La Primera y Segunda Guerra Mundial nos dejaron un enorme legado de historias que llegan hasta nuestros días. Historias de superación, de valores, de confraternización. Y muchas de ellas, como es lógico en esta sección, relacionadas con el mundo del deporte.
Es el caso de la que protagonizó Billy Fiske, hace justo 80 años. Porque el 17 de agosto de 1940 fallecería en plena batalla el que fuera oro olímpico en dos ocasiones, y todo un icono en el deporte estadounidense. Lo hizo, eso sí, luchando por otro país. Todo, por enfrentarse a la Alemania nazi.
El medallista más joven
William Meade Lindsley Fiske III nacía el 4 de junio de 1911 en Nueva York, en el seno de una familia adinerada –su padre era director de banco-, lo que le permitió una excelente educación. Además de en Estados Unidos, Fiske se formó también en Francia, en Inglaterra (Cambridge) o en Suiza
Fue precisamente en este último país, concretamente en la estación de St. Moritz, donde conoció un deporte reservado sólo a las clases más pudientes: el bobsleigh. Porque se necesitaba mucho dinero para disponer del trineo, entrenar en las carísimas estaciones invernales y, por supuesto, equiparlo, mantenerlo y mejorarlo.
Pero no serían pocas las alegrías que le depararían el bólido y la velocidad. Hasta el punto de convertirse en uno de los mayores especialistas del planeta.
Tanto, que a pesar de llevar años sin pisar su país de origen, a Fiske se le encomendó una complicada misión en el deporte estadounidense: hacer crecer al equipo de bobsleigh, hasta entonces un conjunto débil a nivel internacional. Y con tan solo 16 años encabezó el equipo olímpico en ‘su’ Saint Moritz, en los Juegos de 1928. No fue nada mal la apuesta: Estados Unidos se llevó el oro en la categoría de bobs de 5.
Billy Fiske se convertía además en el medallista de invierno más joven de la historia, marca que mantuvo hasta 1992, cuando en Albertville el saltador de esquí finlandés Toni Nieminen se hizo con el oro con 16 años y 261 días.
Tras aquel brillante éxito, a nadie sorprendió que cuatro años después, en los Juegos Olímpicos de Lake Placid de 1932, Billy Fiske fuera el abanderado de Estados Unidos. Sería, ahora sí, profeta en su casa. También por el resultado cosechado: una nueva medalla de oro, ahora ya sí en la categoría de bobs de 4.
Sus ideas por encima de todo
Un resultado que seguramente se hubiera repetido de nuevo cuatro años más tarde, en los Juegos Olímpicos de 1936, si no fuera porque entonces Billy Fiske decidió anteponer sus ideales al deporte.
Los Juegos se celebraban en Garmisch-Partenkirchen, a 80 kilómetros de Munich. Sí, la cuna del nazismo. En 1936. Para la historia no hay duda de que han trascendido menos que los Juegos Olímpicos de Berlín celebrados sólo unos meses después. Pero la exaltación del nazismo que en ellos se hizo fue sin duda mayor.
Por eso, Billy Fiske no quiso formar parte de aquel entramado propagandístico. Por mucho que le ofrecieran capitanear de nuevo el equipo de bobsleigh, por mucho que pudiera entrar nuevamente en la historia logrando tres oros consecutivos. Se negó rotundamente. La versión oficial apuntaba a una lesión de Fiske, pero su amigo y compañero Irving Jaffee no tardaría en desvelar la realidad: lo hacía como oposición al naciente nazismo. Sobre todo, como oposición a cómo eran tratados los judíos en Alemania.
La lucha se multiplica
Inicialmente, los Juegos Olímpicos de Invierno de 1940 debían disputarse nuevamente en Alemania. Pero ya no hubo oportunidad de comprobar si Fiske hubiera acudido o, lo más probable, hubiera declinado de nuevo. Porque cuatro meses antes de la fecha prevista explotó la Segunda Guerra Mundial.
Billy Fiske, conocedor de que la guerra iba a ser entre Alemania y el resto del mundo, se desesperaba con la neutralidad inicial de su país. Hasta que ya no aguantó más. Decidió alistarse en el cuerpo de voluntarios de la Royal Air Force. Aunque no fuera británico. Sus contactos tras su paso como estudiante por Cambridge y unos papeles con los que simulaba ser canadiense le permitieron entrar en el ejército británico.
Tras algunas semanas de formación, en la que sin duda ayudó la agudeza adquirida en el bobsleigh para memorizar la situación de curvas, rectas y velocidades, se incorporó al Escuadrón 601, a los mandos de un Hawker Hurricane, tal y como se afirma en The Guardian. Y a los mandos del caza entró en la terrible ‘Batalla de Inglaterra’, en la que tantos británicos fallecieron para lograr defender sus islas del ataque de la Luftwaffe alemana.
Fiske fue uno de ellos. Aunque su muerte fue en un último acto de heroicidad. El 16 de agosto de 1940, después de más de un mes de combates, su avión era alcanzado por un disparo en el depósito de combustible. Empezó a arder. Se le ordenó saltar en paracaídas, pero él era consciente de que podía salvar el avión. A pesar de quemarse brazos y piernas, consiguió pilotar hasta la base de Tangmere.
El avión se salvó. Pero Fiske llegó muy maltrecho al Hospital de Chichester. Fallecería al día siguiente, víctima de un shock quirúrgico. Tenía 29 años.
Una muerte muy simbólica
‘Murió por Inglaterra’, reza su lápida, en Sussex, hasta donde su ataúd fue trasladado cubierto por una bandera británica y otra estadounidense. Una imagen que tuvo un inmenso simbolismo, y que Churchill supo aprovechar muy bien para solicitar la ayuda de Estados Unidos en la Guerra. Más aún cuando el 4 de julio de 1941, día de la Independencia de EE.UU, se destapó una placa en honor a Billy Fiske en la catedral de San Pablo.
Estados Unidos terminó entrando en la Guerra, y no es exagerado decir que en buena medida fue por este inteligente gesto de Churchill y el gobierno británico. El resto, ya lo saben: victoria aliada, y derrota de la Alemania Nazi. Tal como había deseado e intentado previamente Fiske, hasta el punto de ser uno de los primeros pilotos americanos fallecidos en la Segunda Guerra Mundial.