“He sentido vergüenza”. Con estas palabras definió sus sentimientos el presidente en ejercicio del Consejo europeo y primer ministro de Luxemburgo Jean Claude Junker al constatar el estrepitoso fracaso de la Cumbre de Bruselas celebrada la semana pasada. Comparto sus palabras: la actitud del Consejo Europeo ha sido exactamente la opuesta de la que requería el momento y de lo que exigían los ciudadanos europeos.
Estamos ante una cumbre que no ha cubierto ni uno sólo de sus objetivos, que ha puesto al descubierto muy graves contradicciones y sobre la que cualquier comentario positivo queda fuera de lugar. El Consejo Europeo ha sido un chasco para la Constitución, para el Presupuesto, para la ampliación, para el proyecto europeo en su conjunto... y también para España.
Conviene, señorías, que llamemos a las cosas por su nombre porque si no somos capaces de acertar en el diagnóstico, no será posible que apliquemos un remedio eficaz. No piense su señoría que le estoy atribuyendo alguna responsabilidad. No podría. Nada de lo ocurrido durante la cumbre responde a la influencia de su señoría: ni para bien ni para mal. A todos los efectos, su presencia en el Consejo ha sido absolutamente irrelevante. Nada habría cambiado aunque usted no hubiera ido. Probablemente, de no ser por la foto, ni se notaría su ausencia.
Se lo digo con toda cordialidad porque me he propuesto no elevar el tono. No quiero, de ninguna manera, que el fiscal general del Gobierno pueda imputarme “actitudes vociferantes sospechosas”.
Ni siquiera en los días previos a la cumbre se apreció actividad alguna por parte de usted. Los jefes de Gobierno influyentes iban y venían, se visitaban, hablaban... Todos estaban en movimiento. A usted no le llamó nadie. No se contó con usted para nada. ¿Sabe su señoría que esto no había pasado nunca con los presidentes de gobierno españoles?
Las cosas no cambiaron al llegar a Bruselas. Hemos oído hablar del cheque británico, de la agricultura francesa, de la cólera holandesa, y de la protesta alemana... Pero no hemos oído, durante tres días, ni una palabra del caso español. Como si no hubiera caso español. Hemos visto que la gente trajinaba, entraba, salía, defendía con absoluta determinación sus intereses. Para saber algo de usted ha tenido que contárnoslo usted mismo en una rueda de prensa. ¿Y qué nos dijo? Que había ofrecido diálogo y talante.
Ni usted se reunió con nadie ni nadie echó en falta su compañía. Ha establecido usted un modelo de asistencia a las cumbres que, a poco que insista se bautizará con su nombre: bastará decir que alguien acude a una reunión al estilo Zapatero para que todos entendamos qué se quiere significar. Yo sé que este no es un terreno atractivo para su señoría. Le falta experiencia, preparación, convicciones y, seguramente, carácter. Pero el caso es que, con preparación o sin ella, es usted el Presidente del Gobierno y está obligado a defender los intereses de los españoles, al menos a intentarlo.
Seguramente, quienes le eligieron no estaban pensando en estas cosas sino en otras alegres camaraderías, pero esta es su responsabilidad más importante como presidente del Gobierno y no puede usted sustraerse a ella.
Esta cumbre, señorías, era importante por su objeto: el reparto de las cargas y del gasto comunitario, pero había cobrado una importancia adicional después del rechazo de Francia y Holanda a la Constitución.
Pues bien, el Consejo no ha sabido resolver ni un problema ni otro. Al contrario: nos ha dejado un sabor de crisis total, de incapacidad para seguir avanzando en las actuales condiciones, de final de etapa, de necesidad de revisar todas las bases en que se sustenta el proyecto europeo. Estamos, como ya se ha comentado, ante una crisis sin parangón en los cincuenta años de historia de la Unión Europea.
Por lo que se refiere a la Constitución, las cosas son mucho más serias de lo que usted les cuenta a los españoles e incluso de lo que su señoría imagina. A la Constitución, nos guste o no nos guste, - y a mi no me gusta- la han dejado ustedes para el arrastre tras la Cumbre de Bruselas.
Usted se niega a verlo porque su vanidad no se lo permite, pero es una realidad inexorable. El proceso de ratificación continúa, por supuesto. Nadie quiere asumir el papel de ejecutor ni menospreciar a quienes ya la hemos votado. Pero la han retirado de sus calendarios el Reino Unido, la República Checa, Portugal y Dinamarca. Finlandia y Suecia ni siquiera se proponen llevarla al Parlamento.
