El 20 de diciembre de 1910 nacía en Offenbach del Meno, Alemania, Helene Mayer. Una deportista que pudo cambiar el sino de la historia mundial. Aunque ella nunca lo sabría. De hecho, fue una víctima más de la Alemania Nazi. Pero su participación sirvió para que los Juegos Olímpicos de Berlín del 36 pudieran finalmente celebrarse, tras estar a punto de sufrir un boicot internacional.
Mayer como salvación
Lo cierto es que la negativa nazi de dejar permitir a ningún deportista judío bajo su bandera provocó una reacción en cadena que a punto estuvo de impedir que se celebraran los Juegos de Berlín. Aquellos que iban a servir a los nazis como escaparate mundial de sus supuestas ‘bondades’; como lavado de imagen.
Estados Unidos anunció su intención de no acudir a la cita olímpica tras conocer la situación, boicot que estaban dispuestos a seguir fielmente países tan importantes como Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña o Canadá. Incluso llegaron a prepararse unos Juegos alternativos en Barcelona, que finalmente no llegarían a celebrarse.
Así que Alemania tuvo que reaccionar. En un comunicado, los portavoces del equipo olímpico alemán afirmaron que entre los atletas preseleccionados por Alemania de cara a la cita olímpica había hasta 21 judíos. Y era cierto. Pero también lo es que de todos ellos, sólo uno entró en la lista definitiva.
"Baja forma física", se adujo en la mayoría de los casos. Como en el de la saltadora de altura Gretel Bergmann. Su ‘baja forma’ se basaba en un salto de 1’60 metros en los entrenamientos previos. La misma marca que supuso el oro para la húngara Ibolya Csak en Berlín.
Así que, definitivamente, Helene Mayer iba a ser la única deportista judía que compitiera en los Juegos bajo la bandera nazi.
La ayuda de Brundage
A ello contribuyó sin ninguna duda el Presidente del Comité Olímpico Estadounidense y miembro del Comité Olímpico Internacional Avery Brundage quien, en plena situación de dudas, afirmo que "no se debe mezclar la política con el deporte".
El mismo Brundage que, supuestamente, impidió que dos atletas judíos participaran en el 4x100 con el equipo estadounidense durante los Juegos de Berlín, en un claro guiño hacia Adolf Hitler.
O quien en los Juegos de Munich ya en 1972 –siendo entonces presidente del COI- decretó que éstos continuaran después de que el comando terrorista palestino Septiembre Negro asesinara a once miembros de la delegación olímpica israelí.
Así que entre la aparición de Mayer y las palabras de Brundage Estados Unidos revocó su intención de boicot y, tras él, el resto de países que lo habían planteado.
La estrella alemana
Helene Mayer era toda una celebridad en su país. Con tan solo 17 años logró el oro olímpico en los Juegos de Amsterdam 1928. Además, compitiendo con el club de esgrima de Offenbach, había conquistado cuatro campeonatos nacionales alemanes. Era una niña prodigio, aunque en los Juegos de Los Ángeles 1932 se tuviera que conformar con la quinta plaza.
Tras aquellos Juegos Mayer decidió quedarse un tiempo en Estados Unidos para seguir mejorando: obtuvo una beca de estudios en la Universidad del Sur de California, con la que podría dedicarse casi a tiempo completo a entrenar.
Justo en ese período, en el que Mayer ganaría dos campeonatos nacionales estadounidenses, en Alemania, país al que ella nunca renunció, se producía la victoria del Partido Nazi, y las cosas comenzaban a cambiar para los que, como ella, eran de ascendencia judía. A Mayer, de hecho, se le retiró la ciudadanía alemana y la licencia federativa.
Por eso, es de extrañar que, una vez Alemania le ofreció a la desesperada la posibilidad de participar en los Juegos de Berlín, la esgrimista aceptara. Porque aunque ella siempre se sintió alemana y siempre quiso competir por su país, no es menos cierto que era bien consciente de lo que estaba sucediendo en Alemania con los judíos.
