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Ganó Sudáfrica el Mundial, ganó el rugby

En Yokohama ganó el mejor. Ganó el rugby. Los chicos que levantaron la Webb Ellis son jugadores de rugby. Nada más. Nada menos.

En Yokohama ganó el mejor. Ganó el rugby. Los chicos que levantaron la Webb Ellis son jugadores de rugby. Nada más. Nada menos.
Un nuevo Mundial para Sudáfrica. | EFE

Una Copa del Mundo de Rugby deja infinidad de instantes para el recuerdo. Uno de los momentos más emocionantes del torneo lo protagonizó Jérôme Garcès, el árbitro francés de abuelos españoles que dirigió la final, durante la ceremonia de entrega de medallas. Como es tradición, antes de que los equipos recogiesen sus preseas, los colegiados a cargo del partido recibieron un galardón conmemorativo. Entonces, Garcès no pudo contener sus sentimientos. Abrazaba a sus compañeros. Besaba el premio. Miraba al cielo. Volvía a hacer todo lo anterior.

En mes y medio de rugby, pocos gestos han hecho justicia de manera más poderosamente evidente al honor de disputar la final del Mundial. De llegar donde sólo lo hacen unos pocos elegidos cada cuatro años. De vivir el momento para el que se dedican los esfuerzos de toda una carrera, de buena parte de una vida.

Ayer en Yokohama ganó el mejor. Ganó el rugby. Ganó el deporte. Los chicos que levantaron la Webb Ellis son jugadores de rugby. Nada más. Nada menos. En un panorama mediático internacional obstinado en erigir como referentes políticos a quienes no pretenden serlo, en no pocas ocasiones, los deportistas se encuentran en medio de un ambiente, de una vorágine muy distinta de su día a día. De sus intereses. De sus capacidades. Pocos con la intensidad de los Springboks, desde 1995 contemplados como la esperanza de todo un país, acaso de todo un continente, para solucionar problemas creados y fomentados precisamente por quienes, empeñados en hacer de todo un asunto político, les utilizan como atractivo remedio.

Sin duda, los jugadores de la selección sudafricana de rugby son conscientes de la realidad de su país. Seguramente, muchos de ellos la hayan sufrido con mayor crudeza que quienes les señalan como salvadores. Lejos de casa, en el día más importante de sus carreras, cantaron el himno nacional de su país, el "Nkosi Sikelel' iAfrika", emocionados. Muchos de ellos, con lágrimas en los ojos. Seguros. Casi tanto como los jugadores ingleses entonaron el "God Save the Queen" un instante antes. Una camiseta blanca, una rosa en el pecho, un himno a pleno pulmón. El plan, en marcha.

No scrum, no win

Poco tardaron las caras de los jugadores de Eddie Jones en dejar de transmitir que todo avanzaba según lo previsto. A los dos minutos de partido, un choque entre Maro Itoje y Kyle Sinckler dejaba al pilar inglés, el mejor en su posición durante todo el torneo, fuera de la final. Demasiado pronto para Dan Cole que, según el plan, no debería haber entrado en el terreno de juego hasta una hora después.

Desde ese mismo instante, cada melé fue un suplicio para los delanteros del XV de la Rosa, dominantes, sin rival por momentos, durante todo el campeonato. Hasta cinco golpes de castigo cayeron del lado sudafricano por infracciones de la primera línea inglesa. Indisciplinas persistentemente transformadas en tres puntos por Handré Pollard, a la postre máximo anotador del Mundial. "No scrum, no win", dice la costumbre.

Primer ensayo de Sudáfrica en una final del Mundial

Así transcurrió la primera mitad de la final, castigo tras castigo implacable a cada imprecisión inglesa. 6-12 al descanso, aún lejos de decantarse para un lado. Y así empezó el segundo acto, cerrado, disputado. Con los Springboks firmes en defensa, sólidos, pateando a la espalda de su rival, en busca de fallos traducibles en melés. Con el resultado pendiente de un detalle, Inglaterra estuvo a punto de colocarse a tres puntos.

Todo por decidir hasta el minuto 65. Entonces, una jugada relámpago. Una combinación impecable entre Makazole Mapimpi y Lukhanyo Am acababa en el sexto ensayo en el torneo del ala de Sharks y, de un plumazo, con las esperanzas inglesas que hasta entonces sobrevivían entre la imprecisión y la impotencia por no hilar dos pases según lo planeado.

Fue la primera anotación de cinco puntos de los Springboks en sus tres finales de la Copa del Mundo. No necesitaron ensayar para levantar dos Webb Ellis. Seguramente, tampoco habría hecho falta el tanto de Mapimpi, ni el posterior de Kolbe, para hacerse con la tercera.

Un campeón tan justo como inesperado

Como cada 12 años (antes en 1995 y 2007), Sudáfrica conquista el Mundial de Rugby, esta vez de manera tan imprevisible como merecida. Aunque no pudieron con Nueva Zelanda en la fase de grupos, la exhibición ante una Inglaterra sin su Wonderwall, que vivió su gran día frente a los All Blacks, no deja dudas de que han sido la mejor selección del torneo.

Un equipo de rugby que hace 18 meses empezó a imaginar Rassie Erasmus, cuando se hizo cargo de unos Springboks hechos jirones, derrotados en ocho de 12 partidos internacionales en 2016, ahogados en cuestiones más políticas que deportivas. Entonces, propuso un plan a la Federación Sudafricana para ganar la Copa del Mundo, dejando a los deportistas ser deportistas. Hoy, su idea, transmitida dentro y fuera del campo por Siya Kolisi, es una realidad.

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