Ya van 24 días… y subiendo. Las protestas contra la reforma de las pensiones de Emmanuel Macron han superado los 22 días de huelga que tuvo que afrontar en 1995 Alain Juppé. Los sindicatos ferroviarios y los del transporte metropolitano de París mantienen a día de hoy un paro que ya lleva más de tres semanas en marcha (incluidas varias jornadas de huelga nacional y protestas en muchos otros sectores, aunque el del transporte es el que encabeza las movilizaciones). No ha habido tregua por Navidad, como solicitó el presidente francés y parece poco probable que se produzca por Año Nuevo. Si no hay sorpresas, llegaremos al 7 de enero, fecha de la próxima cita entre los sindicatos y el Ejecutivo, con el país galo semi-paralizado.
En el origen del conflicto, la decisión del Ejecutivo francés de reformar el sistema de pensiones. Como ya explicamos en Libre Mercado, las claves de la propuesta son dos: en primer lugar, unificar el caótico modelo de jubilación galo, en el que conviven hasta 42 regímenes diferentes, lo que genera desigualdad y situaciones injustas (dos personas con carreras de cotización similares y empleos en sectores parecidos pueden tener reglas de acceso a la pensión muy diferentes). Para lograrlo, Macron plantea un sistema por puntos similar a las cuentas nocionales que llevan más de dos décadas funcionando en Suecia: la idea es que cada euro cotizado desde el comienzo de la carrera laboral otorgue los mismos derechos en el momento de la jubilación (se eliminan las reglas paramétricas de acceso al sistema). Además, la propuesta plantea subir la edad de jubilación oficial (la que da derecho a cobrar el 100% de la prestación) de los 62 a los 64 años.
Nada de esto gusta a los trabajadores franceses, sobre todo a los funcionarios, que gozan de uno de los sistemas de pensiones más generosos del mundo. Las encuestas muestran una sociedad dividida entre los que aceptan, aunque sea a regañadientes, que algo hay que hacer en la principal partida del estado del bienestar galo y los que se niegan al más mínimo ajuste. Por ahora, en los sindicatos ganan estos últimos y ni siquiera las promesas del Gobierno de suavizar el texto (retrasando, por ejemplo, las cohortes de trabajadores que se verían afectados por la reforma) han sido suficientes para que se desconvoquen las protestas.
Desde el punto de vista español, si analizamos lo ocurrido en este mes de diciembre hay dos debates que marchan en paralelo: por un lado, el que tiene que ver con la propuesta de Macron y sus ventajas e inconvenientes respecto al modelo actual; pero, además, está la cuestión de las similitudes entre las situaciones de los dos países. Las economías de Francia y España tienen numerosos puntos en común: baja productividad en comparación con los países del norte de Europa, bajas tasas de empleo, sobre-representación de las pymes y micropymes en el tejido productivo, algunos sectores en declive desde hace años…
Y sí, como veremos a continuación, también en lo que se refiere a las pensiones, España y Francia se parecen mucho. Por eso, lo que ocurra en el país galo en los próximos meses será una buena piedra de toque sobre lo que podemos esperar en el nuestro. Si la nueva legislatura comienza (de verdad, no sólo sobre el papel) en algún momento, ésta será una de las principales tareas que tendrá el Gobierno español por delante. Habrá que ver si sigue los pasos de Macron, en todo o en parte. Por ahora, el Ejecutivo francés parece que, por ahora, se resiste a cambiar los elementos centrales de la reforma.
Parecidos razonables
1. Deuda, déficit, gasto en pensiones
- La deuda pública asciende en España al 97,6% del PIB (cifras tomadas de datosmacro.com a cierre de 2018); Francia nos gana (aunque no creemos que a los franceses les haga mucha gracia) por muy poco: 98,4% del PIB.
- En cuanto al déficit, los dos países cerraron el pasado año en el nivel del -2,5% del PIB.
- Si hablamos de las pensiones públicas, según Pensions at a Glance 2019 de la OCDE, Francia es el tercer país que más gasta en este capítulo (14,3% del PIB, sólo por detrás de Grecia e Italia). España, con el 11,6%, no llega a tanto, aunque también está bastante por encima de la media de la OCDE (8,5% del PIB).
Como vemos, en lo que hace referencia al montante total de gasto, los dos países parten de situaciones similares: poco margen en unas finanzas públicas que ya tienen problemas de déficit y deuda; y un sistema de pensiones muy generoso que supone la principal partida del presupuesto anual.
En este punto, la principal diferencia reside en el tamaño del sector público: Francia hace años que es el país rico con un nivel más elevado de gasto público / PIB: 56% en 2018; mientras, en España este indicador se queda en el 41,7%. Este es el dato al que se agarran aquellos que aseguran que nuestro país todavía puede incrementar la partida de las pensiones en unos cuantos puntos del PIB. La pregunta sería doble: en primer lugar, cómo se recaudarían esos puntos: puede que la presión fiscal no sea tan elevada, pero el esfuerzo fiscal del español medio que sí paga impuestos está entre los más altos de la UE; y, en segundo, cómo afectaría eso a la productividad de nuestra economía.
