Nick Anderson, el pánico a los tiros libres
Uno, dos, tres...y hasta cuatro tiros libres falló el escolta de manera consecutiva. Justo cuando su equipo más lo necesitaba: en la final de la NBA.
7 de junio de 1995. Estamos en el Amway Arena de Orlando, Florida. Primer partido de la final de la NBA. Los Magic sueñan con alcanzar por primera vez el anillo. Acababan de conseguir su primer título de conferencia y, a tenor de lo visto durante todo el año, se postulaba como ligeramente favorito ante los Rockets de Olajuwon, que formaba quintento con Drexler, Horry, Kenny Smith y Mario Elie. En los Magic Anfernee Hardaway, Nick Anderson, Denis Scott, Horace Grant y, por supuesto, Shaquille O’Neal.
El primer partido se antojaba clave. En una serie igualada, el primero que se llevara el gato al agua sumaría ya no sólo una victoria a su casillero, sino una importante dosis de moral. Y el choque fue en todo momento a favor de los locales, pero en los últimos compases vieron cómo su ventaja se reducía. Así, llegamos a un minuto del final con posesión para los Magic, que mandan por tres puntos, tras una última canasta, otra más, de Shaquille O’Neal.
Tras varios errores en el lanzamiento y varios rebotes en ataque, Nick Anderson recibe una falta que le manda a los tiros libres. Faltan 10.6 segundos, y ganan de tres. Un tiro libre dentro, y la primera victoria es suya.
Pocos mejor que Nick Anderson
Nick Anderson era un seguro de vida. Llevaba ya seis temporadas siendo una de las referencias de los Magic en ataque. Se compenetraba a la perfección con O’Neal. Y, lo que más importaba en ese momento, tenía un 72% de acierdo de media en la línea de tiros libres desde su desembarco en la NBA.
Era un jugador muy completo, con temporadas en las que terminó con casi 20 puntos de media, capaz de postear en el interior de la zona, con un muy buen lanzamiento exterior –incluso disputó el concurso de triples- y muy intenso a la hora de defender.
Formado en la Universidad de Illinois, donde promedió 17 puntos y 7 rebotes, fue elegido en el puesto número 11 del Draft de 1989 por los Magic, en la que era su primera elección como equipo NBA. Se convertiría en el jugador con más partidos y más minutos disputados en la franquicia. Y siempre con el número 25, el número de Benji Wilson, su gran amigo y futura estrella de la NBA que fallecería de manera trágica.
La peor pesadilla
No había duda. Nick era un seguro de vida. La victoria iba a ser para Orlando. Va a por el primer tiro libre... y falla. No pasa nada, tiene otra oportunidad, y con ese 71% que acumula que acumula a lo largo de aquella temporada, no puede fallar. Pero sí, lo hace. Anderson, no obstante, es capaz de desquitarse, y captura su propio rebote. Y vuelve a ser objeto de falta. Borrón, y cuenta nueva.
Pero el escolta, incomprensiblemente, falla también el tercero. Su cara lo dice todo. No puede ser verdad lo que está viviendo, es una pesadilla. Seguro. Él, que metía tres de cada cuatro tiros libres, ahora llevaba tres consecutivos errados. Y justo cuando su equipo más lo necesitaba: cuando había que sellar, quizá, la victoria más importante hasta la fecha.
Aún tenía un cuarto lanzamiento, pero ahí sí que todos sabían lo que iba a pasar. Incluso él mismo, que parecía querer darle el balón a otro compañero para que lanzara. Y, efectivamente, falló. Entonces, pasó lo que tenía que pasar: los Rockets corren el balón y Kenny Smith anota un triple que lleva el partido a la prórroga. En los cinco minutos extra consiguen la victoria (118-120), recuperan el factor cancha, y terminan llevándose el anillo.
Una losa para siempre
"Perdí mi confianza. Perdí mi agresividad. Empecé a decirme a mí mismo que iba a fallar los tiros, en lugar de decirme que iba a convertirlos". Así se referiría a la situación Nick Anderson. En la temporada siguiente, su porcentaje bajó a un 40%. Nunca se recuperaría. Pero ¿qué le pudo pasar aquella noche, en la que llegaba con un 71% de acierto?
Los tiros libres parecen siempre los mismos. Un mismo balón, una misma canasta, un mismo jugador, y siempre la misma distancia: 4,6 metros del aro. Pero son muchos los otros factores que influyen. En el momento fatídico, Anderson sumaba 20 puntos, con un porcentaje de tiro del 50% en el lanzamiento. No parece, pues, que fuera una mala noche para él.
Pero no había lanzado ningún tiro libre. Y verse ahí por primera vez, en un momento tan delicado, responsable del destino de su equipo, solo y ante miles personas silenciosas y pendientes sólo de él, le pudo. No soportó la presión, y se hundió. Cuatro veces. Seguidas.
Señalado
Como no podía ser de otra manera, Nick Anderson fue el señalado no sólo por aquella derrota, sino por el anillo no conquistado. La serie terminó 4 a 0 a favor de los Rockets. Los Magic no se recuperaron de aquel primer mazazo. Todos sabían que con que hubiera metido un tiro libre, sólo uno de aquellos cuatro, el rumbo de la final hubiera sido distinto.
El escolta se rehizo, siguió jugando, y liderando, el ataque de los Magic. Pero también es cierto que sus anotaciones bajaron. Y el equipo se resintió: no volvería a una final de la NBA con Anderson en sus filas; y sólo una vez más repetiría final de conferencia, para caer ante los Bulls de Jordan.
Nick Anderson marcharía de Orlando en 1999, para vivir una buena temporada en los Kings, y otro año muy duro por las lesiones en Sacramento para, al año siguiente, retirarse vistiendo la camiseta de los Grizzlies, donde apenas pudo jugar.
Fue en 2002 cuando dejó el baloncesto. Lo hizo como un jugador histórico en los Orlando Magic: el que más partidos ha disputado (692), el que más lanzamientos de dos ha anotado (4075) y el que más robos de balón (1004) ha conseguido.
Registros históricos, sin duda, pero siempre ensombrecidos por lo que pudo ser y no fue. Por aquellos cuatro tiros libres (¡cuatro!) fallados de manera consecutiva cuando más lo necesitaba su equipo. Por el qué hubiera sido de los Magic, y del propio Nick Anderson, de haber anotado sólo uno de ellos. Nunca se supo. Le pudo el pánico a los tiros libres.
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