Es difícil poner una fecha siquiera simbólica al comienzo de la Globalización porque ha sido el resultado de la suma de muchos factores. Moviéndonos de los más profundos a los más superficiales, el primero es el cambio tecnológico y el abaratamiento de los transportes y las comunicaciones.
Durante los siglos XIX y XX, el desarrollo tecnológico estaba ligado a infraestructuras físicas, y la productividad del capital de una industria dependía críticamente de la proximidad geográfica a otras industrias complementarias. Esta clase de tecnología generaba un patrón de crecimiento con fuertes desigualdades geográficas, y la división del mundo entre países "industrializados" y "no industrializados".
Sin embargo, el abaratamiento de los costes de transporte (debido a mejoras técnicas y a la introducción del contenedor multiusos), y de las comunicaciones, y la transición hacia una industria más ligera, han facilitado la división de los procesos productivos entre países, creando unas condiciones en las que el capital puede ir en busca de las bolsas de trabajo más baratas.
Este cambio tecnológico fue acompañado de un conjunto de medidas liberalizadoras en el comercio internacional, y desde los años setenta, de un aumento de la libertad para el flujo internacional de capitales. Con la caída del Bloque Socialista y la liquidación del comunismo económico en China, se completaron las condiciones necesarias para tener una economía global donde la convergencia económica entre países saltase de los libros de texto a la realidad histórica.
Un mundo en convergencia
Y la realidad se comportó como prometía la teoría: desde 1980, el mundo ha crecido más que nunca antes y millones de personas (especialmente en China y el eje asiático de prosperidad, que se extiende de Corea a Tailandia) han salido de la pobreza, pero también en el resto del mundo no desarrollado.
El número de personas que vivían con menos de un dólar al día (corregido de inflación) se ha reducido desde el 20% de la población mundial en 1970, al 5% en 2000, y como se ve en el siguiente gráfico (procedente de este artículo de Sala-i-Martin, que presenta la distribución de la renta mundial en 1970, 1980, 1990 y 2000), el crecimiento global ha sido muy equilibrado en términos de igualdad.
Un mundo más igualitario y más rico, es un mundo que demanda más energía. La demanda por ser más rico, ya que la demanda energética bruta crece con la renta, y la demanda por ser más igualitario, ya que los individuos más pobres utilizan su renta en bienes con más contenido energético: la comida, el transporte o la vivienda, a la que pueden acceder millones de nuevos consumidores, exigen más consumo de energía por dólar gastado que los servicios y la alta tecnología que demandarían con sus ingresos adicionales otros consumidores más ricos.
En el sector energético es difícil creer que nos espere ninguna gran transformación tecnológica, ya que la Física fundamental de la energía es conocida desde hace un siglo, y seguimos utilizando tecnologías descubiertas hace más de ochenta años (con la excepción de la nuclear, de hace cincuenta), con lo que es difícil que haya cambios repentinos.
Las energías renovables que hoy se presentan como alternativas (solar, eólica y biofuel), implican la concentración de una gran cantidad de energía dispersa, que debe ser capturada con enormes cantidades de capital; ese modelo es un retorno tecnificado hacia la economía pre-industrial, frente al modelo (mucho más barato) de explotar fuentes de energía más concentradas, como las fósiles o la nuclear. Casi con toda seguridad este modelo pre-industrial tecnificado no podría sostener la población y nivel de vida presentes, y mucho menos responder a las necesidades de una economía global en convergencia.
Mientras el crecimiento económico sea alto y equilibrado (como lo ha sido en las últimas décadas) es muy improbable que la fuerza del progreso tecnológico (el aumento de la eficiencia energética) compense el enorme aumento de la renta y la significativa reducción de la desigualdad global, y por tanto la demanda de energía seguirá creciendo.
Mapa de usos de la energía, y sustitución entre fuentes primarias
Aunque la energía es un concepto unívoco, bien definido, y sometido a una ley de conservación, las fuentes de energía que mueven la sociedad industrial son heterogéneas. En el siguiente cuadro se presentan (en blanco) las fuentes de energía primarias, es decir, los recursos que existen en la naturaleza y que se pueden convertir en energía útil, en segundo lugar (en rojo) los productos energéticos secundarios (que se pueden utilizar directamente en el proceso económico) y (en azul) los sectores que demandan la energía.
En el esquema -que no incluye transformaciones energéticas posibles, pero muy anti-económicas (como producir electricidad con derivados del petróleo o combustibles líquidos con carbón)- se distinguen tres formas de energía útil fundamentales: la energía mecánica procedente de los motores de combustión interna (utilizada en el sector del transporte y en algunos procesos industriales), el calor (para uso industrial y residencial) y la electricidad (utilizada en los sectores residencial e industrial). Este mapa de las rutas energéticas (a un coste razonable) es la información más importante para entender el sector energético a nivel global.
Dejando a un lado la producción de calor (para uso industrial o doméstico), que es un asunto menor (ya que hay múltiples rutas y recursos para cubrir su demanda), el problema se divide claramente en dos campos: la producción de electricidad y la alimentación de los motores de combustión interna. En el campo de los motores el rey indiscutible es el petróleo, mientras que para la producción de electricidad, el mix de producción es muy variado.
En el caso de la energía eléctrica no hay ningún problema real a medio plazo para cubrir la demanda. Disponemos de dos recursos prácticamente ilimitados geológicamente para producirla. El primero es el carbón, que está alimentando la demanda china, y es con mucho la fuente de energía que más crece en el mundo. La electricidad producida con carbón es más barata, ya que su precio es más estable que el de otros combustibles, aunque también oscila y responden a las tendencias generales del mercado energético.