2. Dos sistemas muy generosos
Aunque leyendo los titulares de prensa, muy centrados en esos 42 regímenes que existen en Francia, pudiera parecer lo contrario, los sistemas de pensiones de los dos países son muy similares: modelos de reparto sostenidos por elevadas cotizaciones sociales a los trabajadores; muy generosos en el pago de prestaciones; en los que el acceso a las prestaciones viene determinado por el cumplimiento de determinados requisitos (edad de jubilación, años cotizados para cobrar el 100%, años que se tienen en cuenta para el cálculo de la base…)
Estos requisitos son diferentes en los dos países pero, en términos generales, los modelos tienen mucho en común. Si hablamos de generosidad, estamos ante dos de los sistemas de pensiones que mejor tratan a sus jubilados actuales, tanto en términos de ingresos en relación a lo aportado vía cotizaciones como si lo miramos por el tiempo que pueden esperar cobrar su prestación.
En Francia, esa generosidad se percibe, sobre todo, en la edad de acceso a la jubilación (esos 62 años que ahora Macron quiere subir y a la que muchos de sus compatriotas no están dispuestos a renunciar). Según los datos de la OCDE, el país galo es el que tiene (junto a Luxemburgo) una edad efectiva de jubilación más baja: 60,8 años, tanto para los hombres como para las mujeres francesas.
En España, hablamos de 62,1 años para los hombres y 61,3 para las mujeres. También estamos entre los países en los que la edad efectiva es más baja, pero no tanto como los franceses.
Este hecho, unido a que nos encontramos ante dos de los países con una esperanza de vida más alta del planeta (algo de lo que enorgullercerse y en lo que clima, la gastronomía o los hábitos sociales juegan un papel fundamental), provocan que Francia y España sean los dos países en los que un nuevo pensionista tiene más tiempo por delante para cobrar su prestación: una francesa que se jubile ahora mismo a la edad media de retiro tiene 26,9 años de esperanza de vida, mientras que una española que se jubile a la edad media de acceso a la Seguridad Social tiene 26,6 años por delante de media. En el caso de los hombres, con menor esperanza de vida, las cifras son algo más bajas, pero también bastante interesantes y las más altas del mundo: 22,7 años para los franceses y 21,7 para los españoles.
Como vemos, son muchos años en los que se cobra la pensión. Pero no sólo eso, también lo que cobran mes a mes estos pendionistas está por encima de los jubilados de otros países, tanto si lo medimos en relación a su último sueldo como si lo comparamos con el salario medio de la economía: la tasa de sustitución neta (pensión en relación al sueldo que cobraba antes de jubilarse) para un trabajador español con el salario medio de nuestra economía asciende al 83,4%, una de las más altas de la OCDE. La Seguridad Social francesa se queda, en este punto, un poco por detrás (73,6% de tasa de sustitución), pero en los dos casos hablamos de cifras que se encuentran muy por encima de la media de la OCDE (58,6%).
Y aquí hay un apunte muy importante: en otros países con tasas de sustitución elevadas (como Holanda o Dinamarca), esa generosidad se sostiene en buena parte con ahorro real, con sistemas de capitalización individual o colectivo (sobre todo los planes de empresa o sistemas de ahorro colectivos – el conocido como segundo pilar de las pensiones). En Francia o España esta parte de ahorro real está ausente. Aquí lo que la Seguridad Social abona lo tiene que sacar cada mes de las cotizaciones de los trabajadores.
3. Poco empleo para tanto jubilado
El problema es que esta generosidad no está acompañada por un mercado laboral especialmente boyante. Las tasas de empleo (porcentaje de la población que tiene un trabajo) son bastante bajas en los dos casos, algo que se acentúa si sólo miramos a los mayores de 50-55 años (esto tiene lógica, si pensamos en lo que decíamos antes sobre la edad efectiva de jubilación).
En resumen, estamos ante dos sistemas de reparto (que se basan, no lo olvidemos, en que los trabajadores actuales pagan las pensiones de los jubilados actuales) con muchos receptores de prestaciones muy altas y pocos cotizantes. Las cuentas no salen:
- Según datos de Eurostat, la tasa de empleo entre los 20 y los 64 años es del 71,4% en Francia y del 67,7% en España. Enfrente, los países del norte de Europa (Alemania, Holanda, Suecia, Dinamarca…) están todos muy cerca o por encima del 80%.
- Si miramos sólo a los trabajadores mayores de 55 años, nos encontramos con que apenas la mitad de los franceses (52,3%) y los españoles (52,2%) tienen un empleo. Y no es por la tasa de paro (aunque esto también puede ser parte del problema), en la mayoría de los casos hablamos de personas que han abandonado la población activa.
