En principio, un aumento de la productividad siempre debería ser motivo de alegría. Con esta mejora, las empresas españolas deberían ir poco a poco mejorando su situación en el mercado exterior y aprovechar las exportaciones para compensar la caída del débil mercado interior.
Sin embargo, como explica con claridad Vicente Esteve, catedrático de Economía en la Universidad de Valencia, en España, la subida de la productividad por persona ocupada “se ha derivado de la inexistencia generalizada de planes de reducción de jornada laboral y del mayor ajuste relativo de las plantillas de las empresas”.
Vamos, que las compañías alemanas, francesas o inglesas han visto bajar su productividad a cambio de apretarse el cinturón sin despedir a sus trabajadores (con medidas de reducción de jornada, congelación de los salarios o pactos con sus empleados). Mientras, en España, la tendencia general ha sido a deshacerse de los empleados sin contrato fijo, lo que como señala Esteve, “se ha visto favorecido por la mayor proporción de contratos temporales en nuestro país”.
Fuente: vicenteesteve.blogspot.com
Es decir, que la productividad ha crecido en España porque en un departamento donde antes había seis personas trabajando ahora hay 3, que tienen que sacar adelante toda la tarea. De esta manera, mientras que en otros países con mercados laborales más flexibles los empresarios pueden intentar mantener su capital humano durante las crisis, ajustando costes con otro tipo de medidas; en España, la rigidez de los modelos contractuales lleva a muchas compañías a desprenderse rápidamente de sus empleados temporales.
La otra cara de esta moneda está en que cuando la economía va bien el resto de países de la zona euro suelen tener aumentos de productividad superiores a los españoles. El empleo creado en las épocas de bonanza en nuestro país suele estar asociado a trabajos de menos valor añadido y menos especialización.
Es una consecuencia lógica de lo anterior. Los trabajadores despedidos (y en España son legión) durante la crisis tienen mucho más difícil adquirir los conocimientos, la experiencia y el aprendizaje necesario para aportar un importante valor añadido en su empresa. Mientras, sus equivalentes alemanes o ingleses, que han visto a sus empresas adoptar medidas de flexibilidad laboral sin llegar a despedirles, han podido utilizar los momentos de vacas flacas para formarse.
Es difícil, sin embargo, que una empresa se gaste dinero en formar a un trabajador temporal; y tampoco es fácil que haga fijo a alguien a quien le costará mucho dinero despedir si las cosas se tuercen o su rendimiento no es el esperado.