Wolfgang Fürstner, la cruda realidad de los Juegos de Berlín del 36
Dos días después de concluir la competición, el creador de la Villa Olímpica se suicidaba. Con él desaparecía la máscara que había envuelto los JJOO.
La Alemania nazi, como hemos contado aquí en tantas ocasiones, se sirvió de los Juegos Olímpicos del 36 en Berlín para potenciarse a nivel interno y a nivel externo. Fue una oportunidad inmejorable –que no dejaron escapar– para proyectarse al exterior como una nación fuerte, ordenada, educada… aunque para ello tuvieran que esconder durante un tiempo mucho de lo que realmente acontecía dentro del país.
Por ello, se cuidaron todos los detalles para tratar de impresionar a los miles de periodistas y espectadores extranjeros que se concentraban en Berlín durante semanas. La intención era hacerles llegar el mensaje de que estaban en una Alemania pacífica, tolerante y, a la vez, recuperada, potente. Ellos serían los encargados de trasladarlo al resto del mundo.
Para ello, se trabajó básicamente en dos líneas: una, esconder lo que podía dar una imagen negativa del país. Los nazis sabían que su antisemitismo no sería bien visto en buena parte del mundo: se moderaron sus mensajes, y se retiraron de las calles los carteles de "Juden sind nicht erwünscht" (Los judíos no son deseados). También se decretó, entre otros, que los visitantes no estarían sujetos a las penas judiciales de las leyes alemanas contra la homosexualidad.
Por otro lado, se potenció toda la simbología nazi, algo que el III Reich siempre trató con sumo cuidado. Se quería dar sensación de grandeza a los ojos del mundo, y también a los propios alemanes. No se escatimaron esfuerzos –ni gastos– en ello. Se construyó un colosal complejo deportivo, flanqueado por enormes banderas olímpicas y esvásticas. Las calles, monumentos y casas de Berlín se llenaron de coloridos pósteres, grandes anuncios, y múltiples esvásticas, dando lugar a una enorme estructura visual propagandística que llenaba de orgullo al pueblo alemán.
Además, fueron los primeros Juegos que se emitían por televisión…
Pero la máscara que el nazismo había lucido durante la celebración de los Juegos Olímpicos tardó tan solo dos días en desvanecerse. El tiempo justo que tardó Wolfgang Fürstner, director de la Villa Olímpica, en suicidarse.
De origen judío, Fürstner estaba casado con Leonie von Schlick, hija de Albert Heinrich Hans Karl von Schlick, importante comandante durante la Primera Guerra Mundial. Aquello le confirió cierto estatus, y como capitán de la Wehrmacht fue el encargado de la construcción y organización de la villa olímpica.
Era una gran responsabilidad, pues de su trabajo dependían no solo el bienestar de todos los atletas, sino también las impresiones que se llevarían todas las naciones participantes al regresar a sus respectivos países. Y lo cierto es que su trabajo fue excelente, transformando unos antiguos cuarteles en un complejo con 160 alojamientos individuales, en los que además se podían encontrar salas de reunión, espacios comunes, consultas médicas… funcionando todo como un mecanismo de relojería.
Pero cuando los preparativos llegaron a su fase final, a Fürstner lo felicitaron por el magnífico trabajo realizado, y fue degradado. Pasó a ser subcomandante de la Villa Olímpica, siendo reemplazado por el teniente coronel Werner Freiherr von und zu Gilsa. Oficialmente se informó que el cambio era debido a "la falta de contundencia" en sus actuaciones, aunque lo cierto es que no era más que otra pieza del engranaje nazi para evitar la presencia de judíos en los Juegos. No se podía permitir que el reconocimiento a aquella obra maestra fuera a parar a un judío.
Aun así, Wolfgang Fürstner se mantuvo impertérrito durante la celebración de los Juegos. Colaboró en todo lo que pudo y más, y siendo consciente de que la tregua para con los judíos no era más que una farsa, no alzó la voz en ningún momento.
Al finalizar los Juegos, todos alababan el perfecto funcionamiento y el magnífico ambiente de la Villa Olímpica, pero el mérito recaía únicamente en Gilsa, en honor a quien se celebró un espléndido banquete. Fürstner estuvo presente en el mismo, dolido por la falta de consideración hacia su trabajo, pero sobre todo angustiado al conocer pocos días antes que pese a ser oficial de carrera, no iba a escapar de las leyes raciales de Núremberg y que, como judío que era, iba a ser expulsado de la Wehrmacht.
En un momento del banquete Wolfgang Fürstner se excusó y salió. Se dirigió al cuartel del ejército, y se quitó la vida con un tiro en la cabeza. Tenía 40 años.
Las autoridades nazis y la prensa alemana trataron de esconder el suceso, informando que había fallecido en un accidente automovilístico. Pero la realidad no tardó en salir a la luz, confirmando lo que muchos sospechaban pero nadie se atrevía a pronunciar. "Máximo respeto hacia su actitud", escribiría Rosenberg en su diario, aplaudiendo el gesto de Fürstner "ante la tragedia de su sangre infame".
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