Tanto cuando se disputa un Roland Garros –la pista dos lleva su nombre- como cuando se disputa Wimbledon, es habitual escuchar el nombre de Suzanne Lengler. No obstante, muchos desconocen quién es, o quién fue, esta tenista. Ahora, recién arrancado el prestigioso torneo británico sobre hierba, y coincidiendo con el aniversario de su muerte, recuperamos su historia.
La historia de una tenista que lo revolucionó todo. Bebía alcohol en la pista, hacía enfadar a las autoridades, a los rivales, y hasta a los aficionados; era amada y odiada sin contemplaciones; y ganó 16 títulos de Grand Slam, 12 de ellos en Wimbledon, y dos medallas olímpicas. Todo eso, en los años Veinte. Esta es la historia de Suzanne Lengler, la escandalosa diva que cambió el tenis femenino para siempre.
Hecha contra la norma
Suzanne Rachel Flore Lenglen nacía el 24 de mayo de 1899 en Compiègne, al norte de Francia, a unos 90 kilómetros de París. Desde bien pequeña, su padre decidió que iba a ser una estrella del tenis. Perdió a su hijo cuando era pequeño, y convirtió a Suzanne en su niño.
Vendió su franquicia de autobuses para poder quedarse en casa, y trabajaba durante horas incontables con su niña para prepararla tanto en el terreno físico como en el táctico. Entrenaba con chicos, porque así quería el padre. Cuando comenzó a crecer, pagó a los mejores tenistas del país para que le ayudaran a mejorar. A la pequeña Suzanne no terminaba de gustarle todo aquello, pero no le quedaba más remedio...
Hasta que comprendió que con el tenis podía exclamar toda su potencia y rebeldía que llevaba dentro. Fue entonces cuando comenzó a tomárselo en serio, más allá de la exigencia de su padre, y con sólo 14 años se plantó en la final de los campeonatos franceses. Perdió. Pero sólo unos meses después se alzaba con el título en el World Hard Court Championships, una especie de campeonato del mundo sobre tierra batida, y considerado por todos como el verdadero precursor de Roland Garros. Se convertía en la tenista más joven en ganar lo que hoy sería un Grand Slam. Récord que aún hoy mantiene.
Sin embargo, la presión de la figura paterna siempre estaba presente. Suzanne no podía perder un partido. Sabía que entonces, la recriminación iba a llegar de inmediato. Suya, y de su padre. Odiaba perder un partido. No sabía perder un partido. Y por eso, cuando sucedía –pocas veces, pero en ocasiones sucedía- se armaba buena.
Wimbledon, su bautizo internacional
El público de Wimbledon enloqueció cuando vio a una tenista aparecer con vestidos cortos –entonces las jugadores se cubrían casi todo el cuerpo- y que sacaba como los hombres: colocándose la pelota por encima de la cabeza; y no como las mujeres, como si de una derecha normal se tratara. Unos días después, Lenglen se convertía en la primera mujer de habla no inglesa que conquistaba el preciado torneo británico. Y eso que era la primera vez que jugaba sobre hierba. En la final se impuso a la siete veces ganadora Dorothea Douglass Chambers, ante 8000 aficionados entre los que se encontraban el Rey Jorge V y la Reina María.
Fue entonces cuando pasó a ser todo un icono no sólo en Francia, donde ya lo era, sino en toda Europa. No sólo era en lo estrictamente deportivo, donde su forma de jugar al tenis hacía ganarse el respeto de todos dentro del circuito.
También lo era fuera. Cuando cometía un error, era capaz de tirar la raqueta al suelo o contra la red. Nunca nadie lo había visto antes. Y mucho menos en una mujer. Por no hablar de las copas de coñac que se tomaba entre set y set, dentro de la pista. Era mucho más que un deporte; era un espectáculo. Lenglen pronto se convirtió en la deportista más famosa del planeta. Era la novia de todos, la novia del mundo, que veía en la tenista la revoluación femenina, la batalla, la gloria, que la mujer europea necesitaba en un momento tan decadente para ella.
Hegemonía Lenglen
Al año siguiente repetiría hito en Londres. Pero lo haría de una manera aún más asombraso, ganándose el favor de todos los seguidores. Hasta aquella edición de 1920, la tenista que defendía corona tan solo jugaba la final, contra quien hubiera llegado después de duros días de competición. Lenglen quiso cambiar. Dijo que ella no era más que nadie, y que si tenía que retener el título, debía hacerlo con todas las consecuencias, y contra todas las tenistas. Así que comenzó a jugar desde la primera ronda. Y volvió a conquistar Wimbledon. Y así, hasta en cinco ocasiones consecutivas. De 1919 a 1923 la hierba fue suya.
Tras cinco títulos consecutivos, en 1924 caería derrotada, pero sólo tardaría una edición más en recuperar la corona. Con 26 años conquistaba su sexto Wimbledon individual. Y decimos individual porque, cada año que ganaba el campeonato, lo hacía también en la modalidad de dobles. Formando pareja con la estadounidense Elisabeth Ryan, también ganó seis campeonatos entre 1919 y 1925.
