Cuentan de Ángel Nieto, el histórico campeón del motociclismo español, que sus supersticiones eran casi enfermizas. Tanto era así que pasó a la historia como el ‘12+1’ tras ganar trece campeonatos del mundo. El zamorano no quería ni nombrar el número que suele asociarse a la mala suerte.
No le anda a la zaga Rafa Nadal a Nieto en lo que a manías y sortilegios se refiere. Sabido es cómo su repertorio de hábitos y costumbres es llevado al extremo. Cualquiera que lo vea alinear botellas entenderá la referencia, pero hay mucho más en su quehacer. A partir de ahora, bien podría ser conocido como el ‘12+1’ en Roland Garros, tras repetir el eterno ‘déjà vu’ al que ya ha acostumbrado al mundo del deporte, después de pasar por encima de Novak Djokovic (6-0, 6-2 y 7-5) y sumar, alcanzando en la cima a Roger Federer, su vigésimo título de Grand Slam.
Se presentaba este torneo como el reto más difícil para Nadal en París. Jugar en octubre ante la 'Next Generation' que amenaza con comerse el mundo del tenis más pronto que tarde, sin títulos previos tras la más anómala gira de tierra que se recuerde y probablemente vuelva a suceder, con bolas nuevas y más pesadas, frío e incluso mangas largas en muchos de los participantes, imagen extrañísima en el mundo del tenis. Hasta la final se jugó bajo techo -estrenado este año en Roland Garros- ante el mal día que amaneció en la capital francesa, condición que en principio debía favorecer a Novak Djokovic, consolidado número uno del mundo y con una sola derrota en toda la temporada, por aquella descalificación en Nueva York. Pero nada de eso parece afectar a Nadal cuando juega en la tierra parisina. Sigue siendo el mismo. Juega con mangas cortas y, aunque se muestra más agresivo y acorta más los puntos que en sus inicios, resulta inabordable. Sencillamente, 'Monsieur Nadal Garros'. Trece títulos, cien victorias, dos derrotas. Ni una final perdida. Invencible. ‘Invincible’, en el idioma del país vecino. 'Monsieur Invincible'.
Desde casi el primer instante, el español mostró la mejor de sus caras en la Philippe Chatrier, el lugar donde su leyenda se hace inabordable. Pese a que la puesta en escena de Djokovic resultó inmejorable, con un rápido 40-15 del serbio tirando de esas dejadas que se han hecho tan habituales en este Roland Garros tan distinto de lo conocido. Sin embargo, Nadal optó por jugar al límite desde el primer punto, forzando la máquina al extremo pese a los largos cinco sets que los pronósticos preveían. Le robó el servicio al número 1 del mundo y ahí comenzó un primer set de altos vuelos en la central parisina pero donde los juegos siempre caían del lado del español.
Al igual que ante Schwartzman en la semifinal y ante Sinner en los cuartos, la figura del balear se agigantó para devolver casi cualquier bola. Si su oponente jugaba de notable alto, él lo hacía de ‘cum laude’, alcanzando ese punto celestial reservado para el mejor de la historia sobre arcilla. Djokovic no desmerecía una segunda Copa de los Mosqueteros, pero el español empezaba a avistar su decimotercera con la rotundidad de un 6-0 colosal en el primer set. El resultado indicaba una diferencia abismal entre ambos que el tiempo invertido en el primer parcial desmentía: 45 minutos para seis juegos. El juego realmente era parejo, pero a uno de los lados de la pista había un tipo inaccesible, prácticamente perfecto en el polvo de ladrillo.
Si algo tiene el tenis, más aún a cinco sets, es que da la opción de reiniciarse mentalmente. Nada garantiza llevarse en blanco el primero, pero a Djokovic le había dolido ser consciente de que, ante una gran versión suya, no había sido capaz de robarle ni un mísero juego a su oponente. Lo peor de verse con el español en París es que este no admite relajación alguna, ni ante semejante resultado. Mientras el rival empieza a divagar, él /mantiene el mismo listón, rayando la excelencia. El serbio, como el argentino y el italiano en los partidos previos, empezó a intentar cosas que no estaban en su libreto, toda vez que el plan previsto obviamente no era efectivo. Ya sabía lo que era levantarle una final de Grand Slam a Nadal tras perder el primer set, aquella inolvidable de Australia en 2012. Pero París es otra cosa y el español, prácticamente intocable en casi cualquier circunstancia. Hasta en octubre. Cada servicio era un dolor de muelas para el de Belgrado, superado como pocas veces por los acontecimientos de un rival que no cometió su cuarto error no forzado del partido hasta que prácticamente tenía en el zurrón el segundo set, que acabaría en un igualmente impactante 6-2.
Volaba una vez más Nadal en la Chatrier, prácticamente el salón de su casa por muy cubierto que estuviera. Golpes de todos los colores, engañando a Djokovic en la red en casi cada volea en respuesta a las dejadas del serbio, permitiéndose hasta un revés marciano de rodillas, prácticamente a 'portagayola' ante un Miura empequeñecido. Volvió a tomar ventaja el español, que rompió el servicio en el quinto juego para enfilar otro título que habría estado ya en el bote de no ser por la enjundia del oponente. Con casi todo perdido, apareció el mejor Djokovic para aferrarse a la vida y gritar por primera vez, buscando una épica para la historia. Irrumpieron de pronto el carácter y los golpes del bálcánico: hablador, furioso, exuberante, comenzó a jugar a las líneas ante un Nadal aún gélido y calculador, sin bajar el nivel y esperando de nuevo su momento, en la versión del primer set. La ocasión llegó en el primer renuncio de Djokovic, en el decimoprimer juego, cuando ya se palpaba la incertidumbre de un 'tie break' que amenazaba con prolongar el partido hasta no se sabe cuándo ni dónde. Una doble falta del serbio abrió definitivamente la puerta del Olimpo a Nadal, que con un perfecto juego en blanco al servicio –y un 'ace' final como perfecta metáfora de su excelencia'- cerró un nuevo título para acrecentar su propia historia.
No hay calificativos para su leyenda, superior a cualquier otra que haya dado este país que grandes glorias deportivas. 'Monsieur Nadal Garrós' y sus veinte títulos de Grand Slam no tienen parangón ni entre los más grandes. 'Monsieur Invincible' sigue siendo simplemente él. Con sus manías y sortilegios. Con sus trece Roland Garros, lejísimos ya de cualquier perseguidor. Y en algún lugar, allá donde esté, seguro que Ángel Nieto también lo reconoce. Nadal empequeñece a cualquiera por gigante que sea. Especialmente en el salón de casa, la Philippe Chatrier.