La situación se agrava por momentos. La jornada ha estado marcada por la creciente tensión que sufre el mercado de deuda griego ante el riesgo real de quiebra. Atenas, en plenas negociaciones con el Fondo Monetario Internacional (FMI), rechaza de momento las duras condiciones que exige el organismo internacional para financiar al país heleno, al tiempo que pide a las autoridades europeas renegociar su plan de rescate.
El mensaje de calma que ha transmitido Bruselas no ha servido de nada. Los inversores ya no se fían de la deuda pública helena, hasta el punto de que el riesgo país –que mide la probabilidad de quiebra– ha batido todos los récords este miércoles.
El diferencial de rentabilidad entre el bono griego a diez años y el bund alemán llegó a 412 puntos básicos, su mayor diferencia desde la introducción del euro. Por su parte, el coste de asegurar frente a impagos la deuda griega (CDS) también registró significativos avances al situarse en 401,2 enteros, lo que supone un coste anual de 401.200 euros por cada diez millones de euros en bonos griegos a cinco años, según los datos de CMA Datavisión.
La situación tiene importantes implicaciones para el sistema financiero de Grecia. Asfixiado por la falta de liquidez, los bancos nacionales se han servido de la deuda pública para obtener financiación a corto plazo, empleando estos activos como colateral. El mercado internacional cerró hace meses el grifo a los bancos helenos, que tan sólo cuentan con los depósitos de los clientes y las líneas de liquidez del Banco Central Europeo (BCE) para financiarse. El BCE extendió su programa extraordinario de liquidez para seguir aceptando como colateral los bonos basura de Grecia tras el plan de rescate acordado por los líderes de la zona euro.
Sin embargo, los bancos extranjeros comienza a desprenderse de la deuda helena, en un signo inequívoco de desconfianza total hacia la solvencia del país. Así, la entidad alemana Commerzbank, entre otros bancos extranjeros de peso, se deshacen de este tipo de activos y rechazan aceptar bonos del país heleno, lo cual agrava aún más la delicada situación que vive su sistema financiero. En esencia, la banca foránea (principales acreedores de Grecia) rechaza los bonos públicos que ofrecen las entidades para lograr liquidez. No quieren tener en sus balances bonos griegos.
Y esto sucede al mismo tiempo que se acelera la fuga de capitales del país. Los depositantes no confían en las entidades nacionales y están trasladando su dinero al extranjero o entidades foráneas. En concreto, más de 3.000 millones de euros depositados en entidades griegas han huido al extranjero tan sólo el pasado febrero, mientras que cerca de 5.000 millones han cambiado de entidad, según las últimas cifras del Banco de Grecia.
Ante esta situación, la banca helena ha pedido permiso a Atenas para acceder a los fondos remanentes del plan de rescate financiero aprobado en 2008. Aún quedan unos 17.000 millones de euros de dicho plan, lanzado por el anterior Gobierno conservador, que en total contaba con 28.000 millones. La ayuda sería en forma de garantías de préstamos y bonos del Gobierno griego, que podrían usar las entidades como garantía para obtener líneas de crédito del Banco Central Europeo.
Sin embargo, el rechazo de la banca foránea a aceptar este tipo de activos pone contra las cuerdas al sistema financiero griego en caso de que persista la desconfianza. Las vías para obtener liquidez se agotan, y la situación se asemeja cada vez más a los días previos a la quiebra del banco de inversión estadounidense Lehman Brothers cuando, uno tras otro, todos los agentes rechazaron otorgarle financiación para seguir operando. De ahí, precisamente, que los bancos griegos hayan pedido nuevos fondos al Gobierno. El defcon 1 –máximo nivel de alerta– acaba de saltar en Atenas.