Suabo de nacimiento, el nuevo hombre fuerte de la política económica germana, Jens Weidmann, es un producto de la era Merkel. Con sólo 38 años la recién elegida canciller le sacó de un destino gris al frente del Consejo de Expertos Económicos, donde ejercía como secretario, para ponerle al frente del grupo de análisis de política monetaria del Bundesbank. Un cargo desde el que coordinó las negociaciones del G-20 en nombre de Alemania para luchar contra los efectos de la crisis financiera.
De ahí pasó a uno de los puestos más ambicionados por los economistas alemanes, el de Sherpa en el G-8. Los "sherpas" son los asesores personales de los líderes que intervienen en las cumbres, una suerte de emisarios con plenos poderes. Los sherpa preparan las conferencias y definen los puntos a tratar. Dentro del gabinete presidencial son, asimismo, los que trazan la estrategia y, haciendo honor a su sobrenombre, dirigen a su respectivo líder por el proceloso ambiente de las cumbres internacionales de alto nivel.
A Weidmann, de quien se dicen maravillas dentro del exigente Bundesbank, le queda cuerda para rato. Por de pronto será el sustituto de Axel Weber al frente del poderoso banco central germano, quien ha decidido abandonar el cargo un año antes de que se acabe su mandato. El despacho del presidente del Bundesbank bien podría ser la antesala de un destino más elevado aunque no muy alejado geográficamente (ambos están en Fráncfort), la presidencia del Banco Central Europeo.
Es un futurible que tiene todos los visos de hacerse realidad. Por turno le toca a Alemania colocar presidente en el BCE tras los años de cuota francesa representados por Jean Claude Trichet, al borde de su retiro. Alemania, además, ha ganado muchos enteros en los últimos años gracias al buen desarrollo de su economía y a la debacle de los PIGS. Saber quién va a ponerse al frente del Banco Central es, por lo tanto, algo de capital importancia para ir viendo por donde va a discurrir la política de la entidad en los próximos años.
De Weidmann puede esperarse lo propio de la escuela alemana de banca central, es decir, rigor monetario y pánico a la inflación, dos lecciones que la hiperinflación de los años veinte dejó marcadas a fuego entre los economistas alemanes. En su juventud fue discípulo de Manfred Neumann, uno de los eméritos más influyentes de Europa. El profesor Manfred Neumann, del Institut für Internationale Wirtschaftspolitik y, recientemente, autor de un polémico informe que dio la vuelta a Europa hace unas semanas.
El mentor de Weidmann es, entre otras cosas, partidario de las quiebras ordenadas sin necesidad de salir del euro, una apuesta original y arriesgada que, con Weidmann en la presidencia, podría llegar hasta la cumbre del BCE. Es sólo una hipótesis. Lo que no lo es en absoluto es la facilidad de Weidmann para resumir grandes problemas económicos en pequeños programas accesibles para todo el mundo.
Esa facilidad le llevó a la fontanería económica de la Cancillería. Un precedente: cuando ejercía de secretario del Consejo de Expertos Económicos consiguió fundir en un programa de 20 puntos las condiciones para que la Alemania de entonces, sumida en la crisis, recuperase la senda del crecimiento y el empleo.
Su antiguo jefe en el Consejo, Bert Rürup, remarcaba, cuando se lo llevaron a Berlín, que Weidmann era una "mente brillante, probablemente acabe como economista jefe del Bundesbank". La realidad es que, en sólo cinco años, su carrera ha ido mucho más lejos. Un colaborador de confianza cree que la clave de su éxito es, aparte de su juventud y capacidad de trabajo, su pragmatismo: "Le interesan las relaciones empíricas, no los asuntos ideológicos", asegura convencido de que a la estrella de Weidmann le falta aún mucho tiempo para apagarse.