Como científicos independientes preocupados por los problemas atmosféricos y climáticos, nosotros (junto con muchos de nuestros ciudadanos) somos contrarios a los objetivos de emisiones y al calendario adoptados por la Conferencia de Kioto, en Japón, en diciembre de 1997. Esta reunión de políticos de unos 160 naciones firmantes llaman a la imposición sobre los ciudadanos de los países industrializados, pero no en otros, de un sistema global de regulaciones medioambientales que incluye cuotas e impuestos punitivos sobre combustibles fósiles para forzar reducciones sustanciales en el uso de la energía en 10 años, a los que seguirán ulteriores reducciones. La estabilización del dióxido de carbono atmosférico, el anunciado objetivo del tratado sobre el clima, requeriría que el uso de los combustibles se reduzcan de un 60% a un 80%. En todo el mundo.
La energía es esencial para el crecimiento económico. En un mundo en el que la pobreza es la mayor polución social cualquier restricción en el uso de la energía que inhiba el crecimiento económico habrá de ser observada con cuidado. Entendemos las motivaciones de eliminar lo que se percibe como la principal fuerza detrás de un potencial cambio climático; Pero creemos que el protocolo de Kioto (reducir las emisiones de dióxido de carbono solo de una parte de la comunidad mundial) es peligrosamente simplista, muy inefectivo y económicamente destructivo para el empleo y los niveles de vida.
En concreto, consideramos que las bases científicas del tratado sobre el clima global de 1992 son erróneas y que su objetivo no es realista. Las políticas para llevar a cabo el tratado están, tal como son ahora, basadas exclusivamente en teorías científicas no probadas, imperfectos modelos por ordenador, y sobre el supuesto no probado de que un calentamiento global se deriva de un incremento en las emisiones de gases de efecto invernadero, requiriendo en consecuencia acción inmediata. No estamos de acuerdo. Creemos que las duras predicciones de un futuro calentamiento no han sido validadas por la historia climática registrada, que parece estar dominada por fluctuaciones naturales, y muestran tanto calentamientos como enfriamientos. Estas predicciones no están basadas más que en modelos teoréticos y no se puede confiar en ellas para construir políticas de largo alcance.
A medida que el debate avanza, cada vez es más claro que, contrariamente a lo que generalmente se piensa, no hay hoy un consenso científico general sobre la importancia del calentamiento debido al efecto invernadero a partir de crecientes niveles de dióxido de carbono. De hecho, la mayoría de los científicos concuerdan en que las observaciones provenientes de satélites y de las radiosondas de los globos aerostáticos no muestran ningún calentamiento, en contradicción directa con los resultados de los modelos por ordenador.
Históricamente, el clima siempre ha sido un factor en los asuntos humanos; con períodos más cálidos, como el “óptimo climático” de la edad media, que jugó un papel importante en la expansión económica y en el bienestar de las naciones que se basaban principalmente en la agricultura. Los períodos más fríos han causado cosechas fallidas y han llevado a hambrunas, enfermedades y otras miserias humanas documentadas. En consecuencia, debemos permanecer atentos a todas y cada una de las actividades humanas que pudieran afectar al clima.
No obstante, basándonos en las evidencias con la que contamos, no podemos suscribirnos a la visión de inspiración política que prevé catástrofes climáticas y pide medidas precipitadas. Por este motivo, consideramos que las políticas drásticas de control de emisiones que se derivan de la conferencia de Kioto, carentes de soporte científico, están mal asesoradas y son prematuras.