El proceso de ratificación «continúa», sí, pero «suspendido», que es la manera delicada de expresar que ha ingresado en la antesala del silencio y del olvido. Continúa, sí, pero sin planes, sin plazos, sin límites, sin fecha, es decir, sine die. Está tan viva la Constitución que la han dejado sobre la mesa para que se oree durante un año.
Vista la influencia que usted disfruta en la Unión y lo que se reclaman y respetan sus opiniones, debemos reconocer que hicimos muy bien los españoles en adelantarnos para dar buen ejemplo a los socialistas franceses. De no ser por nuestro buen ejemplo no sé qué hubiera sido de Europa y de su Constitución. Su señoría tenía mucha prisa, como si fuera el padrino de la criatura. Ahora me recuerda usted a esos conductores irreflexivos que compiten por llegar los primeros a la cola del atasco. ¿Se ha fijado usted en la cara que se les queda? La misma que tenemos ahora los españoles. Íbamos a ser abanderados en Europa y nos hemos quedado solos con una bandera que no se sabe para qué sirve y que ya no quiere casi nadie.
No me interprete mal. No me arrepiento de nada. En mi partido cumplimos con nuestras convicciones al votar sí y al pedir que se votara sí, gracias a lo cual el referéndum sobre la Constitución salió adelante en España. Nosotros actuamos responsablemente guiados por el interés de España y de Europa. Las prisas las puso usted solito por pura vanidad. Por lo que hemos visto después no había tanta prisa.
Lo que sí le aseguro es que, en lo que de nosotros dependa, el proyecto europeo continuará y Europa seguirá adelante. Hemos vivido hasta hoy sin Constitución y podemos seguir sin ella una temporada más. Al menos, hasta que el panorama se despeje y hayamos asimilado como es debido esta ampliación a veinticinco que, por lo visto, no hemos acabado de digerir.
Sr. Presidente. Respecto a la Constitución Europea sólo quiero hacer una advertencia. Nuestro Grupo no admitirá que para solucionar este bloqueo se opte por aprobar el único elemento que perjudica a nuestro país en el texto constitucional: la pérdida de peso de España en el sistema de voto en el Consejo. Hemos pasado por ello una vez pero no pasaremos dos veces. Requiero a su señoría para que dé garantías a esta Cámara de que vetará cualquier intento en este sentido.
Ha fracasado también el acuerdo presupuestario que era el objetivo principal de este Consejo.
Usted lo minimiza como si temiera que le responsabilicemos. Nada más lejos de nuestra intención. Tampoco en esto podemos culparle. Sé que estuvo usted en la cumbre pero me consta que no intervino en nada salvo sus balbuceos protocolarios en la votación final. ¿Cómo voy a culparle? No lo hago. Pero no defienda usted lo indefendible o tendré que pensar que su señoría no ha comprendido bien lo que ha ocurrido en Bruselas.
Para usted, según nos dijo, la razón del fracaso era que no se alcanzó un consenso mínimo, que es una expresión tan ilustrativa como decir que no fue posible el acuerdo porque estaban en desacuerdo. También nos ha dicho que los acuerdos no siempre salen a la primera, como si éste fuera un caso más de discrepancias en los prolegómenos de la discusión.
No, señoría. No se trata de que haya que afinar la negociación. El problema es más hondo y se refiere a las condiciones. En las actuales, no saldrá nunca. Hay cosas que funcionaban, mejor o peor, hasta la reciente ampliación, pero que ya no funcionan ni bien ni mal ni de ninguna manera, porque las circunstancias europeas han cambiado. Los compromisos de antaño no aguantan el peso de las necesidades de hoy.
No es posible hacer más Europa con menos dinero; no es razonable ampliar a veinticinco y querer funcionar como quince; carece de sentido estar todos a sacar y ninguno a poner. Así, señorías, no se va a ninguna parte, que es donde estamos ahora. El Consejo necesitará hacer algo más que volver a reunirse cuando toque, porque ha fracasado algo más que las cifras del toma y daca. Ha fracasado el diseño presupuestario, su estructura y, tras ello, una idea de Europa que ya está agotada.
¿Qué ha significado esto para España? Nada bueno, señorías. Lo teníamos muy mal en el Consejo y no hemos mejorado con el aplazamiento. Nos ha ido mal.
A su señoría, sin embargo, le ha ido mucho mejor porque se ha librado de presentar hoy aquí el resultado de su actuación. Bien puede estar usted contento porque todas las posibilidades de acuerdo que usted contemplaba, todas, eran pésimas para España. Alguien tenía que pagar la factura de la nueva ampliación y nosotros —que volvíamos según usted al «corazón de Europa»—, íbamos a ser los que más pagáramos y menos nos beneficiáramos de ella.
