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El Seis Naciones o la Europa invariable

El Seis Naciones es una expresión de la voluntad de convivir más allá de las guerras y del formato normativo e institucional de la UE.

El Seis Naciones es una expresión de la voluntad de convivir más allá de las guerras y del formato normativo e institucional de la UE.
Inglaterra, contra todos | EFE

Apenas horas después de la materialización del Brexit, en días más convulsos para Bruselas que para Londres. En medio de tiempos de cambio, hay cosas que permanecen invariables en la vieja Europa. El Seis Naciones conserva su espacio en el calendario deportivo, a mitad de camino entre el invierno y la primavera. Cinco fines de semana repartidos en mes y medio de peregrinaciones hacia algunos de los estadios más antiguos y emblemáticos del planeta, de antiguas enemistades transformadas en pacíficas rivalidades, de pasión durante los himnos.

Por encima de la burocracia comunitaria, el Reino Unido está en Europa. Es Europa. Cuando la Historia lo ha requerido, los británicos han cruzado el Canal de La Mancha para luchar en primera línea frente a la tiranía. Con independencia del estatus de cada país respecto de la Unión Europea, el comienzo de una nueva edición de la competición de rugby más antigua del mundo es una forma natural de evidenciar que eso que llaman el corazón de Europa no está en ningún lugar, siquiera en el manoseado Eje París-Berlín, sino en los ciudadanos.

El Seis Naciones es una expresión de la voluntad de convivir más allá de las guerras y del formato normativo e institucional de la UE. Es una manera común de disfrutar de una afición centenaria, convertida en la competición deportiva que acaso aúna en mayor grado que ninguna otra expectación, tradición e identidad. Deporte. Un juego. Nada menos. En su reciente autobiografía, Eddie Jones afirma que sigue siendo "el más grande torneo anual" de rugby. "En mi experiencia, nada se acerca ni remotamente", sostiene el seleccionador inglés nacido en Australia, con suficiente conocimiento del hemisferio sur como para ser una voz autorizada.

En los 20 años transcurridos desde que el Cinco Naciones creció con la incorporación de Italia, los números son claros. Inglaterra, la única selección del norte campeona del mundo, se ha hecho con el título en seis ocasiones, dos grand slams incluidos (2003 y 2016), tantos como Irlanda (2009 y 2017), que cuenta con cuatro victorias. De esperar, dado el nivel de ambas a lo largo de los últimos años. Más llamativos, tal vez, son los cuatro campeonatos sin conocer la derrota de Gales o el decenio de sequía de Francia, inédita desde 2010.

Durante estas dos décadas, Escocia e Italia han transitado de manera poco menos que invariable, penitente, por la mitad inferior de la clasificación. La primera, histórica, última vencedora del Cinco Naciones, afronta cada año el torneo con la esperanza de retomar las buenas costumbres. La segunda, última en llegar, tuvo en la primera década del siglo XXI sus mejores años, a un nivel muy superior al actual. Ambas, sobre todo el XV del Cardo, con capacidad para sorprender a cualquiera.

Una finalista de la Copa del Mundo en busca de reencontrar su carácter. Un grupo lleno de calidad, mejor selección del mundo en 2018, lejos de su nivel en 2019. Una eterna candidata a todo que cambia de entrenador por primera vez en 10 años. Una incógnita cada día más cerca de retomar el nivel de antaño. Una histórica en perenne búsqueda de la competitividad. Una cenicienta condenada a no dejar de serlo. Seis naciones europeas.

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