A escasas horas de que se celebre una nueva edición de los Oscar, es evidente que una de las grandes protagonistas será la película 1917. Una película que se sitúa en la Primera Guerra Mundial, en el norte de Francia, donde dos jóvenes soldados británicos deberán entregar un mensaje en mano al 2º Batallón del Regimiento de Devonshire, cancelando su ataque planeado contra las fuerzas alemanas.
Precisamente, en aquella Primera Guerra Mundial, y también en Francia, se produjo uno de los capítulos más memorables de la historia del deporte. Porque, por increíble que parezca, en aquella ‘Gran Guerra’ hubo fútbol.
Ya hemos hablado aquí del ‘Milagro de Navidad’, el día en que combatientes de diferentes países detuvieron durante unas horas la Guerra para jugar juntos a fútbol. Pero también en la cruenta e inolvidable batalla del Somme, que dejó más de un millón de muertos, estuvieron presentes los balones y los partidillos de fútbol.
Todo fue gracias a la figura de Wilfred Nevill, capitán del 8º Batallón del Regimiento de East Surrey. Porque fue él quien, en su afán por tranquilizar a los combatientes, por hacerles sentir lo más cerca posible de casa, entregó cuatro balones de fútbol a las cuatro compañías del Batallón. En uno de aquellos estaba escrita la leyenda . "La Gran Final de la Copa Europea: East Surrey contra los Bávaros". Otro balón rezaba "No hay árbitros".
El mensaje que Nevill trasladó a su regimiento fue el de que el campo de batalla era como un campo de fútbol, y que en lugar de estar en una guerra, imaginaran que se encontraban jugando un partido. Un partido en el que el objetivo era llegar al frente de batalla con el balón, marcar un gol, y traerlo de vuelta.
En los informes posteriores del batallón de aquel 1 de julio, día en que arrancó la Batalla del Somme, se puede leer que "la compañía llevó cuatro balones con ellos y fueron vistos regateando con esos balones entre el humo de nuestro intenso bombardeo sobre las líneas de los Hunos".
Partidos en las trincheras
Aquellos cuatro históricos balones de cuero habían sido llevados por Wilfred Nevill desde Inglaterra con la idea de hacer sentir a sus soldados como si nunca se hubieran marchado, de distraerlos de la dura realidad, pero también de mantener alta su moral y de potenciar el espíritu de equipo, la consciencia de que si luchaban juntos sería más fácil alcanzar el objetivo.
Es por eso que ya antes del combate abierto, mientras esperaban el estallido de la batalla, las tropas del 8º Batallón del Regimiento de East Surrey habían estado jugando al fútbol con ellos.
El héroe Neville
No obstante, la participación de Neville en la Batalla de Somme fue breve. Al poco de iniciarse atacó con una granada en la mano para lanzarla a los enemigos, pero antes de tenerlos a su alcance recibió un disparo en la cabeza, muriendo en el acto.
Bobby Soames, otro de los encargados de golpear uno de los balones, tampoco sobrevivió. Aunque, según se afirma, los soldados de su compañía recogieron su balón, y lo llevaron hasta la supuesta 'portería alemana'.
Finalmente, el Regimiento de East Surrey alcanzó el objetivo propuesto. Regresó con dos de los cuatro balones, y con la victoria en ese primer enfrentamiento. Aunque con muchas más bajas de las esperadas. Porque aquel 1 de julio de 1916, a pesar de la victoria, fue un auténtico desastre militar.
La batalla del Somme se terminaría alargando durante más de cuatro meses, dejando un total de más de un millón de muertos entre ambos bandos. Pese a que la victoria fue británica, se puede decir que cinco kilómetros de terreno conquistado costaron medio millón de muertes. Un soldado, una vida, por menos de un centímetro.
Y fue probablemente por ello, porque Wilfred Nevill sabía de antemano que aquella misión sería una masacre, que quiso jugar al fútbol. Estaba claro: él debía cumplir órdenes. Por equivocadas que estuvieran. Así que en su mano tan sólo estaba hacerlo de la mejor manera posible.
Creyó, y con mucha razón, que con aquellos balones distraería a sus hombres de la muerte. Se sentirían como en casa. Y los enemigos debían frotarse los ojos al ver cómo los ingleses, mientras atacaban, mientras recibían cañonazos, iban jugando con balones de fútbol.
A su regreso, el ‘Daily Mail’ dedicó este poema a los vencedores y, sobre todo, a los caídos:
"Conducen el balón,
para ellos el miedo a la muerte es una expresión vacía.
Fieles a la tierra que los parió,
los de East Surrey jugaron el partido".
Un recuerdo que aún sigue vivo
De toda esta historia, casi leyenda, existen documentos escritos de los propios supervivientes. En ellos relatan cómo jugaron al fútbol antes de afrontar la batalla; antes de afrontar la muerte.
Y no sólo eso: los dos balones que se emplearon en las trincheras y que fueron devueltos del campo de batalla, se encuentran hoy en Inglaterra. Uno de ellos lo podemos encontrar en el Queen’s Royal Surrey Regimental; el otro, en el Princess of Wales’s Royal Regiment Museum. Ambos nos recuerdan que, efectivamente, el fútbol estuvo presente en el Somme.
Más recientemente, el 1 de julio de 2016, el día en que se cumplían 100 años del comienzo de aquella terrorífica batalla, uno de estos balones de cuero fue llevado al lugar de la contienda. Varios militares jugaron con él, recreando lo sucedido un siglo atrás.
De este modo, a través del fútbol, se recordó la batalla del Somme; se homenajeó a todos aquellos que lucharon y murieron por su país; y se conmemoró la figura del Capitán Wilfred Neville, "uno de los héroes deportivos más grandes de nuestro país, porque tuvo el valor de llevar los valores del fútbol al campo de batalla", como se afirmaría en el discurso de apertura del acto. "Es la suya una historia de servicio a su país, pero también de aprecio al deporte, y merece ser recordada".