LD (Lorenzo Ramírez) El sistema financiero es el sector más intervenido de todos los existentes. Las entidades configuran un oligopolio que realizan su actividad con un precio intervenido (el tipo de interés). Gozan del privilegio de crear dinero de la nada a partir de los depósitos y tienen el respaldo en último término del Banco Central, que les ayuda a corregir sus desequilibrios entre pasivo y activo cuando se dispara la morosidad.
Es decir, que el mercado libre no existe en las actividades financieras. A pesar de lo que sostienen la mayoría de los analistas, el Estado y el sistema financiero van de la mano y configuran una estructura oligopolística de precios intervenidos y restricciones a la entrada de competencia.
“Yo no tengo dudas de que los problemas que sufrimos los han provocado los errores de los gobiernos y de los banqueros centrales, sobre todo del presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan. Es inconcebible que en un Estado democrático los bancos centrales tengan la libertad absoluta para adoptar la política monetaria que consideren más oportuna, sin control de ningún tipo”, señala el economista Alberto Recarte, en su ya célebre libro Informe Recarte 2009.
Los políticos siempre desean bajos tipos de interés. Electoralmente es muy positivo que el dinero sea barato, que exista expansión crediticia y que se produzca inflación. Pero, como casi siempre, lo que es bueno para los políticos cortoplacistas es letal para la economía. Si a todo ello se añaden los bancos centrales, peligra la economía de mercado.
Recarte explica que corremos, por lo tanto, un grave riesgo: que se imponga el deseo de los políticos y los bancos centrales cedan a las presiones manteniendo bajos los tipos y, lo que es peor, “que los banqueros centrales se convenzan de que saben, mejor que nadie, lo que nos conviene a todos, porque, por ejemplo, hubieran descubierto (como Alan Greenspan) que se habían producido cambios estructurales en la economía que habían incrementado permanentemente el crecimiento de la productividad, lo que permitía un aumento mayor de lo que sería lógico de la oferta monetaria”.
Limitar el poder de los banqueros centrales
Por lo tanto, para evitar que se produzcan este tipo de crisis financieras que sacuden los cimientos de la economía mundial, es imprescindible que se establezcan límites al crecimiento de la oferta monetaria, que sean conocidos por todos y de rango constitucional. La base de cualquier democracia es la desconfianza y la vigilancia de los poderes de los gobernantes.
Recarte, en su libro, señala que “debería haber límites a la cantidad de billetes, se podría obligar a que la oferta monetaria no creciera por encima del 2% anual, fuera cual fuese el crecimiento de la economía”. Además, “es necesario un debate para determinar un conjunto de reglas que cumplan los bancos centrales porque no es posible confiar en la prudencia de sus directivos. No la tienen y, aunque la tuvieran, nadie puede tener tanto poder incontrolado en la democracia”.
Pero las reformas no se acaban en este punto. Los bancos, cajas de ahorros y cooperativas de crédito (en el caso de España) tampoco pueden seguir operando como hasta ahora.
El Informe Recarte 2009 no obvia esta cuestión y solicita -una vez restablecida la normalidad en el sistema financiero- que “se aumente el coeficiente de liquidez desde el 2% actual a otro más alto, elevar el coeficiente de solvencia, de tal forma que el apalancamiento descendiera desde el 20 (el 30 en realidad según algunos analistas) de promedio, hasta 10 ó 15”.
“Con esta medida no se evitarían los problemas de liquidez y solvencia en caso de que se produjeran riesgos sistémicos como el que estamos sufriendo, pero se reducirían las posibilidades de una quiebra tan grave como la que estamos sufriendo”, explica Recarte.
Finalmente, “habría que regular y controlar más estrechamente la actividad creditica, obligando a consolidar los balances de los grupos de bancos y reduciendo su capacidad de titulización y venta de activos a terceros que no esté controlados directamente por la autoridad monetaria”, concluye el Informe.
La política monetaria es la clave
La política monetaria es la clave de toda recuperación económica y el presidente de la Reserva Federal de EEUU, Ben Bernanke, está obsesionado por dos cosas: la salida de la recesión y la posibilidad de que se produzca deflación. El chairman de la FED quiere evitar a toda costa que el país norteamericano siga el ejemplo de Japón, que tardo mucho tiempo en adoptar medidas monetarias para superar su crisis económica, lo que generó una crisis financiera y después estancamiento y deflación.
