Fue el pasado 24 de junio cuando las alarmas se volvieron a disparar con Rafa Nadal. El tenista español caía eliminado en primera ronda de Wimbledon ante Steve Darcis y volvía sufrir problemas en su rodilla. Venía de haber ganado Roland Garros y hacer unos meses casi perfectos, pero se le notaba incómodo sobre la pista rápida.
Mes y medio más tarde, Nadal regresó a la competición para afrontar el circuito americano, donde la pista dura se había convertido un reto para él, que había perdido la confianza demostrada sobre la tierra batida. Sin embargo, las sensaciones no pudieron ser mejores y el balear ganó con claridad los Másters 1000 de Montreal y Cincinnati. Incluso, superó a Novak Djokovic en un duelo directo y se ha mostrado intratable en la pista dura hasta el US Open.
Su juego se ha vuelto mucho más sólido en este tipo de superficie y la agresividad sobre la pista deja pocas opciones a sus oponentes. El balear se encuentra muy cómodo sobre el cemento y eso se traduce en un juego fluído, que nada tiene que ver con el Nadal temeroso de Wimbledon. La explicación del cambio va más allá de la propia recuperación en los problemas con su rodilla. Nadal ha cambiado progresivamente sus apoyos a la hora de golpear la bola, para proteger sus piernas, y esto ha beneficiado a su juego.
En Wimbledon, se pudo ver cómo el español evitaba golpear la bola de revés y siempre se colocaba para golpear de derecha. La rodilla izquierda le dolía y no era capaz de mantener un apoyo que fuese menos nocivo para su lesión. Desde que volvió en Montreal, sus apoyos son menos bruscos, más acompasados con el resto de movimientos de su cuerpo y esto le ha devuelto la confianza en su revés.
Con el revés a pleno funcionamiento, la actitud de Nadal ha cambiado en los paridos. Ahora es más agresivo, centra su juego en su potente derecha y acompaña con el revés, lo que le permite responder con más rapidez a los golpes de su rival y mantenerse dentro de la pista. Los puntos se han vuelto más cortos y desprende una sensación de mayor dominio del juego. Todo ello se ha traducido en que necesita correr menos y, por tanto, sus rodillas no sufren tanto. Nadal no duda en jugar con profundidad, cuando lo necesita, y entra mucho más a la pista, lo que le evita hacer tantos desplazamientos laterales.
El saque, tradicionalmente uno de sus puntos débiles, se ha convertido en un arma fiable para el de Manacor. El trabajo de estos años para mejorarlo y la decisión de cambiar los apoyos de sus pies le han otorgado una capacidad para sacar con mayor potencia y precisión, algo que le ha servido para explotar mucho más los puntos débiles de sus oponentes. Todo ello le ha hecho ganar una confianza en el resto. Ya no espera en el fondo de la pista, trata de mantenerse lo más cerca de la línea y responde con intensidad a los saques. El juego de Nadal se ha convertido en menos previsible para sus oponentes y su agresividad es la mejor herramienta para recuperar el número 1 del ránking ATP.