Al principio, de hecho, se mostró reticente. Pero después contestó que lo haría si le era devuelta la nacionalidad alemana. Su nacionalidad. Veía de este modo una oportunidad para recuperar su estatus en su querida Alemania, y también para mostrar que no existe relación entre los orígenes de una persona y su habilidad deportiva. Que no tiene nada que ver la religión que uno pueda profesar con ser una buena atleta.
La opción de Alemania
Tampoco se tiene muy claro por qué Alemania le ofreció a ella la posibilidad de participar, una vez le había retirado la nacionalidad alemana, y no a otro deportista judío. Más allá del obvio de conseguir un atleta judío para defenderse de las críticas internacionales, surge la posibilidad de que en una reunión mantenida entre federación y deportista se informara de que "es una buena alemana y tan sólo es medio judía, pues su madre es cristiana", con lo que no había peligro de sedición.
Y también se adujo que era una mujer alta (medía un metro 80), rubia y de ojos verdes, lo que sin duda casaba más con la imagen de la raza aria que con la estereotipada de las mujeres judías.
En cualquier caso, tras confirmarse su participación, las autoridades nazis instaron a toda la prensa alemana que durante los Juegos no se mencionaran nunca sus orígenes judíos, ni se hablara de sus altas expectativas de conseguir medalla.
El objetivo de Mayer era claro: el oro. Y estuvo muy cerca de conseguirlo. Cayó en la final ante la húngara Ilona Elek. En el podio, celebró lo que para ella era no obstante un buen resultado, bajo la esvástica y con el brazo extendido en alto como era obligatorio.
Pero a Meyer no se le hizo ningún reconocimiento. A diferencia de otros compatriotas que consiguieron medallas, fue totalmente olvidada. Nadie habló de ella. Y, de hecho, pocos días después de conseguir la medalla de plata, se le retiró de nuevo la ciudadanía alemana, la misma que se le había concedido con urgencia poco antes de los Juegos.
Mayer regresó a San Francisco, donde terminó de confirmar que había sido manipulada. Usada. Cuando presenció el documental Olympia de Leni Riefenstahl, en el que se exaltaban los logros de los alemanes en los Juegos de Berlín, Mayer vio cómo su imagen no aparecía ni un segundo. El Reich la rechazaba. Al fin y al cabo, era judía.
Estando ya en Estados Unidos supo que su tío, judío como ella, había muerto en un campo de concentración. Conoció cuál era la situación real para los suyos en su Alemania natal. Y estaba claro cuál sería su destino si regresaba a casa. Así que decidió asumir la nacionalidad estadounidense, y cambiar su apellido por el de Meyer, más acorde a su nuevo país. Ganaría seis campeonatos nacionales más, y un campeonato del mundo compitiendo ya por Estados Unidos.
No fue hasta 1950 cuando Helena Meyer, o Mayer, pudo por fin regresar a su país. Tras despertar Alemania de su pesadilla nazi la atleta renunció a su trabajo como profesora en la Universidad del Sur de California, y viajó a su tierra.
Se casó con un amigo de la infancia, pero tres años más tarde, el 15 de octubre de 1953, a los 43 años, falleció por un cáncer de mama.
Tras ser repudiada durante la época nazi, la figura de Mayer quedó difuminada en el recuerdo de la sociedad alemana. Un reportaje reciente de SnagFilms, un portal web que ofrece películas documentales e independientes, constataba que su historia es totalmente desconocida para la mayoría de los alemanes. A pesar de que en el año 2000 Sports Illustrated la nombró la mejor esgrimista femenina del Siglo XX.
¿Qué hubiera sucedido si Helene Mayer hubiera rechazado ser la única judía de los Juegos Olímpicos de Berlín del 36?¿Se hubiera llevado adelante el boicot? ¿Se hubieran cancelado los Juegos, quedando por tanto Alemania señalada internacionalmente? ¿Hubiera significado aquello un cambio en el devenir de la historia? Preguntas que jamás tendrán respuesta, pero que sin duda surgen cuando, como hoy, se recupera su historia.
Este artículo forma parte del libro 'HEROÍNAS a través del deporte', del mismo autor. Una colección de 25 historias de mujeres deportistas que iniciaron nuevos caminos, rompieron barreras, y trascendieron en las generaciones venideras, en la línea del artículo que acaban de leer.