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Sohn Kee Chung, el honor de una nación

Ganó bajo una bandera y un nombre que no eran suyos. Pero el triunfo significó un motivo de orgullo para su sometida nación.

Ganó bajo una bandera y un nombre que no eran suyos. Pero el triunfo significó un motivo de orgullo para su sometida nación.
Sohn recibe la medalla de oro con la mirada al suelo y tapándose la bandera de Japón. | Archivo

Cuando uno piensa en los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936 ineludiblemente aparecen de inmediato dos nombres en mente: Adolf Hitler y Jesse Owens. Y no es para menos.

El de Sohn Kee Chung quizá sea más difícil de reconocer. Sin embargo, su victoria fue de las más destacadas de aquellos Juegos. Su hazaña, una de las más celebradas en su país de origen. Y su imagen en el podio, historia viva del deporte. Tan potente como la que protagonizaron Tommie Smith y John Carlos en México 68. O tal vez más…

Héroe japonés a la fuerza

El 22 de agosto de 1910 la Península de Corea pasó a estar definitivamente ocupada por Japón. Una anexión que duraría hasta el final la II Guerra Mundial. Dos años después, el 29 de agosto de 1912, nacía en Sinuiju, en lo que ahora es Corea del Norte, Sohn Kee Chung.

Aunque inició en Seúl sus estudios de Derecho, que más tarde terminaría, su enorme calidad le hizo decantarse por el atletismo. Especialmente, por la larga distancia. Con 19 años ya ganó su primer maratón, y en los siguientes cinco años, entre 1931 y 1936, ganó 9 de las 12 carreras en las que participó. La más destacada, el maratón de Tokio, en el que se impuso con un tiempo de 2 horas, 26 minutos y 42 segundos, récord del mundo que superaba en casi cinco minutos la anterior marca.

Por supuesto, Sohn Kee Chung iba a participar en los Juegos Olímpicos de Berlín del 36. Y llegaría a la cita como uno de los grandes favoritos. Pronósticos que se confirmarían con el oro.

La carrera, uno de los eventos más esperados de la cita olímpica, estuvo dominada desde el principio por Juan Carlos Zabala, quien ya se había impuesto en la maratón de Los Ángeles 1932. Sohn y el británico Ernest Harper marcharon en segundo lugar esperando la caída del argentino. Ésta se produjo en el kilómetro 28. Momento que aprovechó Sohn para escaparse en solitario.

Su entrada en el Estadio Olímpico fue apoteósica. Con un tiempo de 2 horas, 29 minutos y 19 segundos se hacía con la medalla de oro. Segundo fue Ernest Harper, y tercero Nam Sung-yong, también coreano. Sohn había marcado además un nuevo récord olímpico, y significaba la primera medalla de oro en maratón de la historia de Japón y del continente asiático. Pero no era su nombre el que aparecía en el marcador como ganador. No era su bandera la que se asociaba con el vencedor…

No era su bandera

Porque Sohn Kee Chung tuvo que acudir a Berlín como atleta japonés. Si quería participar, debía hacerlo bajo la bandera del país que había invadido el suyo. Tampoco podía hacerlo con su nombre. Tuvo que correr como Son Kitei, más japonés. Menos coreano.

Por mucho que se esforzara en explicar a los medios que su nombre no era ese, y que su bandera no era esa, la prensa internacional no daba importancia a sus palabras, y los periodistas japoneses obviaban esa parte a la hora de traducir sus declaraciones.

Por eso, cuando tocó subir al podio a celebrar la victoria, Sohn lo hizo triste. Había ganado, sí. Y todo el esfuerzo realizado tenía una enorme recompensa. Pero una recompensa que se atribuían otros. Que quedaría para siempre registrada como una victoria japonesa, y no coreana; y de un tal Son Kitei, que en realidad no existía.

Entonces, Sohn Kee Chung y Nam Sung-yong protagonizaron una de las imágenes más icónicas de la historia del olimpismo. Al recibir las medallas, lo hicieron con la cabeza gacha, con la mirada al suelo, para no ver cómo se izaba una bandera de un país que no era el suyo. Además, Sohn recibió también un retoño de roble, que se entregaba a algunos ganadores de determinadas pruebas, con el que aprovechó para taparse la bandera japonesa que lucía en su pecho. "Vergüenza e indignación silenciosa". Así definirían su protesta los dos atletas.

