El 22 de agosto de 1950 se produjo un hecho insólito que iba a cambiar el tenis para siempre: la tenista Althea Gibson era inscrita en el US Open de tenis. Aunque hoy nos parezca increíble, hasta aquella fecha histórica no se había permitido nunca la presencia de tenistas negros (ni hombres ni mujeres) en el prestigioso torneo.
De ese modo, tras años luchando por ello, y con la inestimable colaboración de Alice Marble, Althea Gibson se convertiría en una leyenda, por lo conseguido en las pistas, y por lo conseguido fuera de ellas. Una leyenda plagada de éxitos, de superación de barreras, de eliminación de prejuicios… y de legado eterno.
Los problemas de una niña negra
Nacida en Silver, Carolina del Sur, el 25 de agosto de 1927, Althea Gibson era descendiente de una familia algodonera. A los dos años de edad su familia, golpeada por la crisis del 29, se vio obligada a abandonar el campo donde trabajaban, y mudarse a Harlem, Nueva York. Allí, en una de las zonas más complicadas de la ciudad, crecería la pequeña Althea.
Aunque la realidad es que la dureza la vivió la joven niña ya en casa. Con el pretexto de las dificultades que debería afrontar una niña negra en aquella sociedad, su padre siempre fue demasiado exigente con ella. Le enseñó a luchar, figurada y literalmente. A veces, incluso, sobrepasando los límites. Su voluntad, la del padre, era que Althea fuera boxeadora. A pesar de que el boxeo femenino estaba entonces prohibido.
La voluntad de Althea Gibson era otra. En las calles de Harlem conoció el tenis –o el paddle tenis inicialmente-, y realmente vibraba con este deporte. Podía pasar horas y horas jugando en una zona que los servicios católicos habilitaban para los niños con problemas familiares. No tardaría más de unos meses en convertirse en la mejor jugadora de Nueva York.
Aunque aquello de poco le serviría, teniendo en cuenta que se trataba de una niña negra. Y en el Harlem de los años 30 una niña negra sólo podía tener problemas, vivir en la calle, o trapichear con algo. O las tres cosas, como era el caso de Althea Gibson.
Aunque no por ello dejaría de jugar al tenis. Hizo bien, porque un golpe del destino iba a cambiar su vida para siempre. Durante uno de sus partidos por la ciudad se encontraba entre el público el músico Buddy Walker, que no podía dar crédito ante lo que estaba viendo. Aquella niña era talento puro. No tardó en introducirla en su círculo de amigos –entre los que se encontraba, por ejemplo, Sugar Ray Robinson-, y, entre varios de ellos, le sufragaron a Althea algunas clases con el reputado profesor de tenis Walter Johnson, descubridor entre otros de Arthur Ashe.
No se equivocaron. Ni Walker, ni sus amigos, ni por supuesto Walter Johnson, que pronto convirtió las clases en duros entrenamientos. Sesiones de ocho horas diarias, cinco días a la semana –como relata la propia tenista- para que Althea Gibson pudiera ser capaz de desarrollar todo el tenis que llevaba dentro.
La salvación de Alice Marble
Con todo, y a pesar de las adversidades, Althea Gibson fue poco a poco abriéndose camino en el mundo del tenis. El camino que le permitían, claro, porque hay que recordar que ni la Asociación de Tenis de Estados Unidos ni la federación internacional permitía a los tenistas negros disputar sus campeonatos.
En 1942, con apenas 15 años, Althea jugó, y ganó, su primer torneo de la American Tennis Association (ATA), una federación fundada por deportistas afroamericanos para deportistas afroamericanos. Una victoria que, a pesar de todo, permitió a la joven tenista granjearse un nombre en la ciudad.
Fue entonces cuando emergió la figura de Alice Marble para abrirle todas las puertas a Althea Gibson.
Alice Marble, una extenista ganadora de 18 grand slam –y cuya historia merece un capítulo aparte– era una voz muy respetada en el mundo del tenis. Se valió de ello para, mediante su columna en la revista American Lawn Tennis Magazine, reseñar la necesidad del US Open de aceptar a Althea Gibson entre sus participantes. Primero y sobre todo, por su excelente nivel tenístico, digno del campeonato. Pero también para "romper de ese modo las arcaicas barreras discriminatorias".
