En 1971 Spencer Haywood estaba llamado a grabar su nombre con letras mayúsculas en la NBA. Tanto, que fue capaz de crear una de las mayores polémicas normativas desde la creación de la competición. Y aunque su caso no fue como el de Raymond Lewis o Ben Wilson, enormes jugadores que nunca llegaron a jugar en la NBA, la carrera de Haywood no fue tan prolífica como cabía esperar. Demasiados claroscuros para un jugador de su talento.
Todo, por un carácter frágil, quebradizo, derrotado. No fue capaz de soportar la presión de su desembarco en la NBA. Las drogas terminaron convirtiéndose en su mejor amigo. En su único amigo. Una relación tormentosa con una modelo, e incluso el trazo de un plan para asesinar a su entrenador. Es la controvertida historia de Spencer Haywood, un buen tipo al que quizá todo le vino demasiado grande.
De recoger algodón a ser campeón olímpico
Su infancia no fue sencilla. Junto a sus hermanos y su madre –su padre falleció prematuramente- se dedicó a recolectar algodón cuando los niños de su edad se dedicaban a correr, a jugar, a soñar. Pero en cuanto cogió un balón de baloncesto, todo cambió.
Como tocado por una varita mágica, su capacidad para jugar era colosal. Como suele suceder en el baloncesto, tuvo la suerte de que le acompañara el físico. Por fortaleza –curtida en los complicados años de niñez- y por altura. Por eso, no tuvo problemas en ser becado para la Universidad de Trinidad.
Poco le importó que fuera su primer año y se midiera a jugadores mayores que él: promedió 28 puntos y 22 rebotes por partido. Gracias a esa magnífica actuación, fue citado para el equipo de Estados Unidos que iba a participar en los Juegos Olímpicos de México DF. Él iba a ser el líder -16 puntos de media- del equipo que iba a conquistar el oro.
Al año siguiente se marchó a la Universidad de Detroit, donde sus números siguieron creciendo: 32 puntos y 22 rebotes por partido. Entonces, decidió que había llegado el momento de dar el salto a la NBA. Pero las normas de la competición eran bien claras: nadie podía acceder hasta que hubiera terminado su etapa universitaria. A Haywood le quedaban aún dos años más por cumplir.
Una norma que lo cambió todo
Resignado, se tuvo que marchar a la ABA. Concretamente, a los Denver Rockets. Y su magia no cesó: 30 puntos y 20 rebotes por partido, llevando a su equipo a proclamarse campeón de la conferencia oeste. Fue elegido mejor jugador de la competición. Ahora sí. Le daba igual la normativa, le daba igual todo. Había llegado su hora de desembarcar en la NBA. Cualquier otra cosa se le quedaba pequeña.
La NBA no lo quiso, como era de esperar. Así que Haywood acudió al Tribunal Supremo de los Estados Unidos. Alegó razones económicas, ya que en las condiciones en que se encontraba, debía ser el sustento económico de su familia, y se le estaba privando de ello. Los Sonics aprovecharon la situación para hacerse con sus servicios. Un jugador de tanta calidad se le ponía a tiro, y no lo debían desaprovechar. Cuándo podría jugar, era secundario.
Así que Haywood se marcha a Seattle en 1970, pero no puede jugar. Se vestía de corto. Incluso calentaba. Pero a la hora de comenzar los partidos se tenía que retirar. Y lo hacía vilipendiado. Por las aficiones, y por los jugadores rivales. Poco importaba que sólo unos meses atrás fuera el héroe que había llevado a Estados Unidos a ganar un oro olímpico.
Así, hasta que en marzo de 1971 el Tribunal Supremo falla en contra de la NBA, con una sentencia que decretaba que los jugadores que no hubieran completado los cuatro años de universidad podían ser admitidos en la competición si se daban ciertas condiciones. Y en el caso de Haywood, así era. El baloncesto ya nunca sería el mismo.
Haywood ya podía jugar, sí, pero nunca fue perdonado por ello. Como si fuera el culpable de una acción ilegal. Como si fuera un acto de extrema arrogancia el querer quemar las etapas antes de tiempo. En cada campo era detestado.
Una carrera de claroscuros
En cualquier caso, su carrera arrancaba. Por fin, el hombre que antes de desembarcar en la NBA había ocupado portadas –quizá más de las que deseara- podía comenzar su trayectoria en la mejor competición de baloncesto. Con él, los Sonics pasaban a aspirar a todo. Pero los resultados no terminaban de llegar.
No sería por culpa de Spencer. En su primera temporada completa, la 71-72, sería escogido en el mejor quinteto de la NBA. También al año siguiente, cuando promedió 29.2 puntos por partido. En la 73-74 promedió 13.4 rebotes por partido. Dos marcas, estas últimas, que siguen siendo las mejores en la historia de los Supersonics. Se convirtió en un habitual en los partidos de los All Star.
Pero ni con la llegada de Bill Russell en 1973 los Sonics llegaron a cumplir los objetivos. Nada más lejos de la realidad. En la temporada 74-75 conseguían acceder por fin a los playoff, pero cayendo a las primeras de cambio. Ante esa decepción, se optó por la vía de dar salida a Haywood. Había promediado 25 puntos y 12 rebotes por partido en las cinco temporadas en Seattle.
