcillo en el trasero: "Hueeelgaaa, hueeelgaaa!", vocifera convencido de que ninguno de los vecinos de la calle Atocha está pegando ojo por su culpa y, claro, al día siguiente no les quedará otra que hacer huelga.

Logrado el objetivo de cerrar el bareto, la marabunta piquetíl baja deprisa hasta la plaza de Atocha previa parada en un Sex Shop, en cuyas puertas se paran unos a increpar. No acierto a comprender si lo hacen porque el peep-show no ha cerrado o porque les parece mal lo que se hace ahí dentro. Probablemente una mezcla de ambas cosas. La policía, varios furgones nuevecitos, de los de la última hornada, espera en la plaza a pocos metros del Brillante, que también ha tenido que echar el pestillo para evitar males mayores.

En la plaza de Carlos I el piquete se empequeñece. Son pocos, la plaza es grande y, como está en obras, tienen que ir en fila india para sortear las vallas. Aquí se produce una nueva escisión. Una parte va hacia la estación de Delicias "a ver a los ferroviarios", la otra a las oficinas de Renfe, se supone que a lo mismo. En la parte alta del paseo de las Delicias un autobús que viene de Parla con un cartel muy visible en el frontal en el que pone, en letras bien grandes, que se trata de un servicio mínimo, recibe el alto. Varios piqueteros increpan al conductor y tapizan su lado del parabrisas con numerosas pegatinas.

El hombre se enfada, no puede ver, y si no ve es incapaz de conducir el autobús. Desde la acera un sindicalista metido en años le recuerda, a gritos, que está poniendo en riesgo a los viajeros si sigue conduciendo. Entonces sucede el milagro, un equipo de televisión hace acto de presencia. La policía entra en escena. El conductor retira algunas pegatinas y accede a que el reportero y su cámara suban al autobús. El asunto termina ahí, los sindicalistas se dispersan en dos grupos. El de Atocha se encuentra la estación cerrada a cal y canto con un par de mendigos tirados en la puerta, dos policías y un grupo de personas esperando el búho que no llega nunca. La estación es un culo de saco donde muere el piquete... y la huelga. Hay que volver atrás.

No muy lejos de allí, en el paseo del Prado, vuelve la actividad. Un piquete ha detenido a varios autobuses de la EMT en el carril-bus. Pegatinas y parabrisas y perorata al conductor. "Oye, que hay huelga", "sí, ya lo sé, pero esto es un servicio mínimo", "pero, hombre, no puedes conducir así, con el parabrisas lleno de pegatinas, que te vas a dar un piñazo", "pero si las pegatinas me las acabas de poner tú", "ya, pues eso". Conversaciones circulares que sólo pueden darse en el reino del sinsentido en el que los piqueteros se sienten como en casa.

En la parada que hay frente al Hotel Nacional los conductores se apean y quitan las pegatinas de los espejos y los parabrisas para poder continuar camino hacia Orcasitas, Carabanchel y otros barrios del Madrid más obrero. Dentro, los viajeros asisten atónitos al espectáculo. Hoy volver a casa está convirtiéndose en una odisea, mañana quizá lo mejor sea no venir, por si las pegatinas.

Parar la EMT

En la calle Lope de Vega, a tiro de piedra de la fuente de Neptuno, está el cuartel general de CCOO. Dentro de su auditorio, llamado Marcelino Camacho en homenaje al legendario sindicalista, la actividad es frenética. Dos barras, una de bocatas y otra de bebidas, no paran de recibir visitas de hambrientos (y sedientos) piqueteros que hacen un alto en el camino. En el salón se reciben las últimas instrucciones. Son las 2:30 de la mañana y toca organizar la excursión-piquete a las cocheras de la EMT en Fuencarral. El orador pide que vayan en coche porque apenas hay búhos, sólo dos en toda la madrugada. Una vez allí, él y otro "encargado del piquete", apostados cada uno en una puerta de la cochera, se "encargarán" de "parar la EMT".

Fuera, junto a la fuente, dos piqueteras retoman fuerzas con un bocata apoyadas en el capó de su coche. "Si quieres te llevamos hasta las cocheras, vamos a vigilar que se cumplan los servicios mínimos y no metan más autobuses" cuentan entre bocado y bocado. "Y si los meten, ¿eso significa que hay chóferes que quieren trabajar?", pregunto intrigado, "sí, pero si hay autobús, la gente mañana podrá cogerlo y entonces adiós la huelga". Para eso están los piquetes, para que la huelga siga y se recargue conforme avanza la madrugada. A las tres de la mañana sale el piquete de la EMT. Si triunfan, Madrid no tendrá mañana autobuses en los que moverse. "Hay otro piquete en el Metro y otro en Renfe" me confiesan. De ellos depende que la huelga triunfe o fracase, que la noche de los piquetes haya tenido sentido o no.

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