Stan Wawrinka y un cambio a mejor
El suizo, vencedor en Roland Garros, cambió de entrenador, se divorció de su mujer y ha subido al número cuatro de la ATP.
Se había quedado estancado en el número 10 del Top Ten de la ATP. Tenía la clase de su compatriota Roger Federer pero no era regular. No lo era, al menos, ni de lejos en comparación con el gran Roger. Pero Stanislas Wawrinka (Lausana, Suiza, 1985) tenía mucho tenis en sus manos y él mismo no se veía a sí mismo avanzar. Estaba frustrado.
Quizá por eso, en el verano de 2013, decidió hacer algo. Había vuelto hacía poco con su esposa, la presentadora de televisión Ilham Vuillod, pero la relación no iba demasiado bien, con una hija, Alexia, de apenas dos años y medio entonces. La primera vez que el tenista había abandonado la casa familiar había sido en 2010, con ella embarazada, y poniendo como excusa "querer estar sólo, centrarse sólo en el mundo tenístico".
Para Wawrinka había llegado un momento, el citado de aquel verano de hace dos años, que el tenis le sobrepasaba. Pasa mucho en la élite. Un deporte que te exige once meses al año al máximo nivel, te puede destrozar los nervios. Eso le había pasado al suizo que, de repente, decidió cambiar de métodos.
Fichó a Magnus Norman, extenista, finalista en Roland Garros en 2000 y derrotado por el brasileño Gustavo Kuerten, para que le enseñase a vivir más profundamente este deporte, a amarlo, a no cansarse de él demasiado pronto. Con Norman mejoró el revés y mejoró en tierra donde el sueco era un buen jugador. Se presentó al Abierto de Australia de 2014 casi sin opciones y salió campeón, ganando en la final a un Nadal disminuido por la espalda.
En las navidades de 2013 Wawrinka se había tatuado en su brazo derecho un fragmento de un poema de Samuel Beckett: "Lo intentaste. Fracasaste. No importa. Sigue intentándolo. Fracasa otra vez. Fracasa mejor". Eso, según sus íntimos le dio fuerza. Stanislas había cambiado. Ya por entonces, y con el consejo de su entrenador, habló con la ATP para instaurar que en el circuito y en los torneos le llamasen Stan, abreviando su nombre. Le hicieron caso. Era una forma de cambiar todo, incluso lo que no era perceptible en el juego en la pista.
En febrero de este año se divorció definitivamente de su mujer. Dejó atrás, de repente, casi toda una vida juntos. En el primer grande sin ella ha ganado en Roland Garros. En la celebración y en el discurso de ganador, ninguna mención a su exesposa, sólo a Magnus Norman "el hombre que me ha cambiado", al que le dedicó un mensaje la primera vez que ambos ganaban en París. Norman perdió una vez como jugador y dos como entrenador cuando manejaba los designios de Robin Soderling, subcampeón en 2009 y 2010.
La victoria ante Djokovic el otro día hace que Stan Wawrinka suba al numero cuatro del mundo. Encara Wimbledon como nunca lo ha hecho y es uno de los nombres a vigilar este año con dos grandes todavía por disputar. El juego impulsivo, que no beneficia en Roland Garros por la tierra batida, que es más para pista rápida, le ha valido, sin embargo para imponerse en París. Su vida merecía esto y le ha llegado con 30 años. Nunca es tarde.
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