La temporada de motos no podía empezar mejor. La de 2010 terminó como nunca antes lo había hecho para los intereses españoles, atesorando los tres títulos del Mundial de velocidad y los tres subcampeonatos. España es sinónimo de motos, de gasolina y de velocidad. Y, tras el triunfo de Marc Coma en el Dakar, ahora más que nunca. A sus 34 años, el piloto catalán ha conseguido una hazaña que ningún otro español ha logrado: coronarse por tercera vez como campeón del rally más duro del mundo. Un palmarés que el piloto de KTM, ha completado en las últimas cinco ediciones, luchando no sólo contra las dunas y la soledad de un raid como éste, sino también, y sobre todo, batallando contra la organización, francesa, que siempre se ha resistido a dar uno de sus trofeos a un español.
Pero, ¿qué se puede decir de Marc Coma? Sobra anotar que es un grandísimo piloto, pues un Dakar no lo gana cualquier aficionado. Esa imagen de Coma de pie sobre su moto, la única compañera de viaje en el Dakar, levantando el polvo del camino en cada cruzada, sólo puede emocionar a quien valora la perfección que a veces se conjuga entre la máquina y el hombre. Pero si observamos los detalles y vamos más allá del primer impacto, veremos un Coma perseverante, un Coma humilde que no se rinde, que lucha contra cada piedra, ante cada adversidad sin creerse merecedor de nada mejor que el resto y sabiendo que el triunfo sólo tiene un camino: el del trabajo y el sacrificio.
En este Dakar, que tan duro se ha presentado para todos, hemos redescubierto a un chaval que siempre ha vivido unido a las dos ruedas y que ha luchado por sus sueños pero sin perder el norte. Sabiendo ser competitivo, pero manteniendo los principales valores que dan, o deberían dar, sentido al deporte. Vimos a un Coma herido, tras una caída, que no hizo caso del dolor y siguió concentrado en dar gas y seguir la ruta, la suya. Vimos a un Coma que no reparó en cuánto tiempo perdería cuando fue necesario ayudar a un compañero de rally malherido e inconsciente, sin saber si la organización le devolvería el tiempo empleado en atender a aquel piloto. Vimos a un Coma humilde que no dio nada por ganado hasta que no llegó el pasado sábado a Buenos Aires y que nunca desprestigió el trabajo de sus rivales, en este caso el realizado por el francés Ciryl Despress.
Durante los 16 días de carrera hemos visto todo esto, pero si me tengo que quedar con una imagen, me quedo sin duda con la lucha que Marc mantuvo con las dunas del desierto chileno de Atacama y que le describen como piloto y como hombre. Ese Marc que atacaba cada montículo de arena como si fuera el primero y el último, con humildad y sin rendirse. Esa imagen de cada uno de los ataques a la arena del desierto que se le resistía al piloto catalán, y que no parecía ser un obstáculo sino un aliciente, o simplemente parte del recorrido. Lo que para otros podría suponer un problema, una piedra en el camino que pesa y merma la capacidad de pilotaje y concentración, para el campeón del Dakar es una prueba que superar. Aquella imagen de Coma volviendo a afrontar la caprichosa duna cada vez con más fuerza, y tras ello, recobrar el ritmo y el aliento sin perder tiempo, olvidando las muescas del camino y mirando al frente, a la meta. Es la imagen del Dakar.
El Dakar es aventura, por supuesto, pero también es competición, sacrificio, sufrimiento y ganas y necesidad de superarse. Todo estos valores están encarnados en la figura de Marc Coma. Un ejemplo para nuestros jóvenes, pero también un ídolo para aquellos que, sentados en el sofá de sus casas, miran desde la ventana que es el televisor con la ilusión, el sueño de un día embarcarse en la aventura del Dakar. Por ello sólo podemos darle las gracias a Marc Coma, por demostrarnos cómo se pilota en el desierto y por los caminos de piedra que surcan la Patagonia americana. Pero, sobre todo, gracias por ganar como lo ha hecho Marc.