Y a Marble le hicieron caso. El 22 de agosto de 1950 Althea Gibson era inscrita oficialmente en el US Open, una fecha histórica al tratarse de la primera persona negra (de cualquier sexo) que participaba en el prestigioso campeonato. Seis días después disputaba su primer encuentro, imponiéndose a Barbara Knapp (6-2, 6-2). Caería en segunda ronda ante la tres veces campeona de Wimbledon Louise Brough. Su mera presencia en el torneo generó una enorme expectación, especialmente en los medios de comunicación.
Aquello significó el espaldarazo definitivo que necesitaba la joven tenista, que a partir de entonces comenzó a conquistar grandes campeonatos. El primer título llegaría en Jamaica, pero sería en el Roland Garros de 1956 donde Althea Gibson se consagraría, al convertirse en la primera tenista negra en ganar un título de Grand Slam.
Sólo un año después se convertía en la primera jugadora negra que ganaba en Wimbledon. Un triunfo en el torneo más importante del planeta que le valió el reconocimiento en casa. Gibson fue recibida con homenajes y ovaciones en su regreso a Nueva York. Una imagen que chocaba radicalmente con las sensaciones de aquella época. Con lo vivido por la propia tenista sólo unos meses antes. Podría decirse que fue la primera mujer negra que lograba tal reconocimiento.
Sólo unos meses después Althea Gibson confirmaba su estatus al imponerse también en el US Open. Fue, por supuesto, la primera tenista negra que lo conseguía.
En total, durante su carrera, Gibson conquistaría 11 Grand Slam, todos en un intervalo de apenas 3 años (entre 1956 y 1958): 1 Roland Garros, 2 Wimbledon y 2 US Open en individual; 3 Wimbledon, 1 Roland Garros y 1 Open de Australia en dobles femeninos; y un US Open en dobles mixtos.
Todo cambia, todo sigue igual
Tras aquella brillante racha, Althea Gibson decidió dejar el tenis. A pesar de que se trataba sin duda de la mejor tenista del planeta, las ganancias económicas que obtenía con ello eran más bien escasas. Trató de pasarse al profesionalismo, pero aquello no tenía nada que ver con hoy día.
Así que en 1964 se convirtió en jugadora de golf profesional. Fue la primera jugadora negra en la LPGA, aunque en el golf viviría aún con más dureza si cabe las dificultades del racismo en un deporte muy elitista. No fueron pocas las jugadoras que se negaban a enfrentarse a Althea Gibson por ser negra; varios torneos vetaron su participación con pretextos tan variados como absurdos; y cuando le dejaban jugar, tenía que cambiarse en el coche porque no tenía permitida la entrada en el Club de Campo. Por ser negra.
Con el tiempo –y con la colaboración del entonces director de la LPGA– Althea fue aumentando su participación en campeonatos, cosechando resultados decentes. En 1970 fue segunda en el Abierto de Columbus, y en 1966 alcanzó su mejor posición en el ranking, siendo la jugadora número 27 del mundo. Dejó el golf en 1978.
Fue entonces cuando regresó al tenis como entrenadora, con el principal objetivo de tratar de ayudar a los talentos que, como ella cuando era pequeña, se hallaban en barrios desfavorecidos y tenían escasas posibilidades de sacar a relucir su tenis.
No sólo eso. Althea Gibson también probó como cantante y saxofonista, obteniendo un cierto éxito. Apareció en diferentes programas de televisión. E incluso llegó a formar parte de la película de John Ford The Horse Soldiers (‘Misión de audaces’ en español), en la que levantó un gran revuelo por negarse a hablar con el acento afroamericano estereotipado que se estilaba en Hollywood. También sería durante muchos años comentarista deportivo.
Althea fallecería el 28 de septiembre de 2003, con 76 años, tras sufrir una infección respiratoria y otra en la vejiga.
Tras su muerte se multiplicaron los reconocimientos y homenajes. Reconocimientos y homenajes no sólo a una de las mejores tenistas de todos los tiempos, sino también a una persona que luchó contra el racismo; que contribuyó al cambio de los estereotipos de la sociedad estadounidense de los años 60; y que logró vencer, en la pista y fuera de ella.
Este artículo forma parte del libro 'HEROÍNAS a través del deporte', del mismo autor. Una colección de 25 historias de mujeres deportistas que iniciaron nuevos caminos, rompieron barreras, y trascendieron en las generaciones venideras, en la línea del artículo que acaban de leer.