4. El peso de las cotizaciones
En este punto, los políticos siempre tienen la tentación de mirar hacia el otro lado de la ecuación: los que pagan las pensiones con sus cotizaciones. Pero también por aquí hay poco margen. Los impuestos al trabajo en Francia y España ya están entre los más altos del mundo.
Por ejemplo, si miramos sólo las cotizaciones sociales, según las cifras de la OCDE, las que pagan empresarios y trabajadores galos (27,5% del salario) son las más altas de los países ricos tras las que pagan los italianos (33%) y los españoles (28,3%). Es cierto que esta comparación es complicada de hacer, porque no en todos los países las cotizaciones se cobran igual o la recaudación para las pensiones llega por esta vía (hay estados que financian las pensiones casi al 100% a través de los impuestos convencionales).
Por eso, en Libre Mercado analizábamos hace meses la brecha fiscal: diferencia entre lo que el trabajador medio cobra en su cuenta bancaria a final de mes en relación al coste que tiene para su empresa. Las conclusiones eran muy llamativas:
- El coste bruto total del trabajador medio francés es de 55.158 euros al año (4.597 euros al mes); su empleador paga, en concepto de cotizaciones sociales a cargo de la empresa, 16.576 euros; las cotizaciones sociales a cargo del empleado ascienden a 9.161 euros; y en el impuesto sobre la renta paga 2.715 euros más: a la cuenta del banco, le llegan 26.706 euros al año (2.250 al mes), con los que tendrá que pagar el resto de impuestos. La brecha fiscal para ese trabajador francés medio es superior al 50% de su coste laboral (no hay ningún país en el mundo en el que haya tanta diferencia).
- El trabajador español medio tiene un coste para su empresa de 34.469 euros (equivalente a un sueldo bruto de 26.535 euros); de ahí tenemos que quitar los 7.934 euros que paga la empresa en concepto de cotización y los 1.685 que abona el trabajador a la Seguridad Social; en IRPF, la cifra sube hasta los 3.877 euros. Tras todo esto, el neto que se lleva a casa asciende a 20.973 euros, un 40% menos de lo que paga el empresario
Con estas cifras, vemos que hay poco margen por este lado, para seguir apretando la soga. En Francia, esa brecha se explica porque, además de las cotizaciones tal y como las conocemos en España, hace unos años se introdujo un impuesto finalista, destinado a pagar las pensiones y que ya alcanza casi el 10% del coste laboral del trabajador medio. En nuestro país, varios partidos juegan con esta idea. La pregunta es cómo afectaría a los salarios y la competitividad de nuestra economía una medida de este tipo.
5. Las reformas y las protestas
El quinto punto en común entre los dos países es más político que económico. Las protestas de este último mes nos recuerdan que todo lo apuntado anteriormente apenas tiene importancia para buena parte de la opinión pública. Nadie quiere renunciar a aquello que le prometieron durante tanto tiempo: una jubilación a una edad temprana y con una pensión muy generosa.
Cuando les preguntan, los ciudadanos aseguran que les gustaría que sus políticos pensaran en el medio plazo, se preocupasen por los jóvenes o estuvieran obsesionados sólo en mantener el cargo. Y los medios proclamamos lo mismo y nos quejamos de que falten políticos con altura de miras. Pero luego, del dicho al hecho.... la realidad es que, en el momento en el que alguien plantea una reforma real (por ejemplo, la de 2013 en España o ésta de Macron en Francia) con el objetivo de asegurar la sostenibilidad del sistema, todo eso queda en el olvido y el cortoplacismo y la demagogia se imponen.
¿La solución? En España, la reforma de 2013 y las dos novedades que introducía (el Índice de Revalorización de las Pensiones y el Factor de Sostenibilidad) apuntaban en esa dirección y ya han sido retiradas de la circulación. Mientras, lo aprobado por el PSOE en 2011, aunque en muchos aspectos suponía un recorte superior, pasó más desapercibido para la opinión pública. Parece como si esas reformas paramétricas, que pueden ser más duras y más injustas para algunos trabajadores, cuelan mejor que cambios dirigidos a hacer más transparente el modelo (esa es la principal virtud de las cuentas nocionales, del Factor de Sostenilidad o del sistema de puntos, cada uno con sus características propias). Por eso, lo lógico es que los políticos de uno y otro país decidan que por ahí se intuyen menos peligros. Esto no quiere decir que no se vayan a recortar las pensiones en términos de generosidad (pensión/último salario), pero sí que ese recorte quizás no se note tanto o genere tantos titulares. La reforma será silenciosa y se centrará en menos cohortes. O llegará cuando no haya otro remedio, a la griega. Y no, no será por maldad de sus políticos: a Macron es lo que le están pidiendo a gritos en las calles desde hace semanas.