Nueva York fue su destino. Pero las cosas no mejoraron. Por primera vez en diez años, los Knicks quedaron fuera de playoff. Y el chico nuevo, Haywood, era la diana perfecta para la enfurecida afición. El año siguiente fue aún peor. Todos le odiaban. Sus compañeros, la prensa, la afición… complicada situación que se acrecentó con la muerte de su hermano mayor.
El peor amigo posible
Fue entonces cuando conoció al amigo más accesible, pero más traicionero: la cocaína. Desolado, desamparado, necesitaba ‘aire’, y fue en la droga donde lo encontró. Sin saber lo que eso supondría. Nueva York, además, era una ciudad demasiado fácil para convivir con ello…antes de que se diera cuenta, ya estaba totalmente enganchado.
El baloncesto pasó a un segundo plano. Prefería la noche al día. Y tenía dinero más que suficiente para ello. Las fiestas fueron una constante. Sus enfrentamientos con los compañeros y los entrenadores por ello, se hicieron habituales. A él sólo le importaba la droga, y pensaba que todos estaban en su contra.
Fue en esa época cuando se enamoró de una joven somalí recién aterrizada a la ciudad que nunca duerme, de nombre Iman. Ella terminaría siendo una estrella de la moda en todo el planeta, tendrían un hijo, y su relación pasaría de tempestad en tempestad.
"Hay que matar a Paul"
De Nueva York pasó a Nueva Orleans. Al principio, todo fue bien: su vida en una nueva ciudad se relajó, volvió a disfrutar del baloncesto, la presión era menor…pero los resultados del equipo no acompañaban. Además, al año siguiente los Jazz se mudaban a Utah, así que Haywood iba a cambiar nuevamente de equipo.
Como caído del cielo, llegó la oportunidad de ir a los Lakers de Magic y Abdul-Jabbar. Cuando pensaba que su carrera en el baloncesto ya sólo podía ir cuesta abajo, recaló en un equipo con grandes aspiraciones al anillo. No se lo podía creer. Como no podía ser de otra manera, desde el primer momento su actitud fue ejemplar: entrenaba como el que más, jugaba para los demás, trabajaba por todos…
Pero poco a poco la situación fue cambiando. ¿La culpa? Cómo no: la droga. Volvía a estar enganchado. Más que nunca. Sin saber muy bien por qué, le había vuelto a atrapar, desbordándolo hasta tal punto que todo lo demás pasó a no tener ninguna importancia, como relata a la perfección Gonzalo Vázquez en este artículo. Consecuentemente, sus minutos comenzaron a disminuir; sus compañeros empezar a no soportarlo; su entrenador le echaba una bronca tras otra, llegando incluso a apartarlo del equipo…
"Sí, planeé asesinar a mi entrenador". No es una frase sacada de contexto. Es la confesión de Spencer Haywood al recordar su etapa en los Lakers, y su mala relación con Paul Westhead, su entrenador. Y no es ningún farol. "No sabía ni dónde vivía, es lo que tienen las drogas. Ya sabes, te hablan, te someten... Toqué fondo con la cocaína, no hice nada malo con Paul, pero tuve la intención. Llamé a un viejo amigo mío, Gregory, un gángster. Le dije: 'Necesito que te ocupes de alguien'. Nos dijeron que Westhead vivía en Palos Verdes –su casa coronaba una colina- y planeamos sabotear los frenos de su coche". Son palabras del propio Haywood en su autobiografía.
Cuando terminaban de urdir el plan junto al gángster, sonó una llamada. Una inoportuna llamada. O no. Era su madre. Simplemente quería saber cómo estaba su hijo, qué tal andaba todo. A Haywood le recorrió un tremendo sentimiento de culpa, y decidió abortar del plan.
Una vida nueva
Decidió huir de ahí. Italia fue su destino. Concretamente, el Carrera de Venecia. En los 80 la Lega era la mejor competición europea, y Haywood fue una de las primeras estrellas NBA que recalaban en el Viejo Continente. Promediaría 23.5 puntos y 10.5 rebotes por partido, para llevar a su equipo –junto a Dalipagic- a la final de la Copa Korac, final que perderían ante el Joventut de Manel Comas.
Al año siguiente regresaría a la NBA. Lo haría en los Washington Bullets. Sus números bajaron, el equipo no consiguió buenos resultados, pero lo cierto es que fue en esa época cuando su vida comenzó a recuperar el sentido. "Acepté mi error". Cuando se retiró, dejó durante un largo tiempo de acudir al baloncesto, y dedicó su vida a su familia.
Ahora, con la vista de un hombre de 65 años, reconoce que todo pudo ser diferente, pero que esa es la vida que le tocó vivir, y que no se arrepiente de nada. Sólo lamenta una cosa: que un jugador que ha sido cuatro veces All-Star; elegido en dos ocasiones en el mejor quinteto de la NBA; dos más en el segundo mejor quinteto; campeón de la NBA en 1980; promediar más de 20 puntos y 10 rebotes en sus 12 temporadas en la NBA; y ser el MVP y Rookie del año en su única temporada en la ABA, no haya sido hasta ahora, hasta hace justo un mes, cuando se la ha reconocido su trayectoria entrando en el Hall of Fame. "Cuarenta años después, por fin me han perdonado que rompiera las reglas de la NBA".