Mundial de rugby: ¿por qué Japón es una bendición?
Pase lo que pase el domingo en Yokohama ante Escocia, Japón habrá abierto e igualado un deporte cada día menos cerrado y desigual.
Una de las principales causas de la imagen de tradición que proyecta el rugby es la inalterable dominación ejercida por un selecto grupo de naciones durante siglo y medio. Por ello, el tercer puesto de Argentina en la Copa del Mundo de Rugby de 2007 fue un logro sin precedentes para un equipo entonces capaz de superar a Irlanda, Escocia y dos veces a Francia en su camino hacia la medalla de bronce. Y para un deporte rara vez dado a las sorpresas, acaso a las dudas cuando se enfrentan dominadores y mortales.
Aquel Mundial disputado en Francia también fue el presagio de la actual participación anual de Los Pumas en el Rugby Championship, junto a Nueva Zelanda, Australia y Sudáfrica, y de la inclusión de Los Jaguares en el Super Rugby. Cinco años más tarde, tras un largo debate en el que se llegó a plantear de forma seria la posibilidad de que los albicelestes jugaran el Seis Naciones con sede en España, la selección sudamericana se sumó al Tres Naciones y el torneo cambió de nombre. Hace tres, la franquicia con sede en Buenos Aires fue incluida en el Super Rugby. Desde entonces, su evolución ha sido constante, hasta el punto de alcanzar la final hace unos pocos meses.
Seguramente, establecer un paralelismo entre la Argentina de 2007 y el Japón de 2019 sería cuando menos adelantarse a los acontecimientos. Aquella generación dirigida por Marcelo Loffreda, más allá de Juan Martín Hernández, Felipe Contepomi o Juan Fernández Lobbe, era un equipo sin fisuras que con el paso del tiempo sigue creciendo en dimensión. Un tercer puesto, siquiera una semifinal, será un hito difícil de alcanzar para los de Jamie Joseph que, pase lo que pase, han demostrado una innegable capacidad de competir con selecciones de primer nivel. De aquella tarde en Brighton contra Sudáfrica hace cuatro años a la victoria sobre Irlanda en Shizuoka la semana pasada no va suerte ni casualidad.
Además de los Cherry Blossoms, Japón cuenta con una de las ligas de más nivel del planeta, en todo el archipiélago existen más de 1.500 clubes registrados (quinto país del mundo) y unos 125.000 jugadores federados (sexto país del mundo). Hay cantera. Y afición. El rugby empieza a competir en popularidad con el fútbol y el béisbol, para una nación que cada día hace evidente su capacidad en términos humanos, económicos y comerciales de acoger el tercer torneo deportivo más importante del mundo y, es de suponer, un torneo anual de primer nivel.
Alcance o no los cuartos de final, el rugby nipón cuenta con argumentos indiscutibles para colocarse como mínimo en el segundo escalón mundial y alentar el debate sobre su inclusión en el Rugby Championship o, más improbable, en el Seis Naciones. Pase lo que pase el domingo en Yokohama ante Escocia, como hace cuatro años, Japón habrá abierto e igualado un deporte cada día menos cerrado y desigual. Habrá organizado de manera ejemplar el primer Mundial lejos de los tradicionales epicentros del rugby, y llevado a Asia los partidos más importantes desde el día de Navidad de 1872, cuando 20 ingleses y 20 escoceses disputaron en Calcuta el primer encuentro de selecciones de la historia.
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