Eddy Merckx (17 de junio de 1945, Meensel-Kiezegem, Bélgica) siempre fue un ciclista tremendamente ambicioso. Se diría que incluso demasiado, de no ser por sus magníficos resultados, que le llevaron a ser uno de los mejores de todos los tiempos. Lo quería ganar todo, independientemente del lugar, del momento, o del contexto. De ahí, claro, su apodo, El Caníbal…
Aunque aquello también le jugara alguna que otra mala pasada. Como por ejemplo la que le sucedió en la Vuelta a España de 1973.
Según se relata en diferentes medios, andaba entre el pelotón cuando divisó lo que parecía ser la pancarta de una meta volante. Atacó como sólo él solía hacer, ante el estupor de todos los ciclistas, y pasó por debajo en primer lugar.
Resultó que la pancarta no era más que una valla del Partido Comunista (en aquellos tiempos clandestino) que protestaba por las condiciones laborales en una fábrica de la zona.
Daba igual. Así era Eddy Merckx. Él vio lo que creía que era una meta volante, y quiso atacar; quiso sumar; quiso ganar. Con esa actitud que le hacía arrasar con todo. Con esa actitud que le hizo obtener en aquel 1973 la única Vuelta a España de su palmarés (siempre la tuvo en un segundo plano tras el Tour y el Giro), después de mantener un precioso duelo –otro más- con Luis Ocaña.
Un capítulo, una historia, de la que no habla en su libro autobiográfico, pero de la que se da cuenta en numerosos artículos. Aunque en algunos se refiera a una etapa del Tour de Francia; y que se trataba de una pancarta del Partido Comunista Francés.
Y no sería la única…
Según cuenta el exciclista español Txomin Perurena en Ciclismo a fondo, "en una Vuelta a Levante vio que en una recta había algo parecido a una bandera y esprintó pensando que era una meta volante, cuando en realidad se trataba del pañuelo de un aficionado, que lo había sacado para sonarse la nariz".
O aquella ocasión en que se enteró de la existencia de otro corredor belga con más victorias locales que él y se puso a correr carreras populares (kermesse), aunque fueran en el día de Navidad, para superarle.
Así era Eddy Merckx. Un monstruo de la competición. Una máquina de ganar. Capaz de ser amado, temido y odiado a la vez por sus compañeros y rivales, por su manera de atacar, de ganar, de arrasar… independientemente del perfil, terreno o casuística de la etapa. Daba igual que fuera llano, montaña o esprint. Daba igual que fuera una carrera de un día, una clásica de una semana, o una gran vuelta. Siempre atacaba. Siempre quería ganar.
Sólo así se explica su increíble palmarés, el mejor de la historia del ciclismo: un total de 445 victorias (algunas fuentes apuntan hasta las 525), destacando 5 Tours, 5 Giros, 1 Vuelta (la de la meta volante del Partido Comunista), 3 Mundiales, 19 Monumentos –ganando los cinco principales en al menos dos ocasiones; siete en el caso de la Milán San Remo-, y prácticamente todas las carreras del calendario ciclista, además de numerosos récords en esas mismas pruebas o en velódromos.
Así era Eddy Merckx. El Caníbal.