Que Novak Djokovic superara en la final del Open de Australia a Rafa Nadal era algo que podía caber en casi cualquier pronóstico. Que lo hiciera con la enorme superioridad mostrada por el serbio en Melbourne Park, llama más la atención. El 6-3, 6-2 y 6-3 con el que Nole desmontó a Nadal en el primer Grand Slam del año es una de las más severas derrotas en la carrera del balear, especialmente por el enorme nivel que había mostrado durante las dos semanas previas al duelo. Pero el español chocó con dos muros. Uno, Mister Australia, con Djokovic convertido ya en el jugador con más títulos en la historia en territorio aussie, al alzar el séptimo. Y el otro, su propio némesis, especialmente en pista dura. Hay un dato demoledor: desde que se impusiera en la final del US Open en 2013, Nadal no ha vuelto a ganarle un solo set al serbio en esa superficie.
No tardó en avisar el número uno del mundo de sus aviesas intenciones. Con una puesta en escena inmejorable, comenzó a desmoronar el plan de un Nadal superado incluso en el lenguaje corporal. El balear, que no había perdido un solo set en el torneo, se vio en un santiamén 3-0 abajo. Saque y derecha, reveses ganadores, saques directos, derechas imposible. Una colección de puntos excelsa la que mostró Djokovic en apenas tres juegos que, unidos a algún error de un Nadal quizá demasiado frío en el arranque, comenzó a hipotecar las opciones del español.
Pero no fue sólo el inicio, sino la tendencia del partido. Para cuando el manacorí comenzó a asemejarse a sí mismo, el primer set estaba muy cuesta arriba. Hasta el sexto juego no se le escuchó su clásico "¡Vamos!", y hasta el octavo no pareció entrar verdaderamente en calor, ya con 5-3 abajo. Enfrente, Djokovic no cedería un punto con su servicio hasta precisamente el juego decisivo. Se anotaría el primer set por 6-3 tras ganar 20 de 21 puntos iniciando él el juego. Una auténtica barbaridad cuando enfrente está Rafa Nadal.
Buscaba ánimos el balear, como algo a lo que aferrarse ante el muro que se le presentaba A escasos metros. Un sensacional bote pronto le sirvió al zurdo para cerrar el primer juego del segundo set, y verse por primera vez por delante en un set. Sirvió de poco, pues Djokovic volvió a responder con un juego en blanco para demostrar que nada había cambiado en su interior con el calentón del español. No tardaría en llegar la ruptura del servicio, concretamente en el quinto juego, poniendo una zanja aún más grande entre los finalistas, con el marcador reflejando las sensaciones sobre la pista central. Tras otro break, y sumido en un nivel de juego devastador, Djokovic cerró el segundo parcial a lo grande. Tres aces consecutivos para poner un abismo entre Nadal y su segundo título en Melbourne. Por si lo emocional no fuera suficiente, la estadística a esas alturas parecía la sentencia definitiva. Nunca nadie ha remontado dos sets en la final australiana en la era open. Sólo el mítico Roy Emerson lo hizo antes, en algo que forma parte casi de la prehistoria del tenis.
Pero Nadal es ejemplo en la derrota. Seguramente a esas alturas ya sabía que tenía poco que hacer, pero no cejó en su empeño pese a que prácticamente nada le salía como esperaba. Su nuevo grito de ánimo al volver a ponerse 1-0 volvió a no tener el efecto buscado, y el lenguaje corporal definitivamente parecía hundido. En el siguiente servicio, y pese a salvar la primera opción de break con un punto magistral, una no menos excelente dejada de Djokovic le devolvía acto seguido a la realidad: con la primera ruptura del tercer set, el balcánico rozaba ya su séptimo abierto australiano.
Todavía lo intentaría Nadal con 3-2 y 4-3 abajo, seguramente en los servicios en que más sufrió Djokovic en todo el partido. Quédense de hecho con el dato, pues la primera opción del español de romper su saque no llegó hasta superada la hora y tres cuartos de juego. Y tras desaprovechar esa doble opción de nivelar al menos el tercer parcial, Nadal pareció recibir la estocada definitiva, ante un Djokovic que cerró cualquier opción a la épica de su rival y firmó el triunfo al resto para meterse de lleno y con honores en la carrera por ser el mejor tenista de la historia. Mister Australia suma ya 15 Grand Slams y deja atrás ni más ni menos que a Pete Sampras. Por delante le quedan Nadal, con 17, y Federer, con 20. Y desde luego, jugando a ese nivel, nadie podrá convencer al serbio a sus 31 años de que el objetivo es imposible. A día de hoy, especialmente en pista rápida, nadie parece capaz de toserle. Ni la mejor versión de Nadal. Y eso parecen palabras muy mayores.