Para Recarte “una deflación teórica, en la que los precios se redujeran y los salarios permanecieran en las mismas cifras absolutas, no tendría consecuencias económicas siempre que ese descenso de precios fuera el reflejo de la productividad de la economía”. Sin embargo, “una situación de este tipo sólo podría producirse en el caso de que existiera en el mundo un patrón oro estricto en el que los bancos no pudieran crear dinero”.
Pero, entonces, ¿porque ha sucedido en Japón y puede suceder en otros países como EEUU ahora?. Es sencillo, indica Recarte, “porque falla la base del sistema financiero que, en suma, es la confianza de la población, de las empresas y de las familias en la actuación de las autoridades monetarias y sus gobernantes".
La deflación la crea la intervención pública
La Reserva Federal ha establecido los tipos de interés en la horquilla del 0% al 25%, pero sin que esta política haga que aumente el crédito bancario ni los depósitos a la vista de los clientes, que pueden incluso reducirse. Las entidades sanean balances y las familias retiran fondos porque temen que se produzcan quiebras.
Llegados a este punto es necesario hacer una aclaración. El dinero de la economía se compone de los citados depósitos a la vista, los billetes en circulación, las líneas de crédito de los bancos centrales a la banca, los depósitos a plazo, la deuda pública en manos de la gente y las participaciones en fondos de dinero y de inversión. Aunque, en definitiva, dinero es todo aquello que se acepte como pago para saldar una deuda.
Pues bien, con unos tipos próximos a cero y una reducción de la oferta monetaria generada por la huída de los depositantes, entonces los precios descienden: se produce una deflación.
“Una deflación de este tipo puede ser gravísima para una economía moderna, porque si la población se convence de que los precios van a seguir descendiendo gastará lo menos posible, porque el dinero que ahorre, que se mantendrá de la forma más líquida posible, tendrá como premio el aumento de su capacidad adquisitiva”, asegura Recarte.
El caso japonés
Precisamente, esto es lo que ha ocurrido en Japón. El consumo y las inversiones se reducen y el gobierno eleva el gasto público, con una deuda que ha superado el 190% del PIB nipón.
En opinión del economista “la deflación se ha enquistado en la economía japonesa precisamente por la intervención pública, porque si el gasto público no hubiera sido tan alto, el ahorro de la población se habría estabilizado y el consumo privado primero –y la inversión después- se habrían recuperado solos”.
¿Por qué? pues porque “habría llegado un momento en el que el dinero líquido en manos del público y su poder adquisitivo habrían aumentado tanto que la riqueza de la población habría desencadenado el aumento del gasto privado, el crecimiento económico y el de los precios, lo cual habría significado el final de la deflación”.
El pánico de Bernanke
El mayor riesgo, entonces, es que el temor de los bancos centrales y los gobernantes a que se alargue la recesión económica provoque decisiones precipitadas, como el incremento sin límites del gasto público. En Japón no estaban dispuestos a esperar y hundieron su economía. Y ahora, en EEUU, Bernanke, va por el mismo camino.
“La decisión de reducir casi a cero los tipos de interés puede que tenga lógica, aunque parece excesiva, fruto del pánico. Lo que no tiene lógica es que haya propuesto monetizar la deuda pública, ni que alabe el crecimiento del gasto público sin reparos. Su comportamiento denota miedo, y el miedo genera inseguridad en la población, lo que hace restringir el consumo y la inversión más allá de lo razonable”, explica Recarte.
No obstante, la última intervención del presidente de la Fed aporta algunos aspectos positivos. Bernanke ya comienza a hablar de reducir el déficit, aunque habrá que ver como lo hace el departamento del Tesoro de EEUU en los próximos meses y años. En cuanto a la monetización de la deuda, por mucho que lo niegue Tim Geithner, sigue adelante.
Finalmente, en referencia a la decisión de la Reserva Federal de convertirse en un banco comercial, descontando pagarés y títulos hipotecarios, Recarte lo considera positivo, ya que “la banca había dejado de funcionar”. Aunque “esta política podría ampliarse hasta que el saneamiento financiero estuviera avanzando, pero debería interrumpirse tan pronto como fuera posible”.