Si el lector teme el impacto sobre el clima del dióxido de carbono producido al quemar carbón, existe una segunda opción: la energía nuclear, que es más cara y tiene plazos de ejecución muy largos, pero es igualmente abundante. A parte de los sabotajes ecologistas, no hay ningún problema significativo para la producción de electricidad durante un tiempo indefinido.
Sin embargo, alimentar los centenares de millones de motores de combustión interna que son la base del sector del transporte no es una tarea fácil. El petróleo que hoy los alimenta en más de un 90% es la fuente de energía primaria más versátil y barata que conocemos: la guinda del pastel de las fuentes primarias. No solo tiene una alta densidad energética sino que también se destila fácilmente en combustibles líquidos, fácilmente utilizables y transportables.
Durante la última década la oferta no ha sido capaz de crecer a la misma velocidad que la demanda (o dicho de una forma dual, los precios han subido sostenidamente), y su escasez se ha convertido en el cuello de botella más estrecho para el crecimiento global. Además, casi todas las reservas están en países corruptos, inestables políticamente, y en manos de empresas públicas escasamente eficientes. La combinación de su escasez geológica y de la escasez política inducida sobre él hace muy probable que siga aumentando de precio en los próximos años.
Desde luego, es importante dejar claro que no hay razones para creer en una súbita reducción de la producción petrolera que predicen los catastrofistas energéticos. Incluso si se alcanzase el máximo de su producción corriente en esta década (una hipótesis muy pesimista, en el rango de previsiones internacionales), seguiría quedando la mitad de la producción en el futuro: la geología, los fuertes retrasos entre producción y exploración, y el hecho de que el descubrimiento de yacimientos sigue un proceso estadístico, garantizan que la producción petrolera no va a variar rápidamente, ni al alza ni a la baja.
Además, los mayores productores viven del monocultivo de su recurso y no se pueden permitir retirarlo del mercado mundial, ni les interesa un nivel muy alto de precios que precipite los procesos de sustitución del petróleo por sus alternativas. Pero el recurso es geológicamente escaso, el precio lleva una década aumentando y a estas alturas es una rémora que solo va a empeorar.
El gas natural y las sustituciones energéticas en el s. XXI
Tanto la conversión de los recursos primarios en energía útil como la utilización de esa energía útil se realizan mediante capital. Es más, el capital solo sirve cuando hay energía para moverlo, y la producción de energía exige el uso de capital. Ambos factores están profundamente interrelacionados.
Muchos catastrofistas energéticos citan la inelasticidad de la demanda de petróleo (a corto plazo) como una prueba de que la dependencia del petróleo es irresoluble salvo con un gran cambio de modelo económico. Sin embargo, la elasticidad de la demanda de petróleo a corto y largo plazo es muy distinta. La elasticidad a corto plazo está determinada por la estructura del capital fijo de la economía. Pero si los precios son sostenidamente altos, eso afecta a las decisiones de instalación y renovación del capital.
Visto el problema de la sustitución del petróleo desde esta perspectiva, los altos precios de la energía implicarán primero una mayor inversión en tecnologías más eficientes: los automóviles híbridos o, simplemente, más pequeños son la primera respuesta a la carestía del petróleo (o quizá la segunda: la primera fue eliminar el petróleo de la producción eléctrica en los setenta). El encarecimiento del petróleo también abarata relativamente el tren de alta velocidad respecto al avión y el de mercancías respecto al camión.
El gas natural
Pero como se ve en el mapa del sector energético del apartado anterior, la pieza clave de la sustitución entre fuentes de energía primaria que nos viene impuesta por la escasez de petróleo es el gas natural, ya que es la única fuente primaria aparte del petróleo que puede utilizarse fácilmente en el sector del transporte.
Mientras los automóviles eléctricos son aún una tecnología distante (llevan siéndolo desde hace décadas), los automóviles de gas natural son ya una realidad cotidiana en muchos países del Tercer Mundo (hay más de 11,2 millones de unidades en circulación) y prácticamente ya son competitivos en precio y prestaciones (véase el caso de este VW Touran).
Según las reservas publicadas, el gas no es más abundante que el petróleo, pero juntos ambos combustibles son suficientemente abundantes (véase esta nota) para alimentar suficientemente la demanda mundial de combustibles para automoción más de treinta años.
Un corolario de lo anterior es que quemarlo en centrales eléctricas no es una buena idea (y cuando se empiece a usar en el sector de la automoción su precio aumentará, convirtiéndolo en una alternativa peor que los combustibles naturales para producción eléctrica: carbón y uranio).
Desde luego, la transición del petróleo al gas en la automoción será la primera transición energética "a peor" de la historia: el petróleo es un recurso más conveniente y fácil de transportar, y las relaciones entre países productores y consumidores son más de mercado y menos estratégicas cuando el combustible es líquido y se puede transportar fácilmente a cualquier puerto que cuando se depende de gaseoductos. Pero desagradable o no es, probablemente, inevitable.
España, que ha agotado casi todo su margen de maniobra energético en la quimera de las renovables, no debe tirar el poco que le queda jugando con el coche eléctrico. Disponemos de una amplia red de gaseoductos, y la apuesta energética más sensata es llevar esos tubos a las gasolineras y reducir así nuestra demanda de petróleo. Esto debe ser el resultado no solo de la presión del mercado, sino también de las decisiones de algunas grandes empresas (la que más responsabilidad tiene en este país es Gas Natural) y de la colaboración de la administración.
Es el momento de que se forme una gran coalición de intereses por la automoción de gas natural, y quien la organice y lidere estará haciendo un servicio capital a España y, eventualmente, a Europa.