L D (EFE) En el libro, lo primero que llama la atención son las referencias literarias y culturales que entrelaza con la historia de su ascenso como deportista y de los problemas personales que le surgieron tras haberse convertido en un ídolo al ganar Wimbledon en 1985 siendo todavía un adolescente
Becker parte en su libro de una reflexión sobre esa frase de "Instante, detente...", que Fausto pronuncia en el momento de su muerte, y dice que sintió algo similar -en medio de una felicidad muy íntima- estando con sus dos hijos, Noah y Elias, y empezó a hacer un repaso general de su vida.
El ex tenista se muestra plenamente consciencia de su condición de ídolo deportivo de la era mediática y compara su primer triunfo en Wimbledon con otra gesta legendaria del deporte, el ascenso al Everest de Edmund Hillary y cita su autobiografía. "¿Cuál es el sentido de todo? Alguien que se somete a esto tiene que estar loco", dice Becker citando a Hillary.
"Después supe lo que la cumbre traía consigo", agrega el tenista que recuerda como a partir de su primer triunfo en Wimbledon él dejó de ser quien era y se convirtió en una especie de "propiedad colectiva de los alemanes". Becker cuenta su vida desde la satisfacción que le produce el haber soportado la presión que pesa sobre un deportista de éxito y el haber además superado el vació que asalta a muchas estrellas en el momento en que abandonan las competiciones. Sin embargo, no oculta que en determinados momentos, como a tantos otros deportistas -menciona concretamente el caso de Diego Maradona y su adicción a la cocaína- la presión estuvo a punto de empujarlo con caminos peligrosos.
El problema de Becker fue su adicción a los somníferos que empezó en 1987 cuando el médico del equipo alemán de Copa Davis, Joseph Keul, le advirtió que todo atleta necesitaba entre ocho y nueve horas de sueño para estar en forma, lo que lo llevó a probar un medicamento llamado "Planum". El tres veces ganador de Wimbledon sostiene que hubo épocas en que ni siquiera podía cerrar los ojos sin las pastillas, y que en sus peores momentos llegó a combinar con whisky para aumentar sus efectos. Los fármacos generaron en Becker una tendencia a la melancolía y a la depresión que incluso le impedían alegrarse en momentos de grandes victorias.
Sus problemas con el sueño y su adicción le generaron problemas antes de algunos partidos, como por ejemplo la final de Wimbledon contra el sueco Stefan Edberg en 1990. "La noche antes del partido tomé mi dosis, pero en todo caso estuve despierto a las cuatro de la mañana. El entrenamiento previo estaba fijado a las 11 de la mañana así que tenía tiempo para otra dosis", dice Becker. El resultado fue que se despertó a las 10 y media y al final llegó al partido en una situación parecida al sonambulismo y perdió los dos primeros sets por 6-2 y 6-2.
Becker logró reunir fuerza para dejar las pastillas cuando nació su primer hijo, Noah, pero durante el tiempo de la curación sufrió con efectos secundarios entre los que se cuenta la claustrofobia. También sus problemas con el fisco son referidos por Becker en su libro que, según sostiene, está escrito principalmente para sus hijos Noah, Elias y Anna, su hija natural de quien espera que entienda porque no lleva su nombre.
Becker parte en su libro de una reflexión sobre esa frase de "Instante, detente...", que Fausto pronuncia en el momento de su muerte, y dice que sintió algo similar -en medio de una felicidad muy íntima- estando con sus dos hijos, Noah y Elias, y empezó a hacer un repaso general de su vida.
El ex tenista se muestra plenamente consciencia de su condición de ídolo deportivo de la era mediática y compara su primer triunfo en Wimbledon con otra gesta legendaria del deporte, el ascenso al Everest de Edmund Hillary y cita su autobiografía. "¿Cuál es el sentido de todo? Alguien que se somete a esto tiene que estar loco", dice Becker citando a Hillary.
"Después supe lo que la cumbre traía consigo", agrega el tenista que recuerda como a partir de su primer triunfo en Wimbledon él dejó de ser quien era y se convirtió en una especie de "propiedad colectiva de los alemanes". Becker cuenta su vida desde la satisfacción que le produce el haber soportado la presión que pesa sobre un deportista de éxito y el haber además superado el vació que asalta a muchas estrellas en el momento en que abandonan las competiciones. Sin embargo, no oculta que en determinados momentos, como a tantos otros deportistas -menciona concretamente el caso de Diego Maradona y su adicción a la cocaína- la presión estuvo a punto de empujarlo con caminos peligrosos.
El problema de Becker fue su adicción a los somníferos que empezó en 1987 cuando el médico del equipo alemán de Copa Davis, Joseph Keul, le advirtió que todo atleta necesitaba entre ocho y nueve horas de sueño para estar en forma, lo que lo llevó a probar un medicamento llamado "Planum". El tres veces ganador de Wimbledon sostiene que hubo épocas en que ni siquiera podía cerrar los ojos sin las pastillas, y que en sus peores momentos llegó a combinar con whisky para aumentar sus efectos. Los fármacos generaron en Becker una tendencia a la melancolía y a la depresión que incluso le impedían alegrarse en momentos de grandes victorias.
Sus problemas con el sueño y su adicción le generaron problemas antes de algunos partidos, como por ejemplo la final de Wimbledon contra el sueco Stefan Edberg en 1990. "La noche antes del partido tomé mi dosis, pero en todo caso estuve despierto a las cuatro de la mañana. El entrenamiento previo estaba fijado a las 11 de la mañana así que tenía tiempo para otra dosis", dice Becker. El resultado fue que se despertó a las 10 y media y al final llegó al partido en una situación parecida al sonambulismo y perdió los dos primeros sets por 6-2 y 6-2.
Becker logró reunir fuerza para dejar las pastillas cuando nació su primer hijo, Noah, pero durante el tiempo de la curación sufrió con efectos secundarios entre los que se cuenta la claustrofobia. También sus problemas con el fisco son referidos por Becker en su libro que, según sostiene, está escrito principalmente para sus hijos Noah, Elias y Anna, su hija natural de quien espera que entienda porque no lleva su nombre.