Al bajar del podio ya como un ídolo que se había impuesto en la prueba más exigente de los Juegos, Sohn Kee Chung se negó a firmar con el nombre de Son Kitei, sino con el suyo original, y siempre con un pequeño dibujo de la bandera coreana bajo su firma.

Todos aquellos gestos, claro, significaron la condena a su figura en su regreso a Japón. No volvería a competir en pruebas internacionales hasta el final de la II Guerra Mundial. Ni él ni Nam. Pero a la vez le convirtieron en un héroe nacional en Corea, donde su acto fue toda una reivindicación nacionalista.

No serían las únicas represalias. Cuando la imagen del podio llegó a Corea, el diario Dong-a Ilbo, una de las principales publicaciones del país y símbolo de la resistencia coreana, borró las banderas de Japón presentes en la fotografía antes de publicarla. Aquello no sentó nada bien al gobierno japonés, que cerró el periódico por un año, y detuvo y torturó a ocho de sus periodistas acusados de propaganda subversiva.

Un verdadero héroe coreano

En 1945, tras concluir la Segunda Guerra Mundial, Corea logró liberarse de la ocupación japonesa. Fue el momento de volver a reivindicar su historia. Su lengua. Sus héroes. Sohn Kee Chung entre ellos.

Fue nombrado vicepresidente de la Federación de Atletismo de Corea, y entrenador del equipo de maratón. Y sólo dos años después uno de sus pupilos, Suh Yun-Bok, le arrebataba en el maratón de Boston el récord del mundo que Sohn poseía desde 1935. Un año después, en Londres, Corea participaría por primera vez como país independiente en unos Juegos Olímpicos. Sohn Kee Chung sería su abanderado. Por fin podía ondear la bandera coreana, su bandera, en un Estadio Olímpico.

Pero aún tendrían que pasar casi 40 años para que el mundo entero recuperara su nombre. Su figura. Su identidad. En 1986 se inauguró en California un monumento dedicado a los ganadores olímpicos de Maratón. Ahí, por primera vez, se grabó el nombre de Sohn Kee Chung como vencedor. Ya no sería más Son Kitei.

Dos años más tarde, en los Juegos Olímpicos de Seúl 88', Sohn sería el encargado de introducir la llama olímpica en el Estadio, ante 80.000 espectadores que le ovacionaron como el héroe nacional que era. Recibía en casa el reconocimiento y homenaje que no pudo disfrutar tras ser campeón olímpico 50 años antes.

Y aún tendría tiempo para ver en Barcelona 92 cómo otro de sus discípulos, Hwang Young Jo, era el ganador del maratón olímpico. Sohn estaba en Montjuïc, disfrutando de que, ahora sí, un coreano se llevara el oro y pudiera celebrarlo con la bandera y el himno de Corea.

Sohn Kee Chung fallecería el 15 de noviembre de 2002, a los 90 años. Fue enterrado con honores en el Cementerio Nacional de Daejeon. A título póstumo le fue entregado el Dragón Azul, máxima distinción del país al mérito deportivo, y se creó en Seúl el Parque Memorial Sohn Kee Chung. Su vida, su lucha, su ejemplo, son materia obligatoria en las escuelas del país.

Un casco 'coreano'

Hoy en el Museo Nacional de Corea puede encontrase un casco catalogado como Tesoro Nacional. Se trata de un casco corintio del Siglo VIII a. C., que el gobierno nazi había decidido otorgar al vencedor del maratón en Berlín. Pero el seleccionador japonés no quiso que fuera para Sohn Kee Chung. Era su manera de reprenderle por defender su nacionalidad coreana. Por agachar la vista ante la bandera japonesa.

El casco se quedó por tanto en los Museos Estatales de Berlín durante cinco décadas, hasta que en 1986 el COI llegó a un acuerdo con el museo para entregárselo a Sohn. Nada más recibirlo, Sohn quiso honrar a su país, aquel al que no le dejaron defender en Berlín, donando el casco al Museo nacional de Corea. Un casco, un triunfo, que siempre debió ser coreano.

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