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Graziano Rossi: mucho más que un padre en el motociclismo

Fue un pionero sobre las pistas, y sólo su mala cabeza le impidió alcanzar las cotas más altas.

Graziano Rossi, junto a su hijo Valentino en los primeros años de éste. | Archivo

Los años 70 fueron años complicados dentro del motociclismo italiano, que se quedó huérfano de ídolos tras la recta final de Giacomo Agostini. Sin embargo, una nueva generación surgió a finales de la década, encabezada por Graziano Rossi. Sí, el padre de Valentino Rossi, para muchos el mejor motociclista de todos los tiempos.

Graziano Rossi comenzó a llamar la atención por su carácter agresivo y a la vez jocoso sobre la moto. Siempre tratando de divertirse y de divertir. Siempre corriendo como si fuera la última carrera. A veces, incluso, rozando la locura. Era atípico para la época. Un pionero. Fue, por ejemplo, el primero que incorporó dibujos y colores en el casco.

Y ganaba. También ganaba. En 1979, su segundo año como profesional, conquistó nada menos que tres victorias (Yugoslavia, Holanda y Suecia) y 5 podios en el Mundial de 250 c.c., terminando tercero en la clasificación general. Lo hizo conduciendo una Morbidelli, y con el número 46 en su carenado.

Al año siguiente firmará por Suzuki y dará el salto a 500 c.c. Las expectativas son muy altas, y el de Pésaro sueña incluso con ganar el Mundial. Pero poco antes de comenzar la temporada sufre un accidente mientras conducía un coche de rallys sin casco. Se temía por las secuelas que le podría dejar, pero lo cierto es que Rossi arrancó convencido de sus capacidades, y en las cinco primeras carreras consiguió una segunda, una tercera y una cuarta plaza. Nada mal.

Es entonces cuando se encuentra con otra emergente figura italiana, Marco Lucchinelli. Además, también en Suzuki. Eran dos pilotos similares, agresivos, combatientes, y, al contrario de lo que podría parecer en un principio, mantenían una magnífica relación de amistad. En ellos dos estaban puestas todas las esperanzas de los tiffossi italianos de encontrar al nuevo Agostini. Las fechorías que perpetraban ambos pilotos en los circuitos y fuera de ellos les hicieron granjearse la simpatía de todos los aficionados al motociclismo, no sólo los italianos.

La historia pudo cambiar cuando en Bélgica, en la sexta carrera del campeonato, con ambos pilotos luchando por la clasificación del Mundial, Rossi tiró al suelo a Lucchinelli. Ninguno de los pilotos le reprochó nada al otro. Pero sí lo hizo la escudería Suzuki, visiblemente molesta, y no sin razón. Tomó la decisión de que en la temporada siguiente uno de los dos pilotos debería abandonar el equipo. A pesar de los buenos resultados cosechados en el Mundial: Lucchinelli tercero y Rossi quinto.

Graziano Rossi fue el damnificado. Volvió a Morbidelli, pero los resultados ya no le acompañarían. No conseguirá ningún punto durante todo el Mundial, siendo una undécima posición su mejor resultado. Paralelamente Lucchinelli se proclamaba campeón del mundo en ese 1981...

En 1982, y después de muchas críticas, Graziano Rossi ficha por el Team Agostini, pero tampoco conseguirá resurgir. La aparatosa caída sufrida en Imola, donde sólo la rápida intervención de los médicos del circuito impidió que el accidente fuera una tragedia, le terminó de empujar hacia la retirada.

En 1984 Graziano Rossi regresó a la competición, pero en esta ocasión no sobre dos ruedas, sino sobre cuatro. Siempre le habían gustado los rallys, y decidió participar en dos pruebas del Campeonato Mundial. Sus resultados no fueron nada del otro mundo, y ahí se le perdió la pista… hasta que apareció Valentino.

Su hijo, nacido en Urbino precisamente en el mejor año que vivió su padre como piloto, 1979, llevó el apellido Rossi a lo más alto hasta en nueve ocasiones. Y lo ha hecho siempre con el dorsal número 46. El mismo con el que debutó Graziano Rossi… Un padre que siempre le acompaña en los circuitos, con el que mantiene una magnífica relación –a excepción del capítulo de la separación de su madre- y que ha visto colmados a través de su hijo los sueños de juventud que llegó a tocar con la punta de sus dedos.

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