Era el mejor ciclista del país. Lo tenía todo para ser uno de los más grandes del continente europeo. Iba bien en la montaña; era bueno a la hora de espintar; inteligente para las escapadas; y combatía en la lucha contra el crono. Ante él se presentaba un horizonte brillante.
Sin embargo, la RDA, su propio país, trató de que no fuera así. De que nunca pudiera demostrar su verdadero potencial. No le dejaron triunfar. Al menos no como podría haber hecho a tenor de su incuestionable calidad. Todo, por no querer afiliarse al Partido Socialista Unificado de Alemania.
Una estrella prematura
Seguramente no contaba con todo aquello Wolfgang Lötzsch cuando comenzó a montar en bicicleta. Nacido en 1953, en plena postguerra, en Chemnitz, Alemania del Este. La misma ciudad que unos meses después pasaría a llamarse Karl Marx-Stadt.
Fue precisamente en el Sportclub Karl Marx Stadt donde Lötzsch comenzaría su andadura como ciclista. Y con apenas 17 años ya llamaba a las puertas de los más grandes. Los cazatalentos veían en él una gran promesa. La prensa ya comenzaba a ondear su nombre. Los tests fisiológicos y de resistencia confirmaban el gran ciclista que estaba por llegar.
Por eso, no es de extrañar que en 1971, con tan solo 18 años, entrara a formar parte del equipo nacional alemán. El objetivo pasó a ser claro: los Juegos Olímpicos de Munich del 72. Pese a su juventud, en él estaban depositadas todas las esperanzas de la Alemania comunista para imponerse en aquella gran batalla deportiva de la Guerra Fría que serían los Juegos de Munich. Ahí, cualquier oro sería mucho más que una victoria deportiva. Y por tanto, había que trabajar con todo para ello.
La renuncia a la política
Sin embargo, la entrada definitiva de Wolfgang Lötzsch en el equipo nacional se vería truncada. En otoño de aquel 1971 él y su padre fueron convocados a una reunión con autoridades deportivas del país. El único punto de aquella reunión era muy sencillo: el ciclista debía alistarse al Partido Comunista.
Su padre se negó. "Dejad a mi hijo en paz con la política. Dejad que se centre exclusivamente en el deporte", esgrimió. Wolfgang apoyó a su padre: "Estoy de acuerdo con él", tal y como manifiesta en el programa que Informe Robinson le dedicó, Operación Radio.
Unos días después, era expulsado del equipo. "Completa inestabilidad política", decretaron.
Wolfgang Lötzsch se quedó sin equipo, sin los privilegios que otorgaban formar parte de la selección, sin la Carrera de la Paz, sin los Juegos Olímpicos… Pero no se detuvo. Continuó compitiendo, como amateur. Y continuó ganando carreras.
Se tuvo que amoldar a la nueva situación. Y eso incluía también participar en las competiciones de pista. Lograría clasificarse para los campeonatos nacionales, y ahí, contra todo pronóstico, y por sólo 31 centésimas, se proclamó campeón de Alemania en la modalidad de persecución.
Lötzsch no puede ganar
Aquella victoria significaba el pasaporte a los mundiales de Canadá, pero la RDA no le dejó acudir. De ninguna manera le iba a permitir correr fuera de las vigiladas fronteras de la Alemania del Este.
Todo aquello le valió para ganarse a la afición, que consideraba al ciclista injustamente tratado. Un luchador con una bicicleta como única arma. Es odiado por el Estado, pero amado por la afición.
A pesar del nuevo mazazo, siguió corriendo. Y ganando. En 1974 conquista su primera Vuelta a Berlín, además del campeonato nacional de carretera, la Vuelta a Sajonia.
Y las medidas contra Lötzsch se incrementaron. Al pelotón llegó la consigna de que daba igual quien ganara, siempre que no fuera Wolfgang Lötzsch. Costara lo que costara. Incluso se llegó a prohibir que nadie hablara con él.
Quizá por todo ello, en 1975 viviría el peor episodio de su carrera. Una aparatosa caída le dejaba en el suelo, inconsciente, sobre un charco de sangre. Los coches pasan, y pasan, pero ninguno se detiene. Hasta que en el último vehículo un mecánico, Bernard Fischer, decide parar, atenderle, y llamar a un médico. "Pensaba que había muerto", afirma el mecánico.
Lotzsch fue llevado de inmediato al hospital, donde le detectaron una fractura de cráneo y conmoción cerebral. Cuando, tras varias semanas, le dan el alta, el ciclista se encuentra con que no puede competir. La Federación le había retirado la licencia.
Desesperado ante la situación, intenta huir al oeste. Filtra su historia a la prensa occidental, con el objetivo de que todos conozcan por lo que está pasando; lo que sucede en la RDA. Pero de nada sirve. Antes al contrario. La Stasi le detiene acusado de traicionar al Estado. Pasará 10 meses en una celda de ocho metros cuadrados.
Al salir, se ve acorralado. Lo único que quiere es montar en bici, competir, pero no se lo permiten. Así que termina aceptando. Se afilia al Partido Comunista, y retira su petición de permiso para salir del país.
En 1980, seis años después de su última victoria, Wolfgang Lotzsch volvería a participar en una carrera. Y en 1983 volvería a imponerse en la Vuelta a Berlín de 1983. A pesar de correr solo; sin equipo. A pesar de que los mejores ciclistas del bloque comunista estaban presentes.
Casi desde la salida se escapó. Y afrontó los más de 150km restantes en solitario. Se llevó la victoria con más de 8 minutos sobre los perseguidores. Una victoria épica. Una victoria muy celebrada por el pueblo alemán. Y una victoria que termina por provocar la capitulación de la Stasi. "Lötzsch nos ha obligado a respetarle", admite.
Siguió cosechando títulos hasta su retirada, ya en 1995, con 42 años.
50 espías sobre él
Para aquel entonces, Wolfgang Lotzsch ya conocía todos los entresijos de la investigación que la Stasi había llevado a cabo sobre su figura. Desde antes incluso de entrar en la cárcel. Hasta 50 colaboradores del servicio de inteligencia le espiaban a la vez.
Todo se guardó bajo el nombre de ‘Operación Radio’, a cuyos documentos Lötzsch tuvo acceso tras la caída del muro de Berlín. Más de 3.000 páginas controlaban todo lo que había hecho y dicho durante años. Todo. Día a día. Minuto a minuto. Toda su vida.
Una vida en la que trataron de arrebatarle lo que más amaba, el ciclismo. Pero en la que él, a su manera, consiguió vencer. Mucho menos de lo que podría haber logado, sin duda. Su carrera podría haber sido mayúscula de no ser por la política. Pero su leyenda se convirtió en eterna.
"No soy una persona que quiera revancha, sólo quiero que mi historia no se olvide", declara. Una historia de lucha. Por su libertad. Por la libertad de todos los ciudadanos de la RDA.Y una lucha que hizo siempre, siempre, con la bicicleta. Su única arma. Su libertad.