Rafa Nadal: volver a sonreír, volver a ganar
Tras ganar en Montecarlo, el balear afronta la temporada de tierra con esperanzas renovadas, y en un gran estado físico y mental.
"Por primera vez he tenido sensación de miedo al fracaso, de no poder jugar". El pasado 22 de diciembre se conocían estas declaraciones de Rafa Nadal, acaso el mejor deportista español de todos los tiempos, tras la peor temporada de su carrera. Aquella en la que, sin una lesión extremadamente grave, sencillamente no había podido competir a su nivel habitual, ni tan siquiera acercarse al mismo durante meses. Con 29 años, lejos de ser un chaval para el tenis, no pocos se atrevieron ya a hablar del ocaso de un mito de la raqueta al que los problemas físicos acompañaron siempre de una u otra forma, pero que en todo momento había destacado por su dureza mental. Si esta se perdía, podría no volver a verse al gran Nadal.
El pasado domingo, 17 de abril, el manacorí levantaba, por novena vez en su carrera, el título de campeón del Masters 1000 de Montecarlo, tras no ganar un torneo de tanta enjundia desde su último Ronald Garros, allá por junio de 2014. Sobre la arcilla monegasca Nadal se pareció como nunca en los últimos meses a sí mismo. En el principado, confirmó las buenas sensaciones de la temporada de pista dura estadounidense, con un más que aceptable Indian Wells, donde sólo le derrocó el inabordable Djokovic en la semifinal, dinámica que sólo un inoportuno golpe de calor en Miami le impidió continuar en Cayo Vizcaíno.
Tras arrancar el año con un batacazo en Australia, aquella maldita insolación en Florida le había cortado en seco el auge de sensaciones. Con su último triunfo, con el mediterráneo a sólo unos metros, en la central del Montecarlo Country Club, Rafa Nadal recuperó la sonrisa de la victoria, pero mantuvo la cordura que siempre ha tenido: "No quiero compararme a mí mismo o tratar de analizar si estoy otra vez en el mismo nivel que antes. Trato de hacerlo lo mejor posible todos los días. Quiero ser mejor hoy que ayer y mañana mejor de lo que soy ahora. Mejorar es lo que me motiva cada día. No pienso en el pasado ni en lo que fui", había dicho tras superar en semifinales a Andy Murray, remontando al escocés.
Tras batir a Monfils en la final del primer gran torneo sobre tierra batida de la temporada, en un duelo heroico (7-5, 5-7, 6-0), extirpó de raíz dos dudas. Su cabeza funcionó cuando la necesitaba, tras perder el segundo parcial, y además su físico estuvo a la altura necesaria para elevar el nivel en el momento crítico. Tras una batalla larguísima en los dos primeros sets, con el galo y su potentísima derecha haciéndole correr a uno y otro lado de la pista en muchas ocasiones, Nadal dio un paso al frente ante el que Monfils, de exuberante presencia, se hundió. 2 horas y 46 minutos que parecieron volar en el último set, cuando hasta el final del segundo habían sido eternas, entre raquetazos y carreras.
Y es que la llegada de la temporada europea de tierra abre un nuevo escenario para Nadal, al que el mismo Djokovic ya cargó de presión durante la entrega de los Premios Laureus, de cara a las próximas semanas: "siempre ha sido el rival a batir en tierra y seguirá siendo así este año. Le respeto mucho y le veo como favorito en cualquier torneo sobre arcilla y Roland Garros no es una excepción". Dejando atrás Montecarlo, llegarán Barcelona (ATP 500), y los Masters 1000 de Madrid y Roma, antes de que se ponga en juego en París la famosa Copa de los Mosqueteros, todos sobre arcilla roja.
Qué Nadal encontraremos en su fase favorita de la temporada es una incógnita, pues parece impensable que arrase en todos ellos, como aquel tenista tiránico en la pistas más lentas del circuito en los albores de su desempeño profesional. Sin embargo, se hace difícil pensar, visto el Nadal de Montecarlo o Indian Wells, que las cosas le vayan tan mal como en 2015, cuando salió en blanco de la primavera europea sobre tierra, algo que ya no podrá suceder, tras ganar ante los ojos del Príncipe Alberto la semana pasada. Aunque, en todo caso, habrá que ver el momento de forma y la adaptación a las pistas lentas de un Novak Djokovic, actual dominador del tenis mundial, que cayó a las primeras de cambio ante el checo Vesely en Montecarlo, y que tiene una obsesión entre ceja y ceja: ganar Roland Garros para haber alzado todos los grandes trofeos del circuito y alcanzar definitivamente el Olimpo de la raqueta.
Desde este mismo miércoles, ante Marcel Granollers, el balear inicia la aventura de recuperar el Conde de Godó, donde se impuso en ocho ocasiones pero no lo hace desde 2013, y en el que el gran rival a priori será el campeón de los dos últimos años en la Ciudad Condal, el japonés Kei Nishikori, que no se cruzaría en su camino hasta el partido por el título.
Una vez superada Barcelona llegarán Madrid, donde el manacorense ganó cuatro veces, tres desde que es sobre tierra, y Roma, donde Nadal reinó siete veces en el Foro Itálico. Tras ello, Roland Garros, París, donde un triunfo del español sería el décimo en el Grand Slam francés, ahí sería nada. Tan difícil casi como cuadrar un círculo.
Y sin embargo, en el fondo, lo más importante para el mejor tenista que haya dado España, no es si ganará o no en Roland Garros, Madrid, Roma o Barcelona. Lo verdaderamente necesario era volver a sentirse feliz, ilusionado en una pista de tenis. Y eso ya lo ha logrado. El tenebroso 2015 quedó atrás. Físicamente se encuentra bien, como padeció Monfils, y mentalmente deja sensaciones de recuperación, que le permitieron pelear a Djokovic un primer set apasionante en las semifinales de Indian Wells. Retos no le faltan, en pleno año Olímpico, donde quiere estar en individuales, en dobles con Fernando Verdasco, y quizá en dobles mixtos con Garbiñe Muguruza. Nadal ha vuelto, y eso es motivo de alegría. Porque, aunque el de 2013, su año más canibalesco, no vuelva, mientras disfrute en una pista de tenis, la afición vibrará a su lado como siempre. Por más que a día de hoy, pelear con Djokovic en pista dura parezca lejano, nunca se ha de dudar de la fe de un campeón de tal calibre. Sólo él decidirá cuándo llegará el momento de dejarlo. Y de momento, parece lejano, pues Rafa Nadal ha vuelto a sonreír.
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