El 13 de septiembre de 1958 fallecía arrollado por un autobús el ciclista australiano Russel Mockridge. Probablemente, el nombre no le diga nada a muchos de nuestros lectores. Pero hasta el trágico suceso que terminó con su vida se había mostrado como el mejor ciclista de pista del mundo, y estaba llamando a las puertas para convertirse en un gran ciclista de carretera.
Nacido el 18 de julio de 1928 en Melbourne, puede decirse que Mockridge fue un avanzado a su tiempo. Aunque la bicicleta la descubrió tarde. Y no, no es una incongruencia. Con 18 años trabajaba como becario en la redacción del periódico local The Geelong Advertiser, y le recomendaron hacer ejercicio. Comenzó a rodar. Y pronto se inscribió en el club ciclista amateur de Geelong.
Tímido, tremendamente tímido, amante de la literatura británica, y con sus inseparables gafas —tenía una severa miopía—, era visto como una especie de bicho raro entre sus compañeros. No cumplía, desde luego, con el canon que se le presupone a un deportista. Aunque ya hemos visto en más de una ocasión que esto no es más que un absurdo.
Porque resultó que el ciclismo no se le daba nada mal. Comenzó a ganar algunas carreras, y el propio club se encargó de proporcionarle una nueva y mejor bicicleta para las competiciones. Las victorias eran cada vez más importantes, y pronto comenzó a competir en carreras nacionales. Y a ganarlas. Especialmente brillante fue su triunfo en el campeonato australiano de 200km en carretera.
Su proyección fue meteórica. Con 20 años, y prácticamente dos años después de comenzar a competir, ya acudió a los Juegos Olímpicos de Londres de 1948. Terminaría en la posición 26, después de sufrir dos pinchazos durante la carrera.
Al regresar a Australia decidió centrarse en el ciclismo de pista, que hasta entonces había compaginado con la ruta. Y las victorias se multiplicaron. Tres medallas conquistaría en los Juegos de la Commonwealth (entonces denominados Empire Games) de 1950: dos oros en las modalidades de esprint y de 1km, y una plata en persecución. Además, aquel mismo año se proclamaría campeón australiano en las tres modalidades mencionadas.
Ya no estábamos ante una figura emergente. Estábamos ante una realidad. Aunque con 22 años se siguiera hablando más de su futuro que de su rendimiento. Por eso a todos sorprendió cuando Mockridge anunció su retirada para dedicarse "a las cosas importantes en la vida", tal y como recoge un artículo sobre su trayectoria en The Guardian.
No había pasado ni un año cuando regresó de su retiro. En el horizonte, el Mundial de ciclismo de pista que se disputaría en Milán. Ahí lograría una nueva medalla, aunque en este caso de plata, ya que fue víctima de la estratagema italiana. Guido Costa, seleccionador italiano, sabía que en un uno contra uno no podrían vencer al australiano, así que su objetivo era meter a dos ciclistas en la final, y uno de ellos se sacrificaría para agotar a Mockridge y que pudiera ganar el otro. No le fue mal la cosa: Sacchi se proclamó campeón, pero sin la ayuda de Morettini hubiera sido imposible.
La exhibición de París
Fue precisamente durante aquel Mundial en Italia cuando a Mockridge se le mete en la cabeza la idea de ser ciclista profesional. De ganar dinero, vamos. Aunque para hacerlo bien sabía que antes debería ganar algunas carreras más, para conseguir un mejor contrato.
Y esa gran victoria llegó en París. Primero se impuso en el Grand Prix Amateur. Como quiera que entonces al campeón se le permitía participar entre los profesionales, Mockridge corrió al día siguiente junto a los mejores ciclistas del mundo. Y también ganó.
Sabían que aquel chico era bueno. Pero jamás imaginaron que sería capaz de vencer a los mejores. Su exhibición en París fue brillante. Por delante del británico Reg Harris, vigente campeón del mundo, y del ídolo local Jacques Bellenger, Russel Mockridge se convertía en el primer ciclista de la historia que lograría el doblete amateur-profesional. Y también el último. Fue tal la humillación que infligió a los profesionales que desde entonces se prohibió a los ciclistas amateurs participar en estas pruebas.
Poco después de aquella gesta, Mockridge participaría en los Juegos Olímpicos de Helsinki del 52. Y lograría dos medallas de oro. Las dos en una tarde. En la prueba de 1km y en la de combinada, junto a Lionel Cox.
Paso al profesionalismo
Fue entonces, tras aquellas brillantes victorias, cuando decide que ha llegado el momento de dar el salto al profesionalismo. Y lo hace con un claro objetivo (más allá de mejorar su futuro económico), que es el de correr el Tour de Francia.
No son pocos los que se llevan las manos a la cabeza. Él, un especialista en la pista, un ciclista por el que todos los grandes premios se pelean para conseguir su presencia, se pasa a la carretera. Mockridge es consciente de que su espectacular cambio de ritmo, que tan buenos resultados le había dado, no le iba a ser tan útil en la ruta. Pero lo tenía claro: "Harán falta años, pero con el tiempo me convertiré en un buen ciclista de carretera".
Durante un tiempo combinará ambas facetas. Y en 1955 consigue su primera participación en el Tour de Francia. El resultado no es brillante, aunque tampoco hay que restarle mérito. En una época en que completar la Grande Boucle ya era toda una hazaña, el australiano lo consigue. Fue el 64 de los 69 ciclistas que llegaron hasta el final. 150 se habían presentado a la salida. Aquel mismo año lograría la victoria en los Seis Días de París.
En el 56, 57 y 58 se impuso en el campeonato australiano de carretera. En el 57 ganó también el Herald Sun Tour. Aunque el paso a profesional no había sido todo lo exitoso que cabía esperar, no era menos cierto que su progresión era evidente, y que el tiempo que él mismo había pedido para convertirse en un buen ciclista de carretera se estaba cumpliendo.
Ese mismo 1958, además, Mockridge ganaría también la prueba de 1km en pista. Stewie Doyle, ciclista australiano, hablaría sobre aquellos resultados del 58 como "si Carl Lewis ganará el oro en los 100 metros lisos y en la prueba de maratón".
Había llegado la hora de volver a intentarlo en el circuito europeo. Mucho más preparado que tres años atrás, y más maduro con sus 30 años recién cumplidos, aquella temporada debía ser la de su consagración en el pelotón.
Pero la fatalidad quiso que no fuera así. El 13 de septiembre de 1958, mientras se entrenaba pocos días antes de emprender el viaje a Francia, un autobús arrolló a la grupeta en la que él marchaba. Varios de los ciclistas resultaron heridos. No tuvo tanta fortuna Russell Mockridge, que falleció al instante.
Considerado hoy día un icono del deporte australiano, quedará para siempre la duda de qué hubiera sido de su carrera como ciclista de carretera, viendo que aún no había llegado a su máximo potencial. De lo que no hay duda es lo que fue su carrera como ciclista de pista antes del trágico accidente que terminó con su vida. Uno de los mejores de todos los tiempos. En 2015, su nombre fue incluido en la inauguración del Salón de la Fama del ciclismo australiano.