Hace unos días se clausuraba en Nueva York la Cumbre de los Objetivos de Desarrollo del Milenio. En ella, se buscaba evaluar el progreso de los países más pobres respecto al cumplimiento de estos objetivos, que la ONU ha decidido que marcan la frontera entre países desarrollados y no desarrollados. Y como en los acontecimientos de este tipo, hubo muchas fotografías entre los grandes líderes mundiales, palabras bonitas y propósitos grandilocuentes.
También hubo un compromiso a elevar la cantidad de dinero que dedicarán los países ricos en Asistencia Oficial para el Desarrollo (AOD). La ONU mantiene su objetivo de que esta partida llegue al 0,7% del presupuesto de los donantes. Aunque los estudios más exhaustivos sobre la cuestión certifican que estas ayudas no sirven para sacar a los países pobres de su situación, los políticos occidentales saben que hay pocas cosas más vendibles entre su audiencia que la solidaridad (claro, que es muy fácil ser solidario con el dinero de otros).
Por eso, el acuerdo fue aumentar los 125.000 millones de dólares en AOD que se prevén para este año en 35.000 millones durante el próximo lustro, de manera que esa cantidad llegue a los 300.000 millones en 2015. De esta manera, los políticos occidentales y de las potencias asiáticas se comprometen a (mal) gastarse más de un billón de dólares entre 2011 y 2015, unos años que todos los organismos creen que serán de un crecimiento limitado tras la peor crisis de las últimas siete décadas. Y nadie les podrá criticar: lo hacen por los "pobres" y demuestran así su "solidaridad".
Las buenas palabras
En la cumbre se hizo especial énfasis a los graves problemas que sufren las mujeres y los niños, los más afectados por las condiciones de miseria en las que vive una parte considerable del mundo. Por eso, estos grupos ocupan tres de los ocho ODM, a saber: Promover la igualdad entre los géneros y la autonomía de la mujer, Reducir la mortalidad infantil y Mejorar la salud materna. A conseguir estas metas se focalizarán las estrategias de ayuda al desarrollo de los próximos años.
El problema del Proyecto de Desarrollo del Milenio es que el enfoque que se toma hacia la solución de estos problemas –planes multimillonarios de ayuda externa gestionada a través de organismos burocráticos- puede no ser el más efectivo. Economistas especializados en crecimiento económico de la talla de William Easterly o Xavier Sala i Martín discrepan de la forma en la que se llevan a cabo las actuaciones para ayudar a los más pobres.
Y es que los ODM apenas reconocen la importancia de la iniciativa privada para conseguir resultados de reducción de la pobreza positivos, o el papel clave del comercio internacional. Como señalaba Easterly recientemente, de los ocho objetivos sólo el octavo habla de un "sistema comercial no discriminatorio". Es la única mención a lo que este economista define como "el escándalo por el cual los países ricos perpetúan barreras que favorecen a un número ínfimo de sus empresas a expensas de los millones de personas empobrecidas en otros lugares".
Sin embargo, esta cuestión, que quizás sea la vía por la cual Occidente puede ayudar de forma más efectiva al Tercer Mundo, apenas recibió ninguna atención en la Cumbre de los ODM. Y tampoco suele estar en el primer plano de la "lucha global contra la pobreza", ni entre las principales ONGs ni entre los partidos políticos (en España, la excepción es el modesto llamamiento del Partido de la Libertad Individual a instaurar el libre comercio de los productos agrícolas).
De hecho, la Ronda de Doha lleva ya casi una década negociándose y no parece que vaya a tener resultados positivos en el corto plazo. Y eso que según estudiosos como Bjorn Lomborg: "Si los países en desarrollo recortaran sus aranceles en la misma proporción que los países de altos ingresos, y si también se liberalizara la inversión, las ganancias anuales globales treparían a los 120.000 millones de dólares, de los cuales 17.000 millones irían a los países más pobres del mundo.
Es más, el impacto a largo plazo del libre comercio es enorme. Reformulado después de calcular el valor actual neto del caudal de beneficios futuros, un resultado realista de Doha podría aumentar el ingreso global en más de 3 billones de dólares por año, 2,5 billones de los cuales irían al mundo en desarrollo".
Algodón en EEUU y pobres en África
Sin embargo, empieza a haber voces diferentes que ya alertan acerca de las consecuencias de este tipo de ayudas. Oxfam Internacional (un ONG que, por otro lado, no es ni mucho menos una entusiasta declarada del libre comercio) se ha percatado del daño que hacen los subsidios al algodón en algunas regiones de África.
Su estudio sobre el impacto de los subsidios al algodón en los productores de África Occidental recogía el testimonio de un pequeño productor de Burkina Faso: "Los precios del algodón son demasiado bajos y no podemos enviar a nuestros hijos a la escuela, comprar comida o pagar los cuidados sanitarios". Esto se debe, según Oxfam, a la política proteccionista de Estados Unidos. "El comercio internacional de algodón ofrece el mejor ejemplo de los efectos negativos de las subvenciones para la producción", señalan.
La eliminación de las subvenciones al algodón aumentaría su precio internacional, y por tanto el que recibirían los agricultores africanos. Como consecuencia de esta reforma, "podría mejorar sustancialmente la calidad de vida de un millón de hogares en el oeste africano, cerca de 10 millones de personas, al aumentar sus ingresos con la venta del algodón entre un 8 y 20 por ciento. Para unos agricultores que viven con menos de 1 dólar al día, esto implica disponer de más dinero para comida, medicamentos, matrículas escolares y fertilizantes", concluyen.
En la misma línea, el profesor Easterly señala que los consumidores estadounidenses tienen que pagar el azúcar a un precio muy por encima de su precio a nivel mundial, a causa de cuotas a la importación que tratan de proteger a unos 9.000 productores nacionales de azúcar. De forma similar se actúa con los productores norteamericanos de algodón, quienes en este caso inundan el mercado mundial y deprimen los precios mundiales, lo que perjudica a los productores de países más pobres.
Y desde otro punto de vista, podríamos plantearnos cuántas vidas se han perdido (familias que no han podido comprar una potabilizadora o un generador eléctrico), o cuántos niños no pueden acceder a una mínima educación por la misma existencia de estas políticas empobrecedoras.