También reina en Francia
Aunque oficialmente Suzanne Lenglen tan solo dispone de dos Roland Garros –los conquistados de manera consecutiva en 1925 y 1926, años en que también se llevaría el título en dobles formando pareja con su compatriota Julie Vasto- puede considerarse que tiene seis en su haber, puesto que con anterioridad había obtenido 4 Campeonatos de Francia, precursor del Roland Garros, que aparece por primera vez en 1925.
De hecho, entre 1920 y 1926 Lenglen lo ganó en seis ocasiones, lo que, unido a los seis Wimbledon conquistados en el mismo período, denota la dominación que ejercía la francesa en el circuito tenístico femenino.
"Sus rivales le tenían miedo, puesto que era como enfrentarse a un leon en la pista. No era normal la potencia con que golpeaba la bola", relata Patrick Clasters, historiadora de deportes de la Sorbona.
Su último gran partido
El 16 de febrero de 1926, poco después de imponerse en Roland Garros, llegó el partido que significó un antes y un después en su carrera. En Francia, concretamente en Cannes, debía disputarse el que ya entonces se denominó 'partido del siglo', y que enfrentaría a Suzanne Lenglen y la estadounidense Helen Wills, el prodigio americano, a quien se consideraba su sucesora.
Fue un partido anunciado a bombo y platillo por la prensa, que enloquecía sólo con imaginarse el choque entre las dos mejores tenistas del planeta; entre dos estilos tan diferentes; entre Europa y Estados Unidos, el único rincón donde Lenglen nunca había triunfado.
Más de 8000 personas se presentaron a la pista. Todas, con la esperanza de ver ganar a su ídolo francesa. Y Lenglen no defraudó. Pero sufrió. Cómo sufrió. El 6-3 y 8-6 final denotó que la igualdad era máxima. Y su padre le aseguró que convenía no volver a jugar contra Wills porque de hacerlo, en la próxima ocasión el partido terminaría en derrota. Lenglen y Wills no volverían a encontrarse.
Una retirada complicada
Con todo –y con la apendicitis de Wills-, Lenglen llegaba a la edición de Wimbledon de 1926 como la gran favorita. Sin embargo, algo extraño sucedió. En uno de los partidos de eliminatoria, con miles de personas congregadas en la pista incluidos los reyes británicos, la francesa no se presentó.
Los motivos nunca se terminaron de aclarar, pero opiniones hay varias: desde la que aludió la tenista, de que le habían informado mal del horario; o la que comentaron sus rivales, sobre que había trasnochado el día anterior, de fiesta, y se había despertado tarde. Hay que tener en cuenta que Lenglen, allá donde competía, demandaba jugar por la tarde puesto que odiaba madrugar.
Sea como fuere, Lenglen no se presentó, y aquello significó multitud de críticas de sus rivales, de la prensa, e incluso de los que sólo unas horas antes eran sus admiradores. La francesa no lo encajó bien, y como respuesta decidió sólo unas semanas después convertirse en profesional.
Era aquella una época en la que estaba mal visto ser profesional. Ella lo explicó de manera tajante: por fin dejaba de ser esclava del circuito; por fin dejaba de jugar torneos en beneficio de otros, para poder jugar en su beneficio. Pero no le fue demasiado bien. Sólo duró un año, la mitad del cual estuvo enferma. Además, confesó que a pesar de no ser profesionales, muchos tenistas recibían sumas de dinero para disputar ciertos partidos. Ella las había recibido. Fue su último gesto de protesta.
En 1927, aun sin cumplir los 27 años, decidió retirarse. Fundó una escuela justo al lado de donde hoy se juega Roland Garros, y se dedicó por completo a ella. Durante años, la mujer que lo copó todo pasó al anonimato. Nadie hablaba ya de ella. Hasta que a comienzos de 1938 regresó a la palestra: la prensa anunciaba que se le había diagnosticado una leucemia. Meses después, el 4 de julio de 1938, fallecía.
Toda Francia lloró. Todo el mundo del tenis lloró. Se marchaba una mujer que había sido mucho más que una mujer. Que había vivido rápido, jugado duro, y muerto joven. Había cambiado el tenis femenino para siempre, dejando de ser un pasatiempos para amas de casa, a un deporte entre mujeres, demostrando que podían ser tan agresivas y tan capaces como los hombres
La primera deportista estrella. Capaz de generar polémica, llamar la atención, crear tantos detractores como admiradores, a la vez que se convertía en una de las mejores tenistas de toda la historia: la avalan 31 títulos de Grand Slam, 181 victorias consecutivas, y una marca de 341 partidos ganados por 7 perdidos. Algo impensable hoy día. Y todo pese a que la Guerra Mundial detuvo su carrera, justo cuando arrancaba, durante cinco años... fue lo único que pudo pararla.