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Como es sabido, podíamos pasar de recibir los cuarenta y nueve mil millones (48.717) de € de saldo financiero neto que estamos recibiendo en este septenio, a recibir menos de cinco mil en el período 2007-2013.
La cuestión era si usted tendría la habilidad y la fuerza negociadora suficientes para evitar una debacle. Ya se ha visto, en los tres días que ha durado la cumbre, que no: que no quiso usted llamar la atención ni entorpecer el Consejo, ni mezclarse en disputas, ni incordiar.
A última hora, a la vista de los acontecimientos y para dar la impresión de que hacía algo, dio un salto en el aire y se sumó al veto que plantearon otros. Esta pirueta no la entendió nadie. A lo largo de toda la jornada se empeñó en decir que las negociaciones iban bien, y al final dice lo contrario se pasa al bando opuesto de aquellos con los que había estado de acuerdo toda la jornada.
Dejando a un lado la pirueta final, no hizo nada. Tampoco lo había pretendido. Antes de irse ya nos preparó el oído con su repertorio de excusas: que si somos más ricos, que si ahora hay más países a repartir... Todo eso es muy cierto, señoría, pero no justifica ninguna resignación. Más rica es Francia y no se resigna. Alemania no se resigna. Gran Bretaña no se resigna. ¿Por qué se resigna usted?
Lo que ocurre es que hay quien se especializa en las excusas y quien pelea por los resultados. Recuerdo que ustedes cuando se trataba de ingresar en el euro cultivaron la resignación y las excusas. Si dependiera de ustedes no hubiéramos entrado en el euro el primer día. Nosotros, en cambio, apostamos por los resultados y conseguimos que España se incorporara al euro desde el primer momento.
Hace seis años, cuando nosotros negociamos el presupuesto europeo actual, peleamos sin descanso hasta que salió dinero para España de debajo de las piedras. Logramos resultados. Ahora que les toca a ustedes dar la cara, cobijan su ineficacia a la sombra de la resignación y las excusas.
Con el aplazamiento se ha evitado usted un sofocón, pero las cosas se han puesto peor para España. Por ejemplo, Galicia y Castilla La Mancha pueden pasarlo mal. El retraso del acuerdo puede hacer perder 2.000 millones a Galicia y 1.150 a Castilla-La Mancha, ya que tienen muy altas probabilidades de salir del Objetivo 1. Dígame, Sr. Presidente ¿por qué ni siquiera intentó parar el reloj, y pedir a sus colegas que, aunque el acuerdo fracasase, las bases estadísticas que se iban a emplear a partir de ahora serían los actualmente vigentes?
Usted se ha librado de momento; España, no. España, cada día que pasa, pierde un poco más.
Es cierto, señorías, que la ampliación será imposible sin un gran esfuerzo de solidaridad financiera por parte de todos. Es cierto que dicho esfuerzo no se ha visto por ninguna parte y también es cierto que se ha exigido a nuestro país en mayor medida que a los demás.
El Partido Popular siempre ha creído en la necesidad de apoyar este esfuerzo de cohesión, pero, naturalmente, de manera proporcional a la capacidad económica de cada uno. Esto es lo que nos parece inaceptable, señorías: que España deba soportar injustamente una responsabilidad solidaria que desborda su peso.
¿Por qué hemos de aceptarlo? ¿Cómo es posible que España estuviera condenada a ser el peor perdedor en esta cumbre? La respuesta es muy sencilla. El peso político de España en Europa ha caído en picado desde hace un año, señorías. No nos engañemos con las fotos y las sonrisas. Todo eso no ha servido para nada.
1. Perdimos peso, en primer lugar porque su señoría se equivocó de alianzas. Le guste o no le guste es así. Usted renunció a unos aliados como Gran Bretaña, Dinamarca o Polonia, para alinearse con Chirac y Schröder. Ya le dijimos entonces que esas alegrías no resultarían gratuitas. Se empeñó en llamar a eso «el regreso a Europa». En Europa estábamos ya. Estábamos más y mejor antes de que usted llegara.
2. Hemos perdido peso, en segundo lugar, porque su papel en las cumbres es insignificante. Los dirigentes europeos estaban acostumbrados a otras actitudes españolas. A usted le han calado enseguida. Han visto que no quiere molestar; que se conforma con que le dejen estar. Por eso no cuenta para nadie.
3. En tercer lugar, hemos perdido peso, porque ha regalado frívolamente las mejores bazas que tenía en la mano a cambio de humo y de sonrisas. No se las voy a repetir otra vez porque ya lo he contado cuatro veces en esta Cámara. ¿Qué le han devuelto, además de palmaditas en el hombro?
