Barack Obama llegó a la Casa Blanca enarbolando un discurso más escorado a la izquierda de lo habitual en el Partido Demócrata estadounidense. Desde entonces, esa tendencia no ha hecho más que agravarse, tal y como están revelando unas elecciones primarias en las que candidatos como Bernie Sanders o Elizabeth Warren gozan de un enorme apoyo por parte de los afiliados.
El discurso de los demócratas gira, en gran medida, en torno a la "desigualdad". El ex presidente Obama llegó a definir las diferencias salariales como "el asunto clave de nuestra época". Al calor de este tipo de afirmaciones, los medios simpatizantes con esta causa progresista han favorecido la popularidad de economistas como Paul Krugman, Joseph Stiglitz o Thomas Piketty.
Pero lo cierto es que, en cuanto Obama dejó la política activa, su actividad privada ha estado marcada por un acelerado enriquecimiento que le ha granjeado fuertes críticas entre aquellos que denuncian la abierta contradicción entre su discurso contra la desigualdad y su creciente y opulenta fortuna.
La primera polémica llegó en 2017, apenas medio año después del relevo que supuso el fin del mandato de Obama y la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump. El ya ex presidente empezó a prodigarse en eventos privados en los que no dudaba en sermonear contra la desigualdad mientras cobraba 6.875 euros por minuto.
Tiempo después salió a la luz otro episodio que ha motivado ataques similares contra el político demócrata: la firma de un suculento contrato con la editorial Penguim Random House, que aportará 65 millones de dólares a Barack Obama y su mujer Michelle a cambio de varios libros de memorias. En este sentido, y para poner en perspectiva el acuerdo, no hay que olvidar que las ventas combinadas de los dos libros que ya ha sacado al mercado el ex presidente se quedaron en 16 millones de dólares, de modo que el contrato parece, a todas luces, ilógico.
Y ahora, en 2019, la polémica que golpea al ex presidente tiene que ver con una decisión de gasto que tampoco ha gustado a quienes suscriben sus críticas contra la opulencia de los más ricos. Se trata de la compra de una mansión en Martha’s Vineyard, un elitista enclave de vacaciones ubicado en el Estado de Massachusetts donde los Obama acostumbran a retirarse para disfrutar de largas temporadas de descanso.
Según Barron’s, la propiedad habría sido adquirida a través de un trust, de modo que Obama incurre en el tipo de estrategias de opacidad e ingeniería fiscal que tanto criticó cuando fue jefe de gobierno. Por otro lado, el coste de la nueva casa de verano del matrimonio también levantó ampollas entre los progresistas americanos, puesto que la operación asciende a 11,8 millones de dólares.