Lo cierto es, señorías, que por primera vez desde que estamos en Europa, el presidente del Gobierno de España no ha sido un actor principal en una negociación tan importante para los intereses de nuestro país.
En resumen, señor Zapatero: Usted no tiene quien le invite a café y España se ha quedado sola en Europa. ¿Puede sorprendernos? De ninguna manera. Su pintoresca política exterior ha conseguido enemistarnos con todos y que nadie nos tome en serio: hay países, como Polonia, que se sienten traicionados; otros, que no perdonan nuestra peculiar manera de dejarlos tirados en Irak; los nuevos son todos aliados incondicionales de los Estados Unidos; casi todos piensan que España ya ha completado el proceso de convergencia con la UE; y para colmo todos están convencidos de que a la España de Zapatero no merece la pena tomarla en cuenta porque pregona buen talante y no quiere conflictos. Ni siquiera con sus amigos del eje puede contar usted para nada.
Ya ve usted que sobran razones para que, de no ser por el fracaso colectivo de la Cumbre, hubiéramos vuelto compuestos y sin novio.
Termino señorías. La Unión Europea, como ocurre siempre que un camino concluye antes de que se pueda vislumbrar la nueva senda, se mueve entre la niebla de la incertidumbre.
Digamos la verdad: Europa se encuentra hoy en crisis. La Constitución embarrancada, el euro cuestionado, el Pacto de Estabilidad liquidado, la Agenda de Lisboa atrofiada, las Perspectivas Financieras por decidir. Distintas visiones de Europa se contraponen y se aprecia un divorcio creciente entre las opiniones públicas y sus dirigentes. Sin embargo, hemos de recordar que el proceso de la unión europea ya ha pasado por otros momentos de dificultad y que, tras un tiempo de incertidumbres, ha podido superarlos.
Yo no tengo ninguna duda de que sabremos salir adelante. Lo digo como europeo y como español. Pero es preciso que no perdamos el tiempo. Hemos llegado al final de una etapa. Muchas cosas que han servido para que Europa llegara hasta aquí, ya no sirven. Es preciso redefinir el Proyecto Europeo en su conjunto si es que de verdad creemos en Europa y deseamos verla sobrevivir en un mundo globalizado frente a las economías más competitivas del planeta.
Es indiscutible que vamos a necesitar cambios y que los cambios exigen reflexión. No se había cerrado la cumbre y ya estaba abierto el debate sobre el futuro. Un debate al que estamos convocados y en el que hemos de reflexionar sobre unas cuantas cuestiones.
Europa debe concentrarse en los próximos años en la recuperación de su credibilidad y la generación de confianza entre los europeos. Debemos apostar por una Europa capaz de crecer económicamente y generar empleo, lo que constituye la mejor y más duradera política social. Para ello me parece urgente la recuperación y puesta en práctica de los objetivos contenidos en la agenda de Lisboa -que sus amigos, señor Rodríguez Zapatero, pretenden enterrar-, garantizar la estabilidad del euro, las coordinación que supone el Pacto de Estabilidad, la profundización del mercado único, y la viabilidad a largo plazo de nuestros sistemas de bienestar.
Europa deben centrarse en temas que preocupan a la gente, como la articulación de medidas para luchar eficazmente contra el terrorismo y evitar, señor Rodríguez Zapatero, lo que usted está haciendo ahora, que no es otra cosa que dar aire a una organización moribunda como ETA.
Europa debe concentrarse en la definición de una política común de inmigración que compartan todos los gobiernos europeos para evitar, por ejemplo, regularizaciones unilaterales y masivas de inmigrantes como la que usted, señor Rodríguez Zapatero, ha protagonizado en nuestro país.
España no debe permanecer ajena a este debate. Nos importa mucho y es preciso que acudamos a él con ideas claras sobre España y sobre Europa. Hablo de España. No me refiero ni al Gobierno ni al señor Zapatero. Hablo de España. España debe prepararse para esta nueva situación y reflexionar sobre cuáles son los cambios en las reglas de juego y en la estructura del presupuesto que debemos impulsar.
Será preciso también reconsiderar nuestra política de alianzas y corregir el aislamiento en el que nos encontramos. Los españoles no podemos permitirnos el lujo de ser prescindibles. Todo esto habrá que hacerlo y convendría, señoría, que pudiéramos ponernos de acuerdo sobre ello, porque si no somos capaces de pactar una política europea, mal irán las cosas para España.
Piénselo usted, señoría. Estaré abierto a cualquier sugerencia. Ya sabe usted que soy un fervoroso partidario del diálogo. Eso sí, me gusta la transparencia, que se precisen con claridad los fines y se concreten los contenidos.